Soy un trozo de nada girando sobre su propio eje, sin masa, sin dios y sin carga eléctrica, pero con un persistente momento angular. Soy nativo de Oz y el tercero en sentarse al té con la liebre de marzo y el sombrerero. Hombre lobo en piel de oveja. Una viruta de Luna, un girón de noche; un místico de clóset. Soy la onda, pero también soy partícula; me busco la vida de esquina a esquina sobre un bulevar con los sueños rotos.

Por principio, tengo más incertidumbres que Heinsenberg y comparto habitación con el gatito de Schrodinger. Creo en dragones, porque siempre siguen ahí cuando me despierto; veo fantasmas y celebro tremendas tertulias con las voces en mi cabeza. Soy tribal, trinario, primitivo y animal, soy una narración azul e inverosímil que se describe a sí misma y la fantasía repetida tantas veces que se volvió una realidad. Soy inenarrablemente más que las palabras con las que escribo, y soy silencio… que contempla recursivamente… que se sorprende y admira…

Cedric Lugo: Cap. Uno

Evidentemente, un beneficio añadido de la Colonia Roma por la noche, es que puedo continuar hablando conmigo mismo y nadie va a interrumpirme. Viejos hábitos; antes, a uno lo encerraban por mañas como esa. 

No es que no esté nadie en las calles, porque de hecho, entre las personas ofreciendo servicios sexuales y pidiendo cigarrillos prestados que jamás van a devolver, la gente enfiestada rebotando de banqueta en banqueta, o los honestos maleantes que se platican sus atracos con la naturalidad de quien describe un día cualquiera en la oficina; entre ellas y ellos, la noche siempre está poblada, pero mis soliloquios y yo, para nada somos lo más interesante de por aquí. 


En casa, Samuel ya está dormido; vivimos juntos, pero no coincidimos lo suficiente porque nuestros horarios se divorciaron hace ya mucho tiempo. Llego, entro por la puerta en silencio, según yo; me dirijo a la cocina porque el trayecto nocturno me despertó el apetito, y encuentro que el buen Sam me ha dejado una nota prendida de un imán en el refrigerador: 


“Irene llamó para confirmar tu cita. Le dije que ahí estarás mañana. 4 pm. Tienes que ir y contarle o no volveré a entrenar contigo. Besos.”

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Cedric Lugo: Intro

Cruzó la puerta poco después de que su perfume anunciara que estaba ahí, luego de pasar diez minutos en silencio en la pequeña sala de espera, que a estas hora de la tarde, muy seguramente estaba vacía. Nuestra cita solía ser a las 8 cada jueves, luego de su sesión de pilates y antes de su reunión semanal con las amigas que todavía conservaba de la universidad. 

La señora Uribe era una mujer alta, de porte elegante y un traje sastre entallado, cuya textura y color solían variar en perfecta concordancia con la temporada. El tono pardo de esta tarde me anunciaba a mi ojo poco entrenado para la moda, que ya habríamos llegado al periodo otoño - invierno del año. Se detiene en la puerta, a medio umbral esperando que yo me aproxime a recibirla, me tiende la mano para saludarme y marcar una distancia entre su persona y la mía, y pasa entonces a sentarse en el sillón a espaldas de la ventana, que es el mejor ángulo desde el que alguien podría tomarse aquí una fotografía para Instagram. Me digo que eso, a ella en verdad le importa. 


  • ¿Cómo se ha encontrado usted en estos días, señora Uribe?

  • Como me ve, justamente así. Este fin de semana lo he pasado en casa, reflexionando, leyendo los últimos mensajes que me mandó el maldito cabrón, y ya me di cuenta de que la verdad estuvo ahí todo el tiempo; lo que le dije, se fue con la zorra de su asistente y ya me lo estaba insinuando desde hace meses, pero claro, Sergio nunca fue un hombre tan asertivo como para decir jamás las cosas derecho. ¿Sabe usted lo que fue tener que adivinarle cada pensamiento por 12 años?, ¿sabe del cansancio de estarle sacando cada palabra con tirabuzón para conversar como un matrimonio normal, al menos cada sábado por la tarde? La verdad es que estoy mucho mejor sin él, si nada más quiero que aparezca para que se haga responsable de su hija, nada mas por ella, a mi que me deje sola, que de divorciada me va mucho mejor. 

  • ¿Sigue usted viendo a Jonathan, su instructor de yoga?

  • Pilates, doctor, Jona es especialista en pilates emocional y por eso a ambos los veo el mismo día: a usted y a Jona, para tener una atención multidisciplinaria.

  • Claro, y me parece muy inteligente de su parte, aunque conviene diferenciar que la atención que Jona le brinda, continúa siendo poco más que especializada, ¿cierto?

  • Bueno, que esperaba, si el cabrón de Sergio va a hacer su vida con esa zorra, yo puedo acostarme con mi instructor de pilates tanto como se me antoje, ¿correcto?

  • Afortunadamente no soy yo quien deba determinar la conveniencia de sus decisiones románticas, señora Uribe, creo más importante explorar las emociones que la desaparición de su esposo le está provocando. ¿Todavía llama por las noches al celular de la asistente?


De hecho, la realidad es que la zorra asistente ni es tan zorra, ni tan asistente, dado que en realidad asesoraba al señor Uribe en materia de inversiones. Lo sé, porque ella es mi cita de los martes a las 6, y suele compartirme en nuestras sesiones que vive perfectamente feliz con su esposa, aunque ambas no comparten el mismo proyecto respecto a adoptar un hijo. Suele ser un tema delicado este de la maternidad o la paternidad, cuando la pareja de uno no esta de acuerdo con el plan; afortunadamente en el caso de Samantha, podremos conversar acerca de esto con su esposa la semana entrante para ver si nos aproximamos a una mediación eficiente. 


Por lo pronto, es complicado hablar con la señora Uribe, demasiadas barreras, demasiada utilería enmascarando los sentimientos honestos con un "deber ser" que le impusieron desde niña. Mi trabajo es confrontar sus palabras contra sus propias incongruencias, abrir posibilidades y luego darle algo que reflexionar hasta nuestra próxima entrevista. Siempre se marcha enfadada, y siempre vuelve, renuente de reconocer que cada vez es un poquito más flexible para aceptar el miedo que tiene a quedarse sola. 


¿No es ese un miedo que finalmente, todos compartimos?


Mi día termina cuando la señora Uribe se despide, esta vez me toca el hombro además de estrechar mi mano, se que lo hizo conscientemente, algo le ha de haber gustado de nuestra conversación. Lo asumo con una sonrisa que pretendo sea cálida, y la acompaño escaleras abajo hacia la puerta exterior. 


Mi consultorio se encuentra en el corazón de la vieja colonia Roma, en un antiguo edificio restaurado que sobrevivió heroicamente a los terremotos de 1985 y 2017. Un sólido testigo arquitectónico de los años veinte. Comparto con un despacho de arquitectos en el primer piso, yo ocupo el tercero y el segundo pertenece a un estudio de pintura que se encarga de tener gente entrando y saliendo constantemente por las mañanas. 


El cuatro piso es de una pequeña familia: una mujer anciana y sus dos nietos; al parecer, una niña encantadora que a veces se aparece en mi sala de espera para platicar con los pacientes, y su hermano, a quien se le rueda la pelota cuando juega en las escaleras y hay que aventársela de regreso. Creo que su abuela les regaña cuando bajan a mi piso, pero la niña es probablemente el miembro subversivo de la familia y estoy a nada de convertirla en mi nueva recepcionista. 


Van cerca de 8 años que llevo instalado aquí, en el número 27, tercer piso, frente a la plaza Río de Janeiro. Por las noches suelo ser el último en salir del edificio, ya saben, el que apaga las luces y pone los seguros en la puerta a la calle antes de irse; los otros despachos están ahora vacíos y la familia del 4to. piso, dormidos con toda probabilidad. Como casi siempre, entre anotaciones y procrastinaciones se me va haciendo la media noche y con la fatiga del día, el silencio y la tranquilidad de la plaza me resulta acogedora. 


