[Publicado en la guía impresa Homópolis: http://www.homopolis.com.mx/edicion.asp?id=119]
La razón más frecuente que puede conducirnos una noche de jueves a pagar un ticket en la taquilla de algún teatro, suele tener un tanto que ver con que no tenemos alguien que justifique pagar dos boletos en lugar de uno sólo, y otro tanto con que ya no hay alguien significativo con quien pasar esa noche de jueves. Porque vamos, la soltería no significa necesariamente quedarte en casa comiendo nachos frente al televisor en espera de que la autoconmiseración se aburra de ti y elija irse a molestar a otro soltero en cualquier otro departamento, en otro edificio, quizás en otra ciudad.
Así fue como mis pasos me apartaron de mis flagelaciones hasta conducirme al mismísimo Monumento a la Madre, desde cuya explanada se veía el par de teatros que, cruzando la calle, iniciaban sus funciones en breves minutos. En el del Arlequín empezaba Hasta que la otra nos separe, montaje con el que me sentí por demás identificado de inmediato, tan sólo por el título. Llegué, como dije, pagué mi boleto y entre tal como el “sin - amigos” a sentarme hasta adelante, yo solito, pero feliz de poder olvidarme de mi ex por al menos un par de horas.
La razón más frecuente que puede conducirnos una noche de jueves a pagar un ticket en la taquilla de algún teatro, suele tener un tanto que ver con que no tenemos alguien que justifique pagar dos boletos en lugar de uno sólo, y otro tanto con que ya no hay alguien significativo con quien pasar esa noche de jueves. Porque vamos, la soltería no significa necesariamente quedarte en casa comiendo nachos frente al televisor en espera de que la autoconmiseración se aburra de ti y elija irse a molestar a otro soltero en cualquier otro departamento, en otro edificio, quizás en otra ciudad.
Así fue como mis pasos me apartaron de mis flagelaciones hasta conducirme al mismísimo Monumento a la Madre, desde cuya explanada se veía el par de teatros que, cruzando la calle, iniciaban sus funciones en breves minutos. En el del Arlequín empezaba Hasta que la otra nos separe, montaje con el que me sentí por demás identificado de inmediato, tan sólo por el título. Llegué, como dije, pagué mi boleto y entre tal como el “sin - amigos” a sentarme hasta adelante, yo solito, pero feliz de poder olvidarme de mi ex por al menos un par de horas.
La verdad es que si esa era mi intención, había cometido un muy grave error. Quien quiera que hubiera escrito esta obra me espió durante mi relación desde el primer momento, ¡lo juro! Cuando en la historia entre los dos protagonistas se hablaba de las frecuentes invasiones a la intimidad, hablaban de mí; cuando llegaban al punto de la desconfianza, hablaban de mí; y cuando en el intermedio le solicitaron a alguien que dejara de llorar con esos destemplados alaridos, definitivamente también hablaban de mí.
Lo peor fue la segunda parte, abordando una y otra vez el asunto del perdón. ¿Qué es lo que separa a una pareja?, ¿la muerte?, ¿la otra o el otro?, o tal vez, ¿la falta de capacidad para perdonar?
Cuando cotidianamente hablamos del perdón, tendemos a clavarnos con la idea absolutamente judeocristiana de poner la otra mejilla; sin embargo la vida en pareja no es lo mismo que comprarse una vocación de mártir.
El amor no tiene que doler, pero a veces duele porque somos negligentes con nuestro compañero, o simplemente descuidados, y olvidamos considerar sus necesidades o sentimientos al momento de actuar; a veces él es quién comete el descuido y somos nosotros los que salimos lastimados. Es en ese momento cuando consideras, o lo considera él, qué tienen en su relación; probablemente, si llevan mucho camino andado, valga la pena el perdón frente a un error (por llamarle de algún modo) que no significa tanto como lo que en todo su conjunto significa tu relación. O puede ser que lleven poquito tiempo andando y a la tercera semana te está poniendo el cuerno, entonces puede ser que el “error” sea, en realidad, un pronóstico de cómo van a irse desarrollando las cosas y qué es lo que te espera; en este caso quizá el perdón no venga mucho al caso.
En cualquier caso, la clave de perdonar, o no hacerlo, consiste en sopesar cuidadosamente la situación que te ha lastimado con respecto a la calidad de tu relación: si el error cometido no es suficiente para darle fin a cuanto anteriormente les unía a ti y a tu pareja, entonces pueden seguir adelante; pero si el error es más que suficiente para terminar, entonces habrá que hacerlo. Cada quien puede evaluar así su propia historia, pero en ningún momento se trata, efectivamente, de dar la otra mejilla. Cuando una infidelidad se da, una falta de respeto, una pelea en la que ambos salieron perdiendo o lo que se te ocurra dentro de un prolongado etcétera, algo debe de cambiar, cada acción involucra una reacción, ante cada herida debe de existir un proceso de sanación.
La situación sucede, te detienes perplejo, te enojas haciendo cabal uso de tu derecho de enfadarte y paulatinamente te das tiempo para que tus emociones se calmen; es entonces cuando consideras: ¿por qué hizo eso?, ¿en qué contribuí para que lo hiciera? Son dos preguntas que no se enfocan en distribuir las culpas, no hay en ello el menor sentido, sino en considerar que él y tú, como el equipo que son, forman un estrecho sistema donde cada uno transforma al otro a cada instante, intercambian mensajes, se dan cosas a entender; por eso, pregúntate con franqueza cuando tus ánimos se hayan enfriado y una vez que te lo preguntaste, pregúntaselo a él. Los errores en la relación solamente se resuelven cuando ambos se organizan para encontrar las respuestas que les hacen falta.
Digámoslo de esta manera: la relación de pareja es un rompecabezas del que cada cual conserva la mitad de las piezas, y para entender de qué se trata, no basta con tratar de armarlo sólo con las piezas que conservamos, necesitamos pedirle al otro las que trae para que la imagen quede completa y se vea con claridad.
Contrariamente, el amor duele cuando los miembros de la pareja se dejan de hablar con honestidad, obligando a que cada cual se haga sus propias historias con las pocas piezas que conserva del rompecabezas. Las expectativas dejan de compartirse, la comunicación se rompe, se incrementan las incertidumbres y al final, que suele ser un triste final, resulta que cada quién vivía su relación de pareja en completa soledad. Por eso el perdón necesita ser un proceso que deje en claro lo que sentimos, aunque eso nos haga ver vulnerables, y revele qué es lo que el otro sintió, además del nivel de compromiso que hay entre los dos para que lo que pasó no vuelva a suceder: ¿qué es lo que ambos haremos para que no se repita?
El perdón es un proceso de sanación que concierne a la pareja, porque si bien uno es el que comete el error, usualmente son ambos los que terminan lastimados y son ambos los que necesitan perdonar. Con el perdón deja de ser necesario cargar con el rencor, que no es otra cosa que el dolor eternizado, igual a una herida mal cerrada.
Así, reflexión tras reflexión el montaje concluyó, las luces se encendieron y los actores salieron como si nada para agradecer al auditorio; yo estaba hecho ovillo sobre mi butaca, algunos aún reían de forma nerviosa desde el último chiste y otros terminaban de tomar sus notas para que no fueran a olvidar ningún detalle. Finalmente, todos aplaudimos y abandonamos la sala, pero llevándonos los argumentos de la obra a cuestas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario