Sutra de las ventanas rotas.

La avenida Aztecas, en Coyoacán, es junto con Garibaldi la meca de los mariachis. Si te propones llevarle serenata a tu amorcito, o si ha llegado el cumpleaños de tu progenitora y quieres agasajarla al más puro estilo mexicano, en Aztecas vas a encontrarte con los más folclóricos exponentes del arte mariachista. O como sea que se diga.

Hoy caminaba por ahi.

Lo que hizo de mi caminata una experiencia más interesante fueron los puestos de pulgas y chácharas que abundaban en las aceras como suele ocurrir por aquí cada domingo a media tarde. En algunos casos debía de bajarme al arroyo vehicular porque los puestos sobre la acera bloqueaban el paso de los transeúntes. Y cuando no eran los puestos o los autos aparcados sobre la banqueta, eran los grupos de vecinos del barrio que bebían con camaradería la tercera o cuarta caguama del día.

Caminar por la avenida era, tristemente, como permanecer atrapado en un sanitario público, de esos que para donde voltees hay algo particularmente ilegible que leer. Aquí centenares de bandas callejeras han dejado su firma en zaguanes, bardas, postes y cortinas metálicas; uno llega a temer que si no avanza con la suficiente prisa, tambien acabara con un grafitti a cuestas. Y continuando con esta experiencia multisensorial, el mal olor de las alcantarillas y los botaderos de basura esquina a esquina hacen notar su portentosa presencia mientras el indigente esquizofrénico en turno hace lo suyo para camuflarse entre las bolsas, perros y los desperdicios.

Uno que otro par de ojos que te clava con fijeza su atención, una que otra ama de casa que como bólido se estrella contra uno para seguir su camino como si nada; caninos famélicos escapando del neumático de los autos y niños de barrigas tan redondas como el balón detrás del que corren a mitad de la calle crean un entorno de jolgorio post - apocalíptico; más grafitis, más basura, más borrachos en las esquinas y en los locales de refacciones y vulcanizadoras.

Creo que de aquí nació la nada esperanzadora perspectiva ciberpunk.

Intuyo que sabes ya para donde van mis ideas. Mientras caminaba por Aztecas no podía dejar de pensar en lo fea que era, o en lo triste que seria mi existencia si por infortunadas circunstancias me viera obligado a vivir por ahí. Todo tenia que ver con todo, cada elemento de ese escenario explicaba la inherente presencia de los demás, y al final, esa perversa armonía dejaba muy en claro que el barrio en mucho tiempo no habrá de cambiar; así es Aztecas, igual que otras muchas avenidas o barrios en la Ciudad de México.

Hace algunos años cayó en mis manos un libro llamado No más ventanas rotas, en el que describían a detalle el efecto de una sola ventana rota sobre un barrio completo. Este libro surgió después de que un alcalde en Nueva York, un tal Rodolfo, por ahí del año 2000 pusiera en cintura a la ciudad. Lo que sea que eso signifique. La idea es que donde de inicio se deja rota una ventana, después hay dos; donde hay una casa descuidada, luego encuentras tres; donde hay una calle por la que da miedo cruzar, en breve tendrás el doble de ellas en el mismo barrio.

Acerca de la avenida Aztecas, se me ocurre que todo empezó con un barrio de familias que recién se establecían en la ciudad:

Las colonias alrededor de esta avenida se conformaron con mucha gente de otros estados del pais que se quisieron establecer en lo que otrora era un territorio inhóspito: los pedregales. Antaño nadie creía que la vida civilizada pudiera darse por acá; no había más que piedra y nopales, serpientes, tlacuaches y ardillas para aventar para arriba. Esto es el rastro que dejó tras de sí la erupción del volcan Xitle, pero con todo, la gente se estableció entre las rocas y ocuparon grandes terrenos para levantar sus casas; frecuentemente ellos mismos armaban los muros, el piso, las habitaciones y demás. Fueron llegando más y más, era gente luchadora, y luego de algunas décadas se formó Santa Úrsula, Santo Domingo y alguna otra colonia cuyo nombre la encomendaba a cualquier otra entiddad divina.

Pero siguiendo el razonamiento de Rudolph Giuliani en No más ventanas rotas, me atrevería a suponer que en aquel barrio un mal día alguien pensó que seria buena idea deshacerse de la basura simplemente dejándola en la esquina algunas cuadras hacia la avenida. Entonces esperó a que medianamente oscureciera, agarró sus tres o cuatro bolsas y las llevó como si nada a la calle; al cabo el servicio de limpia de la ciudad se haría cargo. Y así fue, media semana después las bolsas de basura dejaron de estar en aquella esquina.

Por su parte, los vecinos vieron que un día aparecieron unas bolsas de desperdicios en esa esquina, donde, de hecho, daba la casualidad de que no había una casa habitada sino un terreno bardeado. Entonces ellos tomaron a su vez sus bolsas y las llevaron para allá, al cabo que a nadie molestaban y estaban lejos de la puerta de sus casas. Así nació un bello y próspero botadero de basura. Los perros callejeros, que saben mucho de calles, tardaron muy poco en encontrar ese nuevo recurso que las buenas personas del barrio les habían proporcionado y se apresuraron a hincarle el diente; el problema es que ya las ratas del terreno baldío lo habían descubierto mucho antes y les dejaban la comida roída y ensalivada con sabor a rata.

Posteriormente las ratas se acostumbraron a esa buena vida y luuego de un comité democrático mandaron scouts a las casas.

Efectivamente los roedores encontraron más de eso en las casas aledañas al botadero y adquirieron las habilidades necesarias para convivir de buena fe y mejor apetito con los humanos. Para fortuna de su raza y género ratonil los vecinos que pasaban por esa esquina encontraron tan buena la idea de nada más sacar su basura de sus casas en lugar de aguardar el día y horario de los camiones recolectores de desechos, que los botaderos continuaron floreciendo por distintos puntos del barrio.

Entonces llegaron los borrachos. Hombres y a veces mujeres que no eran bien vistos en sus propias colonias porque bebían en las calles y causaban desmán, pero que en este barrio podían estar a su gusto pues nadie les importunaba; particularmente daba la impresión de que las zonas cercanas a los botaderos de basura a nadie les importaban, por lo que se quedaban un ratito a beber a gusto. Un ratito, una noche, una noche y hasta el medio día cuando se trataba de un fin de semana. En breve así, como club social, se fueron identificando entre ellos y reuniéndose los borrachos calllejeros cerca del botadero; de cualquier botadero.

Las luces en las farolas se funden en las calles y se cambian cuando la gente solicita que así se haga, pero a nadie le importaba que se cambiaran las luminarias fundidas de los botaderos de basura; estaban todos ellos convenientemente lejos de la puerta de sus casas como para que alguien se preocupara.

Así fue como en ese oscuro rinconcito de la colonia, o en ese otro, o en cualquiera de los muchos que a la postre surgieron, los que se emborrachaban dieron la bienvenida a los que traían sustancias mejores que la cerveza, y aunque muchos no hacían más que aferrarse a sus caguamas, algunos otros si campechaneaban alegremente entre la chela, la piedra, la mota y las jeringas. También llegaron los que habían robado a un vecino en el otro barrio, y los que decían que habían limpiado una casa completa en menos de media hora. Buenas historias las que se contaban entre sí los que frecuentaban la penumbra cerca del botadero, como compitiendo por quien se traía consigo el mejor alarde.

Con el tiempo los buenos vecinos dejaron de pasar por ahí, se daban la vuelta por el otro lado de la manzana para no tener que enfrentar espectáculos desagradables. Así, los meses pasaron, poquitos, hasta eso, y quienes se reunían en el botadero de basura descubrieron que les habían dejado el lugar nada más para ellos. Entonces concluyeron que ese era su lugar. Para entonces los hijos de los vecinos de las casas aledañas ya ubicaban el movimiento en el botadero más cercano y de cuando en cuando se daban su vuelta para compartir un chupe, a veces una fumada, un buen chiste o hasta un piquete. Nunca falta el aventado.

Entonces la gente del botadero declaro ése su territorio y se pusieron a ellos mismos un nombre como grupo, como banda. La banda del botadero de aquí, la banda del botadero de allá. Se les olvidó que si otrora nadie les molestaba era porque estaban cerca del sitio donde los vecinos tiraban su basura; asumieron que nadie se metía con ellos porque eran una banda, y se salieron del botadero para recorrer la colonia.

Pero el mensaje prevalecía con claridad: puedes hacer lo que quieras en los lugares que a nadie le importan. Y, ¿cómo identificas un sitio que a los vecinos no les importa?, bueno, si pasas frente a una casa que tiene el cristal de su ventana roto y cuando días después vuelves a pasar y esa ventana sigue igual, a nadie le importa esa casa. Reta a un compañero de tu banda para que rompa un cristal en la ventana de junto, o mejor aún, lleva tus latas y firma en la pared de esa casa. Una vez que sea tu territorio podrás seguir dejando tus huellas, quizá expresando tu enfado, tus ansiedades, tu frustración.

No olvidemos que cuando se trata de colonias de migrantes, gente llegada de los estados fuera de la ciudad, el estrés y ansiedad con la que se vivía era mayúsculo: adáptate, sobrevive, pruébales que no fue un error venir a la ciudad. Y una vez que descubres que esa tensión la puedes echar fuera con una buena pinta, una ventana rota o hasta mediante algún que otro parroquiano maltratado, entonces tienes la clave. Uno se tarda poquito en descubrir que cuando dejamos huellas en nuestro territorio hacemos una muestra de poder, y cuando ejercemos el poder sobre nuestro territorio obtenemos la falsa sensación de pertenencia.

¡Y ojala el etrés nada mas surgiera de haberte aventado una gran mudanza!, porque la verdad es que el mero hecho de vivir en la ciudad ya es una actividad estresante. No hace falta ser recien llegado de Momoxpan o Pénjamo para tener el impulso de sorrajarle un puntapié al vecino.

Las cosas marchan bien. Los vecinos a quienes antes no les importaba lo que ocurría una cuadras lejos de la puerta de su casa, ahora se agobian y caminan apretadito para llegar rápido; cruzan el portón, cierran la puerta a sus espaldas y suspiran aliviados. No se meten con nadie aunque las cosas más allá de su puerta se han vuelto peligrosas; pero no importa si de la puerta de su casa hacia el interior de ella todopermanece estando bien.

Además se preguntan quién será el responsable de tanta inseguridad y delincuencia.

Como sea, ahora no hay una casa deteriorada, sino toda una calle que exhibe una absurda multiplicidad de firmas y pictogramas que no le dicen nada a nadie que no pertenezca a la banda que los ha pintado, porque como microcultura, las bandas ya tienen sus códigos y referentes propios; algo así como su propio lenguaje que les distingue de los otros. Y eso esta bien, los grupos e incluso las bandas están bien cuando se desarrollan sintonizadas con la comunidad en la que surgen. En este relato ellos no tuvieron tanta suerte, le hicieron como pudieron porque, finalemnte, a nadie le importaba.

Y como los vecinos ven que efectivamente a nadie le importa, ellos también riegan sus autos con manguera y sacan su basura a medio día mientras saludan a sus vecinos con simpatía. Tiran sus bolsas junto al árbol de la esquina que ya está más seco que el mismo asfalto de su calle y se devuelven a casa. No le temen a las bandas que juegan el juego del depredador en las calles, porque ya los conocen: son sus hijos, vecinos y sobrinos quienes las integran, y algún que otro agregado cultural. No son malos, es que son jóvenes. Y una vez racionalizado en sus cabecitas y completamente normalizada la situación, según su modo de ver, le siguen a su vida.

El ser humano a todo se acostumbra; somos capaces de terminar por ver normal cualquier cosa.

Con este ánimo de tolerancia absoluta los vecinos se relajan a sus anchas, no hay temor ni respeto social. Estacionan el auto a medio centímetro del muro de su casa no'mas porque no pueden meterlo hasta la sala. Afuera hay mucha inseguridad, se repiten, y no se detienen a considerar que un peatón, quizá un niño, va a tener que bajarse de la banqueta para seguir su camino. Un día atropellan a una niña en la calle por caminar en el arroyo, pero a nadie le importa.

El gobierno en turno dirige, entonces, recursos al mantenimiento de las áreas comunes de los barrios, y de entre todas las alternativas selecciona las colonias más llamativas para hacer más trabajo ahí. Es decir, los barrios cuyos habitantes demandan mayor atención son los que reciben más recursos; pero hay barrios que a nadie le importan, ni a los propios vecinos que los habitan. A esos les destinan lo suficiente para limpiar un poco sus calles de la basura, pero será en la próxima administración que se les repararán las farolas rotas, las paredes rayadas, los desagües tapados. Claro, ese momento con la siguiente administtración ni llega, ni importa.

Así la historia sigue ab infinitum, con una comunidad que no se preocupa de si misma. Impera la filosofía del "alguien se encargará", o el "mi casa es de la puerta de ésta para adentro"; no hay quien considere que el deterioro en las calles de su barrio se expande silencioso como un contagio, que no hay un punto demasiado lejano a la puerta de su casa y que, al final, el contagio cruza sin llamar a su puerta y arrastra dentro de casa a todos los que encuentra. Triste y aislada individualidad la que vivimos.

Así termino. Empecé hablando de la avenida Aztecas y sin proponermelo y terminé hablando de mi ciudad completa. Así funciona, el todo es un reflejo de las partes y no solamente la suma de éstas.

¿También tu te has preguntado de donde salió la delincuencia?, ¿porqué no desaparece la corrupción en los distintos niveles de gobierno? Dime entonces si alguna vez has dado una mordida para ahorrarte un trámite; si no te has hecho cargo de tu basura o la has dejado caer a media calle; si te has evitado pagar el mantenimiento de tu edificio, barrio, ciudad o cualquiera de esos pequeños pecados que cotidianamente nos permitimos pensando que, al final, no importan. Detente un poco para reflexionar conmigo y cuéntame cuál es el área de esta ciudad que consideras tu casa.

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