Sutra de la familia.

Cuando yo era niño me enseñaron que la familia siempre está ahí; que en este mundo en el que el ritmo de nuestra vida esta marcado por la competitividad, la alienación y el individualismo, lo único con lo que puedes contar es con tu familia. Hoy, muchos años después, voy aprendiendo que eso que aprendí es absolutamente cierto. Aunque con sus “asegunes”...

Déjame contarte de mi familia.

Mi madre tiene nueve hermanos, unos más grandes y otros más chicos. Todos ellos hombres y mujeres de bien, sumamente educados y de muy buen nivel cultural. Pero sucedió un día que en una reunión de todos ellos, el mayor, quién ocupaba hasta entonces y en cierta forma el lugar del padre que muchos años atrás había muerto, tuvo la iniciativa de decirles a sus hermanos que la distancia y el tiempo les habían vuelto extraños entre sí, que ahora veía que sus estilos para educar a sus respectivos hijos eran muy distintos y que en ocasiones, incluso incorrectos a su modo de ver. La solución encontrada por él, entonces, fue declarar, con la mano en la cintura y cierta parcimonia, que antes de “volver” a ser hermanos, habían de ser amigos, y ganarse los unos a los otros como amigos, para después llegar a ser hermanos. Palabras más, palabras menos.

Fue entonces cuando yo, que por ser psicólogo tengo carte blanche para meterme en todo lo que no me concierne, aprendí que contar con una sangre y un par de progenitores en común no te vuelve familia.

Esa misma semana, hace ya muchos meses de eso, me encontré comiendo en un café con un hombre al que yo admiro mucho por su forma de ser, su manera de afrontar la vida y su sentido del humor. El, por alguna razón dentro de la dinámica de la charla, pasó a hablar de su familia y mencionó que a mi me consideraba como incluido en ella. Halagado, inicialmente le resté importancia a su comentario porque hasta entonces todavía creía que la familia equivalía estrictamente a una red de consanguinidades. La conversación continuó, pero algo dentro de mí no consiguió dejarse arrastrar por la marea de temas que compusieron aquella conversación.

Ya había yo visto un par de días antes cómo un grupo de hermanos se volvían, en un parpadeo, poco menos que amigos; luego uno de mis mejores amigos me dice que estoy dentro de su familia. Fue entonces cuando yo, que siempre infravaloré el papel de esta sagrada institución social, me vi cuestionado desde la raíz.

Muy pocos días después, estaba yo en casa de dos mujeres especialmente significativas para mí, dos amigas a quienes valoro tremendamente por su personalidad, su belleza, inteligencia y ese tipo de cosas que hacen de alguien una persona grande. Platicábamos dentro de una conversación que se extendía a través de las horas, cuando llegamos a un punto, así, como por accidente, en el que dijeron que yo estaba en su familia. Fueron contundentes en lo que era el tercer cuestionamiento en torno al mismo asunto en menos de diez días.

Estoy seguro de que a veces la vida, por llamarla de algún modo, se empecina en darte señales que te obliguen a darte cuenta de algo, alguna cuestión crucial que te hace evolucionar de jalón hacia un curso determinado. Y pasó, por fuerza que me pasó y tuve que asimilarlo.

Entonces me devolví a mi casa pensando, desprendiéndome de mis viejas concepciones que al parecer ya no me servían de mucho. Por una parte, la que consideraba una familia se disgregaba renunciando a su vínculos, como si nada; por otra, personas muy importantes para mí, a las que yo admiro, pero con las que no tengo ninguna relación sanguínea, me incluyen con total desenfado en el inner circle de su familia. La cosa hubiera quedado ahí, en la mera reflexión sobre cosas que dice la gente, de no ser porque, en retrospectiva, la relación que he tenido con él y con ellas ha sido una dinámica absolutamente familiar: la confianza, el apoyo, el bienestar que me envuelve cuando comparto tiempo con ellos. Era necesario que me lo dijeran con todas las palabras para darme cuenta de que efectivamente ellos eran parte de mi familia.

Y en lo más quedo, casi sin dejarse notar, el orgullo regodeante porque personas así me consideren por motu propio como parte de su familia.

Y, ¿quién es entonces mi familia? Pienso que se define por sí sola. Con ciertas personas, personas pocas entre el maremagnum de gente que conocemos en la vida, con quienes mantenemos una relación especial, nos sentimos apoyados y nos dan la pauta para confiarnos a ellos; son personas con quienes nos sentimos especialmente bien y que nos acompañan a lo largo de nuestro camino, aunque no estén, ni podrían estarlo, a cada paso con nosotros. A veces pueden estar a mucha distancia de donde está uno, pero cerca aún así, aunque vivan en Washington y uno esté en la Ciudad de México, por ejemplo.

Hablo de personas que son santuario, si me permites lo difuso de la expresión. Ellos son tu familia. Por eso cuando me dicen que la familia es tu gente, con quienes puedes contar y están que ahí (aunque no estén físicamente) para hacerte fuerte y darte la energía que necesitas para encarar los avatares del asunto este que es el existir, yo me lo creo. Dicen que la familia es esa institución fundamental que forma la base de nuestra sociedad; no encuentro un solo argumento en contra de eso.

Así, sucede que con el paso de los años, en tu familia hay hombres y mujeres con quienes efectivamente compartes lazos sanguíneos, y hombres y mujeres con quienes no; pero con cada uno hay de por medio vínculos cerrados que alcanzan incluso lo puramente espiritual. Eso mismo que los que practican la meditación podrán identificar como lazos kármicos. Se dice que con ciertas personas establecemos un vínculo derivado de la cercanía que hemos construido junto con ellos, un vínculo que se mantiene bien sólido aún después de la muerte.

Cuando se entrelaza el karma (o destino) de dos personas, el ciclo de sus reencarnaciones queda estrechamente sintonizado. Así, los seres humanos reencarnamos en grupos para encontrarnos una vez tras otra, trabajando en equipo, juntos, para evolucionar espiritualmente.

Como sea, la familia tiene por objetivo principal hacer de la vida un proceso mucho más sencillo, mucho más placentero y armonioso. Los psicólogos y otros profesionales del estilo, llaman a la familia en que nacemos, familia nuclear, esa es la que nos toca cuando somos niños y aún no podemos hacer grandes decisiones; y la familia que vamos construyendo una vez que tenemos la capacidad de decidir, la identifican como nuestra familia de elección, propiamente porque la elegimos.

Entonces, ¿a quién elegimos?, ¿qué tan despiertos estamos para reconocer a los hombres y mujeres que son parte de nuestra familia?, ¿qué hacemos para retribuirles lo que hacen por nosotros? Tener una familia es contar con una gran ventaja frente a la vida, que nos fortalece sobre los percances y con quien compartimos los buenos tiempos cuando los hay, o cuando están por llegar.

1 comentario:

Hernan Paniagua dijo...

El Estado que no protege la institución familiar se encamina al suicidio, y la sociedad se degrada y destroza, advirtió el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Tarcisio Bertone. “Está claro que la mejor inversión de los gobiernos es ayudar, proteger y sostener a la familia, porque sin ella la sociedad no puede sobrevivir”.

Al participar en la última sesión del Congreso Teológico Pastoral, que forma parte del sexto Encuentro Mundial de las Familias (enero, 2009), el enviado papal defendió categórico que “la familia es una sola, surgida de la naturaleza humana y del derecho natural, mientras que el resto de las denominaciones sólo son creaciones artificiales de nuestro tiempo”.

En la conferencia Familia, justicia y paz, que precedió a las conclusiones de un congreso donde no hubo debate ni opiniones divergentes, el cardenal Bertone señaló que por encima de las amenazas y dificultades que hoy se presentan de tantas formas contra la convivencia y las relaciones entre las personas y entre los pueblos, la familia está llamada a ser protagonista de la paz.

Momentos antes, Ennio Antonelli, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, detalló lo que deben incluir las políticas públicas en favor de la familia, como acceso a una casa digna, oportunidad de un trabajo remunerado, conciliación de los tiempos laborales con los de la familia, incentivos para la natalidad donde hay crisis demográfica, libertad de educación y posibilidad de elegir la escuela, así como equidad en el cobro de impuestos y en la distribución de la riqueza.

El cardenal Bertone pidió también no ignorar el grave “invierno demográfico” que hace peligrar seriamente sociedades enteras, la falta de sentido de la vida en tantos jóvenes víctimas del alcohol y las drogas, o la extrema violencia y explotación a que hoy se ven sometidos las mujeres y los niños; el comercio de órganos y de sexo, que destruye a las personas, o el abandono de tantos enfermos y ancianos que carecen de la más mínima asistencia para afrontar los últimos años de vida.

En representación del Papa, el cardenal Bertone, quien es el segundo en la estructura de la curia vaticana y ayer se incorporó al Congreso, también hizo referencia a la crisis del sistema educativo en muchas naciones incapaces de transmitir el saber integral y que viven en la inestabilidad político-económica. El común denominador en esta crisis educativa también es la injusticia y la falta o ausencia de derechos, señaló.

De acuerdo con el programa, las conclusiones del sexto Encuentro Mundial de las Familias estuvieron a cargo del cardenal Norberto Rivera, quien se limitó a agradecer a quienes participaron en la organización del acto, incluyendo a los patrocinadores, y a aclarar que la Iglesia católica no está contra nadie, sino sólo en favor de su derecho a proponer el modelo de familia planteado en el evangelio.

Bertone encabezará este sábado y domingo los actos religiosos del encuentro, que se realizarán en la Basílica de Guadalupe.

El lunes, el enviado de Benedicto XVI se reunirá en el Teatro de la República, de Querétaro, con representantes del mundo educativo, y el martes recibirá una distinción de manos del jefe de Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard.