En México,
desde por ahí del siglo pasado, el trabajador promedio y convenientemente
educado, sueña desde chico con la “estabilidad laboral”; esto claramente
implica que pretenderá encontrar un empleo donde pueda mantenerse hasta la
jubilación, una chamba que le pague su seguro de gastos médicos mayores y un
buen plan dental, vacaciones pagadas al año, primas dominicales, incentivos,
aguinaldo, caja de ahorro, vales de despensa, vales de gasolina, coche de la
empresa, tanda, cóctel anual, medio pavo para la cenita de fin de año y una
secretaria ejecutiva con computación que se pueda sentar en sus piernas para
tomarle acomedidamente el dictado. Si además le agregamos que algunos
ambiciosos buscan puestos heredables como en el sindicato de maestros o en la compañía
de petróleos mexicanos, bueno, todos los días hasta los martes trece serían
navidad.
Pero, ¿hay
en la vida las suficientes garantías hacia algo, como para poder presumir que
se haya alcanzado la presunta estabilidad?; seguramente no, y seguramente menos
aún en el contexto laboral.
Sin embargo
la pretensión generalizada de ambiente laboral del México post revolucionario
fue y es hoy todavía que el patrón le resuelva la mayor parte de la vida al
empleado, quien a cambio y haciendo sus labores cotidianamente, mirará con
resentimiento de por vida al patrón que le promete proveerle de esa
estabilidad, chamba, salario, vales de despensa y prestaciones. Pero, más allá
de la aparentemente enfermiza relación amor – odio del empleado y la empleada
mexicanos hacia su patrón (y que frecuentemente puede ser una situación
correspondida), cabe preguntarse aquí, en corto, quién nos conviene que sea el
responsable de la tan perseguida estabilidad de nuestra vida.
¿Yo mismo?,
¿mi mamá?; ¿el patrón de la empresa a la que yo entre a laborar una vez que
siendo grandecito pueda decirse que "maduré"?, ¿no es acaso caer en
una trampa peligrosa el aceptar que alguien distinto a mí satisfaga grandes
aspectos de mi vida propia y se responsabilice de mi porvenir?
El riesgo
más inmediato es que la personalidad que acate este estilo de vida, no logre en
momento alguno asumirse como adulto. He aquí lo irónico: para anular la
incertidumbre existencial, el empleado tradicional delegará su proyecto de vida
a la voluntad de un patrón y el cobijo de una empresa; pero al no tener
entonces, las riendas de su propia vida en sus manos y quedar dependiendo de la
buena voluntad de un tercero, la persona en cuestión vivirá una incertidumbre
sostenida. En el mejor de los casos el empleado va a hacer suyos los valores de
la empresa y acatará como una religión ortodoxa la filosofía corporativa, la
misión, la visión y el destino colectivo de su división laboral. Va a encontrar
en la empresa una nueva familia funcional y un nuevo sentido y propósito para
su vida.
Por eso,
cabe insistir en que la vida es de quien la trabaja, igual que la tierra… o los
orgasmos. La vida es propiamente de quién la piensa y se esfuerza en
contestarle sus grandes incógnitas existenciales; cuando la vida que vivo no la
trabajo ni le construyo un sentido, puedo quedarme con la sensación continua de
estar fuera de lugar o de no pertenecer.
En términos
generales, no se trata de ir, sentarse y sumar números, revisar documentos o
poner cara de estar haciendo algo importante mientras reviso mi Facebook,
twitteo o hago sudokus en el monitor de mi computadora; trabajar en la vida no
consiste en calentar el asiento que ocupo como si me pagaran por llenar un
espacio, ni se trata de hacer actividades rutinarias y monótonas que para el
caso podría hacer el software adecuado. Se trata de construir de manera
significativa mi propia percepción de logro, o sea: sentirme satisfecho o
satisfecha, tener orgullo de lo que hago y creer que eso beneficia a mi mundo
inmediato. ¿Suena muy extraña esta afirmación?
Cuando
niños, hacíamos las cosas para obtener la aprobación de papá y mamá, y de
jóvenes estudiábamos para que un profesor nos calificara (no hablo de calificar
nuestro desempeño, no: el sistema educativo nos entrena para recibir la calificación
sobre nuestras propias personas, ¿a poco no?). Ya siendo adultos, igualmente
nos esforzamos para lograr lo que creemos que nuestro patrón espera de
nosotros, porque ahora el va a calificarnos, aprobándonos o enfadándose con
nosotros por no cumplir sus expectativas. Pero, ¿cuál es el momento en que
empieza uno a cumplir sus propias expectativas o a asignarse sus propias
calificaciones?
Según este
esquema, dicha autonomía nunca llega ni se la espera. Por eso ocurre que cuando
le preguntas a alguien cuáles expectativas tiene para sí mismo o para sí misma,
y el interfecto o interfecta te mira con ojos de bovino constipado, puedes
darte cuenta que o no comprende la pregunta, o no tiene idea más mínima de cómo
responderla. Demasiado tiempo esperando a que las respuestas le lleguen desde
afuera.
Y es que
las fallas evidentemente son de origen. Debido a que han sido otros y otras
quienes respondieron aún mis preguntas más personales, cuando debí definir a
qué habría de dedicarme para toda la vida (cuestionamiento que por otra parte
hemos de contestar cuando no tenemos idea absolutamente de nada de la vida),
probablemente no me detuve a tomar muy en serio la respuesta que daría.
Entonces al entrar a la universidad, también es probable que eligiera una carrera,
o no eligiera ninguna y me quedara afuera, para luego arrepentirme de haber
tomado esa decisión.
¿Cuándo fue
que dejó de interesar elaborarnos un plan de vida?
Las
personas que claudican en la responsabilidad de conducir sus vidas, usualmente
no suelen hacer cambios significativos, no se lo permiten porque cualquier
cambio trae un incremento de incertidumbre. Entonces, sucede que podrías llegar
y decirles que si erraron de carrera pueden estudiar otra cosa
independientemente de la pila de años que tengan encima, o que se vale
improvisar en cualquier punto de la vida: puedes aventarte a sacar un negocio,
les dices, o a poner una empresa de lo
que más te guste. Sin embargo es muy posible que te respondan con una negativa,
a veces contundente, a veces simplemente poco asertiva.
El empleado
tradicional no modifica el curso de su vida salvo cuando alguien distinto a él
toma la decisión de que así sea: un recorte de personal, un despido, el quiebre
de la empresa, etcétera. La fantasía de estabilidad es uno de los valores
principales en su filosofía de vida, y es a la vez, un valor ampliamente
aplaudido en el México del siglo veinte: las personas que se conformaban y que
simplemente perseguían las inercias más tradicionales, eran sin duda personas
que no se detenían a buscar cambios sociales.
Pero
simultáneamente, estas personas se vuelven un creciente lastre demandante para,
y dependiente de las empresas; debido a su miedo al cambio y persiguiendo la
fantasía de estabilidad, alimentan a los sindicatos y los sindicatos no
solamente frenan la productividad de las empresas, sino también implican una
fuga de recursos que las impide a ellas desarrollarse. ¿Los sindicatos en
general?, no, me corrijo: la cultura sindical en México, en lo particular. Como
muchas otras instituciones, el sindicalismo en este país surgió como una
respuesta a las demandas de los trabajadores que necesitaban protegerse de
entornos laborales muy hostiles; ellos se organizaron en sindicatos que tenían
por objetivo preservar el bienestar del empleado. Hoy en día el objetivo
principal de los sindicatos es su propia preservación, aun a costa del propio
trabajador o de la empresa en que surgieron.
Ampliando
la óptica a través de una simple sumatoria de manzanas, encontramos que el
grueso de las empresas que están sumidas dentro de esta cultura laboral,
participa de una economía nacional amarrada a usos y costumbres que no permiten
la innovación, el crecimiento ni el desarrollo. La economía estancada pone un
techo de desarrollo muy bajo para las empresas nacionales, las que al no
desarrollarse, mantienen estancada la economía dentro de una dinámica circular
tremendamente viciada.
Y en medio
de todo, formando parte del problema desde su estrecha inmediatez, tenemos a la
persona.
Mira a los
transeúntes que van de camino a sus trabajos, contempla la pesadez de su paso
cansino. Algunos son los oficinistas de escritorio que participan en la larga cadena de trámites que
estas llevando a cabo para titularte en la universidad; a ellos y ellas no les
gusta su trabajo, no les pidas que lo hagan con eficiencia. Su prioridad es
cobrar. Otros de los que caminan por acá son los cajeros del banco al que te
diriges para hacer fila y pagar las deudas; conversarán entre sí cuando lleguen
a sus ventanillas, no atienden a nadie pero tampoco a ti porque están ocupados
dándose los buenos días desde hace veinte minutos. Hay quienes sacan de bodega
eso que tú vas a comprar más tarde, pero no lo han hecho todavía porque como
nosotros, también hacen como que trabajan, así que te quedarás con las ganas de
llevarte a casa la mercancía que buscabas.
Yo por mi
parte, puede que trabaje en algún lugar donde, cuando ellos vayan a solicitar
un servicio, no encuentren la atención que buscan porque yo he hecho mi chamba
a medias, anhelando mientras trabajo a que llegue el viernes y pueda
desentenderme de mis labores, de mi patrón y de los unos cuantos trozos de vida
que se me han venido escurriendo a lo largo de la semana.
¿Alguna vez
leíste Momo, de Michael Ende?, te invito a leerlo, vas a encontrarle
interesante y entretenido. Cuando lo hagas, acuérdate de este texto, ¿quieres?
Urge
hacernos responsables de nosotros mismos y de nuestra felicidad a un plazo
inmediato; desconcertemos a otros afirmando que amamos nuestro trabajo, pero
primero encontremos la manera de efectivamente amar lo que hacemos, así nos
cueste arriesgarnos a buscar uno mejor. Todo se trata de esto: si te encargas
de ser feliz harás bien tu trabajo, la empresa donde laboras funcionará
óptimamente como relojito y el medio económico donde esa empresa está inmersa
será productivo y habrá progresar el producto interno bruto del país al que
pertenece. Todo responsabilizándose cada
persona de su propia satisfacción en la vida.
La fórmula
no es compleja, si eres el protagonista de tu vida y te haces cargo de lo que
te toca, los demás podrán hacerse cargo de lo que les toca también. ¿Cuál sería
el beneficio inmediato de hacerlo?, que tendrás en tus manos la vida que
siempre soñaste, ¡así de padrísima!, porque serás tú mismo o tu misma quien se
encargue de construirla. No hay mejores manos que las esas para conducir tu
vida.
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