Lo sé, entiendo perfectamente que la tranquilidad de esta ciudad es sólo una apariencia frágil. Particularmente aquí, en la Colonia Roma, donde si no hay un asalto a las tres de la tarde, hay un cadáver abandonado que descubrirá al amanecer alguien del servicio de limpia de la alcaldía. Sé que lo más prudente sería pedir un Uber antes de salir del consultorio; “es más seguro”, suele decir Sam, pero los cuarenta y cinco minutos que tardo a casa, caminando a pié, son una especie de recompensa para mi psique, después de echarle ganas todo el día. 


Soy ese tipo de tipo noctámbulo, que se siente bien cuando la ciudad está dormida y puede apreciar su belleza secreta sin ruido ni distracciones. Su arquitectura urbana, sus fuentes y las  esculturas tan por todos lados. Incluso, la fauna humana cambia radicalmente cuando el metro ha cerrado y el único transporte público que recorre las avenidas es el ”Nochebus”. Ignoro si realmente es ese su nombre oficial. 


Bajo la luz de luna que ahora está cubierta a medias por un cielo nuboso, la estatua de El David resalta imponente en medio de la plaza, parado estoicamente, en su fuente de aguas borboteantes que no suele estar encendida de noche. Me parece que esta réplica de la obra de Miguel Ángel fue colocada por el gobierno de la ciudad a mediados de los años setenta, y siempre me he preguntado de qué platicaría, si el tal David pudiera hablar. 


En una banca, la misma en la que le veo siempre, un indigente se ha instalado con sus cartones y mantas y, para este momento, ha de andar seguramente entrando al séptimo sueño. Es muy metódico cuando llega, cada noche soy testigo de su rutina desde la ventana del consultorio: llega, mira hacia nuestro edificio un rato, habla o canta en esta dirección y cuando se cansa, se dedica a limpiar la banca con un trapo y acomoda sus cosas alrededor, como atrincherándose contra el mundo; cena algo de las sobras que le regalan en los restaurantes del barrio, ensambla su cama encima de la banca con cartones y cobijas, y el lugar se convierte en un túmulo de basura rescatada donde finalmente, él se duerme. 


No me gusta como suena ese silbido que hace al respirar entre ronquidos, noto que la intemperie ha estado pasándole factura. Según me contó Doña Esther, que pone su puesto de atole y tortas de tamal desde muy temprano, el indigente se llama Cirilo, y lleva aquí, en ésta que es su banca, mucho más tiempo que yo dando consulta en el edificio frente al que pernocta. 


La mejor es la torta de tamal con rajas, definitivamente. Completamente recomendable si pasas por aquí. 


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Hombres: El Club

En mi experiencia trabajando en la psicoterapia, muchos problemas emocionales en hombres adultos, se resuelven cuando queda identificado el evento en el que de niños, la sociedad los rompió para que asumieran su rol dentro de la categoría como "hombres". 

Para que el chilpayate identifique que tiene prohibido parecer mujer, seguir siendo un niño o quedar como un perdedor; y a la vez, cumplir el mandato de ser protector, proveedor e procreador, es menester regañarlo cuando no se ha ido a los golpes con otro niño, o incitarlo a socializar mediante el alcohol e iniciarlo sexualmente a que inicie su vida sexual con trabajadoras sexuales, por dar algunos ejemplos.

La herida que inicia al niño en la senda del "hombresito" es más ligera cuando el chavito va para heterosexual, cisgénero y de actitudes varoniles desde el inicio; pero si resulta que la bendición  va para gay, trans o es un niño de manierismos delicados, se le deberá romper su autoconcepto y voluntad, para que asuma "el lugar que le corresponde" en la estructura del género.

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