[Publicado en Anodis.com: http://anodis.com/nota.asp?id=10723]
Cuando trabajas en un consultorio, es sorprendente el número de personas que acuden a psicoterapia llevados por el final de una relación de pareja que termina de manera abrupta; y entre ellos, todavía más sorprendente es el número de gente que termina su relación por problemas con su celular.
Me explico:
Cuando Juan se quedó solo en el departamento, descubrió que Israel, su pareja, había dejado olvidado su teléfono celular en el buró del dormitorio. Juan lo tomó y mientras miraba la televisión, jugueteaba mecánicamente con el aparatito en las manos. La tentación era demasiada - me dijo un mes después, cuando acudió a consulta - lo abrió rápidamente como cuidándose de que Israel no apareciese de pronto cruzando la puerta, y se dirigió directamente a los mensajes de texto recibidos por él en los últimos días. Nunca antes lo había hecho, tampoco esperaba encontrar nada en específico; al menos eso es lo que él dijo.
El hecho es que entre los mensajes, además de encontrar los que él mismo le había escrito a Israel, se topó con varios de un tal Gerardo X., quien en un mensaje le confirmaba alguna cita dos días antes, en otro le avisaba que llegaría tarde a la susodicha, y en algunos más le enviaba una dirección o un número de teléfono. Juan estaba furioso, eso ya se lo imaginaba, ahora para él todo tenía sentido. Cuando Israel llegó a casa esa tarde, Juan ya le esperaba con una colección de sus mejores reclamos, dispuesto como estaba a hacer confesar a su pareja cada detalle sobre su presunta infidelidad.
En el ínterin, Israel supo, obviamente, que Juan había revisado sus mensajes en el celular, lo que le hizo sentirse invadido y traicionado. Le dijo a Juan que el tal Gerardo era un cliente suyo y que la sita había sido simplemente de negocios, pero el aludido, lejos de dar su brazo a torcer, dio final a su relación con Israel con tres o cuatro frases que dejaron malherido al que había sido su pareja por once meses.
Semanas después, extrañando su finada relación y de vuelta a casa de sus padres, Juan se enteró mediante un amigo mutuo que Israel, quien se dedicaba al mundo de las ventas, había efectivamente tendido con Gerardo, una relación estrictamente profesional. Sin embargo era ya demasiado tarde, Israel no quería saber más de Juan.
A esto me refiero cuando hablo de parejas que terminan por problemas con el celular.
Y no sólo debido a éste comprometedor dispositivo, también existe el correo electrónico y el correo ordinario, la cartera, los archivos personales de la computadora y una infinidad de oportunidades listas para ser aprovechadas por quien busca sin esperar otra cosa que la confirmación de sus inseguridades; porque en el caso de Juan, el protagonista verdadero de la historia fueron exactamente sus inseguridades.
Injusto sería afirmar que la culpa del fin de su relación la tuvieron los mensajitos, el celular o incluso el olvido de Israel; en realidad Juan atravesaba por una etapa difícil en su vida que le llevó a creer que todo a su alrededor iba mal; un fracaso en su trabajo y su personal crisis económica mellaron el concepto que tenía de sí mismo, y consecuentemente, concluyó que no había razón alguna para que Israel deseara estar con él, se sentía poco atractivo, poco susceptible de ser amado. Así que sin darse cuenta, Juan se boicoteó a sí mismo. Buscó evidencias de que su pareja ya no lo amaba, y al creer encontrarlas lo ahuyentó de su vida antes de que Israel lo ahuyentara a él.
Carece de toda lógica, ¿cierto? Juan era tan feliz, que no creía que eso fuera posible, así que lo estropeó todo por no sentirse merecedor de lo que tenía; pero insisto, es asombroso el número de parejas que corren exactamente con esta misma suerte, tal vez con otros nombres, tal vez unas ellas en lugar de ellos, acaso con el eMail en lugar del celular, o la variante que sea, en el fondo sucede lo mismo: uno se deja abordar por las inseguridades e invade la intimidad del otro para buscar lo que jamás querría encontrar, y al final, un arranque de celos que da inicio a una despedida triste sin posibilidades de ningún retorno.
La principal vacuna para este mal es, sin la menor duda, la confianza. En el mundo actual es corriente que vivamos inmersos en una marejada de emociones y que de cuando en cuando se nos vaya la mano con el control que hacemos o dejamos de hacer sobre éstas. Si como Juan, de repente te sientes inseguro o insegura y crees que necesitas saber algo que no te queda claro de tu pareja, pregúntale y confía en su respuesta. No hagas las cosas a sus espaldas cuando concierne a su privacidad, y no te construyas historias donde tu mismo te dejas en el peor papel.
No tomes decisiones cuando tengas las emociones a flor de piel, es casi seguro que doce horas después estarás lamentándote de haberlo hecho, y muy probable que no puedas solucionarlo una vez ya consumada tu decisión.
Y una más: confía en ti mismo o en ti misma. Cuando sientas que las cosas son demasiado perfectas y no te crees que tanta perfección pueda ser real, cierra los ojos y déjate llevar, disfrútalo. Si lo estas viviendo, con toda seguridad te lo mereces; no dejes que las inseguridades te lo echen a perder.
Me explico:
Cuando Juan se quedó solo en el departamento, descubrió que Israel, su pareja, había dejado olvidado su teléfono celular en el buró del dormitorio. Juan lo tomó y mientras miraba la televisión, jugueteaba mecánicamente con el aparatito en las manos. La tentación era demasiada - me dijo un mes después, cuando acudió a consulta - lo abrió rápidamente como cuidándose de que Israel no apareciese de pronto cruzando la puerta, y se dirigió directamente a los mensajes de texto recibidos por él en los últimos días. Nunca antes lo había hecho, tampoco esperaba encontrar nada en específico; al menos eso es lo que él dijo.
El hecho es que entre los mensajes, además de encontrar los que él mismo le había escrito a Israel, se topó con varios de un tal Gerardo X., quien en un mensaje le confirmaba alguna cita dos días antes, en otro le avisaba que llegaría tarde a la susodicha, y en algunos más le enviaba una dirección o un número de teléfono. Juan estaba furioso, eso ya se lo imaginaba, ahora para él todo tenía sentido. Cuando Israel llegó a casa esa tarde, Juan ya le esperaba con una colección de sus mejores reclamos, dispuesto como estaba a hacer confesar a su pareja cada detalle sobre su presunta infidelidad.
En el ínterin, Israel supo, obviamente, que Juan había revisado sus mensajes en el celular, lo que le hizo sentirse invadido y traicionado. Le dijo a Juan que el tal Gerardo era un cliente suyo y que la sita había sido simplemente de negocios, pero el aludido, lejos de dar su brazo a torcer, dio final a su relación con Israel con tres o cuatro frases que dejaron malherido al que había sido su pareja por once meses.
Semanas después, extrañando su finada relación y de vuelta a casa de sus padres, Juan se enteró mediante un amigo mutuo que Israel, quien se dedicaba al mundo de las ventas, había efectivamente tendido con Gerardo, una relación estrictamente profesional. Sin embargo era ya demasiado tarde, Israel no quería saber más de Juan.
A esto me refiero cuando hablo de parejas que terminan por problemas con el celular.
Y no sólo debido a éste comprometedor dispositivo, también existe el correo electrónico y el correo ordinario, la cartera, los archivos personales de la computadora y una infinidad de oportunidades listas para ser aprovechadas por quien busca sin esperar otra cosa que la confirmación de sus inseguridades; porque en el caso de Juan, el protagonista verdadero de la historia fueron exactamente sus inseguridades.
Injusto sería afirmar que la culpa del fin de su relación la tuvieron los mensajitos, el celular o incluso el olvido de Israel; en realidad Juan atravesaba por una etapa difícil en su vida que le llevó a creer que todo a su alrededor iba mal; un fracaso en su trabajo y su personal crisis económica mellaron el concepto que tenía de sí mismo, y consecuentemente, concluyó que no había razón alguna para que Israel deseara estar con él, se sentía poco atractivo, poco susceptible de ser amado. Así que sin darse cuenta, Juan se boicoteó a sí mismo. Buscó evidencias de que su pareja ya no lo amaba, y al creer encontrarlas lo ahuyentó de su vida antes de que Israel lo ahuyentara a él.
Carece de toda lógica, ¿cierto? Juan era tan feliz, que no creía que eso fuera posible, así que lo estropeó todo por no sentirse merecedor de lo que tenía; pero insisto, es asombroso el número de parejas que corren exactamente con esta misma suerte, tal vez con otros nombres, tal vez unas ellas en lugar de ellos, acaso con el eMail en lugar del celular, o la variante que sea, en el fondo sucede lo mismo: uno se deja abordar por las inseguridades e invade la intimidad del otro para buscar lo que jamás querría encontrar, y al final, un arranque de celos que da inicio a una despedida triste sin posibilidades de ningún retorno.
La principal vacuna para este mal es, sin la menor duda, la confianza. En el mundo actual es corriente que vivamos inmersos en una marejada de emociones y que de cuando en cuando se nos vaya la mano con el control que hacemos o dejamos de hacer sobre éstas. Si como Juan, de repente te sientes inseguro o insegura y crees que necesitas saber algo que no te queda claro de tu pareja, pregúntale y confía en su respuesta. No hagas las cosas a sus espaldas cuando concierne a su privacidad, y no te construyas historias donde tu mismo te dejas en el peor papel.
No tomes decisiones cuando tengas las emociones a flor de piel, es casi seguro que doce horas después estarás lamentándote de haberlo hecho, y muy probable que no puedas solucionarlo una vez ya consumada tu decisión.
Y una más: confía en ti mismo o en ti misma. Cuando sientas que las cosas son demasiado perfectas y no te crees que tanta perfección pueda ser real, cierra los ojos y déjate llevar, disfrútalo. Si lo estas viviendo, con toda seguridad te lo mereces; no dejes que las inseguridades te lo echen a perder.
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