Cedric Lugo: Cap. Uno

Evidentemente, un beneficio añadido de la Colonia Roma por la noche, es que puedo continuar hablando conmigo mismo y nadie va a interrumpirme. Viejos hábitos; antes, a uno lo encerraban por mañas como esa. 

No es que no esté nadie en las calles, porque de hecho, entre las personas ofreciendo servicios sexuales y pidiendo cigarrillos prestados que jamás van a devolver, la gente enfiestada rebotando de banqueta en banqueta, o los honestos maleantes que se platican sus atracos con la naturalidad de quien describe un día cualquiera en la oficina; entre ellas y ellos, la noche siempre está poblada, pero mis soliloquios y yo, para nada somos lo más interesante de por aquí. 


En casa, Samuel ya está dormido; vivimos juntos, pero no coincidimos lo suficiente porque nuestros horarios se divorciaron hace ya mucho tiempo. Llego, entro por la puerta en silencio, según yo; me dirijo a la cocina porque el trayecto nocturno me despertó el apetito, y encuentro que el buen Sam me ha dejado una nota prendida de un imán en el refrigerador: 


“Irene llamó para confirmar tu cita. Le dije que ahí estarás mañana. 4 pm. Tienes que ir y contarle o no volveré a entrenar contigo. Besos.”


Realmente es genial entrenar con Sam, te presiona y hace que le saques todo el provecho al gimnasio. Irene es la psiquiatra a la que le miento dos veces al mes, a veces una cuando logro convencerles de que me he despistado con los compromisos de mi propia consulta. Lo sé, soy cliché del psicoterapeuta que toma medicamentos psiquiátricos, pero esto es lo que hay. Yo mismo no tengo claro si me interesé por la psicoterapia debido a que atravesé la pubertad en compañía de una legión de psiquiatras, terapeutas y psicoanalistas, o fue solo que la carrera de psicología prometía no tener matemáticas. 


Publicidad engañosa, por supuesto. Si tenía matemáticas. 


Lavo los trastes, sigo con mis dientes, me encamino a mi cama con un vaso de agua en la mano. Sam está perdido entre las cobijas, en el lejano oriente de nuestra cama matrimonial. Esto, que en realidad es muy simple, se explica mediante la teoría de la expansión del universo, verás: el universo se expande aumentando su tamaño, las galaxias se alejan entre sí, las distancias crecen, las parejas se distancian; es por esta razón que con el tiempo las camas parecen cada vez más grandes, hasta que efectivamente lo son, y se convierten en camas individuales que jamás vuelven a juntarse.


Al quedarme dormido, los sueños llegan, como cada noche, pero son los sueños correctos gracias a Dios. Yo mismo, pero de joven, mucho más joven, atrapado en un hermoso lugar donde todo el mundo parece divertirse, pero yo no me divierto. Recuerdo que me han obligado a estar ahí, que a mi familia le preocupa no poder hacerse cargo de mi lo suficientemente bien: me he cortado, mi personalidad cambia, había empezado a consumir drogas para tener un poco de dominio sobre mí mismo. Si, la cosa se había descontrolado. 


Paredes blancas, los medicamentos de cada tarde y mis amigos imaginarios sugiriendo estrategias para no meterme eso a la boca. A veces funcionaba, y a veces me castigaban aislandome a oscuras y por días, cuando algún enfermero me cachaba en la movida, tal vez envenenando con antipsicóticos a alguna maceta inocente.


En realidad solamente era uno, no tanto un “él” o una “ella”, sino más bien un “eso”. Al principio pensaba que todo el mundo tenía amigos invisibles, de esos que no ves, pero sabes que están ahí; les escuchas. Te avisan cuando en casa, tu mamá ha descubierto tu reserva de anfetas, o cuando si te contaron que irás de vacaciones, te revelan que en realidad van a traerte a una clínica para gente rica donde lo pasarás en grande, con otra gente y con otras drogas, mientras te convencen de a poquito, por años, de lo roto que estas por dentro.


Y entonces voy y me hago terapeuta. En algunos lugares, a eso le llaman síndrome de Estocolmo.


Cuando sueño, siempre sé que lo estoy haciendo, y sé que son los sueños correctos si no aparece “eso”; y si durante el sueño ni lo invoco, ni le invento un rostro, si no me siento fragmentado y tampoco recuerdo su nombre. Todo se descompone cuando eso aparece; al menos he de reconocérserlo a la terapia con Irene, gracias a ella, desde hace años soy el único inquilino en mi cabeza.


Siete de la mañana, un insulto al hombre moderno civilizado. Por más que trato de hacerle entender a Samuel que el organismo humano está diseñado para levantarse a las 9, él no me cree; yo tampoco lo hago, pero qué más da si de todos modos me hará rodar inexorablemente fuera de la cama,  hasta que el agua fría de la regadera me devuelva a la realidad. 


  • ¡Buenos días Sísifo! Anda, que esa piedra no va a rodarse sola.

  • Buenos días Cedric, ¿amaneciste de buenas? No escuché a que hora llegaste anoche.

  • Si, bueno, sabes que me gusta caminar y disfrutar la luna de regreso a casa, especialmente los días pesados. No quisiera llevarme los problemas de otros a la almohada.

  • ...

  • Le confirmé a Irene, al rato a las 4. 

  • Si, vi tu nota, Sam.

  • Esta vez es importante que vayas, voy a ir yo contigo.

  • Pero…

  • Encontré tu escondite de pastillas detrás del refri. ¿Hace cuanto tiempo que no te las estás tomando, Cedric? ¡Mira esa bolsa!, ¡fácil son treinta frascos!

  • Llevo meses sintiéndome mejor, ya te había dicho…

  • ¡No mames, Cedric! Llevas meses portandote raro, te portas como sonámbulo, y estás hablando dormido a las 3 de la madrugada. ¿Qué chingados tienes que despertarme a las 3 de la madrugada llamado a un tal Finch?, ¿me vas a decir ya quien jodidos es el tal Finch?

  • No es nadie, solo son ideas incoherentes que mi inconsciente vomita para joder nuestra relación. ¡Perdón si no me hago responsable de las molestias que te causan mis sueños!

  • ¿Sabes que?, hablamos al rato. Te juro que siento que esto me está rebasando.


Azotó la puerta al salir y apuesto a que todos los vecinos del edificio se enteraron de que amanecimos echando bronca, otra vez. Si, lo se, identifico perfectamente que es mi culpa y que efectivamente también, no soy el mismo con los fármacos que sin ellos. Trato de convencerme de que ya hicieron el bien que debían hacer, y me autoprescribí abandonarlos. Entre terapeutas de la salud mental, resultamos ser pésimos pacientes.


Me estoy mintiendo, también lo se. Pero mi realidad es que me gusto más siendo este que soy sin los medicamentos, que con ellos: lento, torpe de pensamiento, siempre con sueño. Para nada quien yo era cuando conocí a Sam hace ocho años, y para nada parecido a quien soy yo ahora. He vuelto a tener la agenda de consultas llena, me siento bueno en lo que hago y a la gente en consulta le gusta. Tuve que tomar la decisión por mí mismo.


Tengo miedo de que Finch regrese, sin embargo. Mi demonio de bolsillo se fué cuando empecé el tratamiento con Irene; pero sé que anda cerca, me observa con sus ojos verdes brillante, desde algún sitio en mi cabeza. Acechando, tal vez esperando su momento para devorarme, hacerse con mi vida y apropiarse mi identidad.


Entonces no podré elegir cómo me gusta estar ni quién me gusta ser; he visto muchas veces la psique de las personas desconfigurarse bajo el peso de la esquizofrenia. Tengo miedo, me siento solo en esto. A mí también me supera esto, Sam, pero el show sigue; yo debo continuar.


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