Un sutra treinton.

¡Bueno ya!, seamos francos. No es una casualidad el que sean los niños de treinta años quienes consumen con asidua enajenación las figuritas de acción de He - Man o se mantengan a la expectativa por la nueva serie de X Men que publica Marvel Comics, ni es azar el que las caricaturas al estilo de Fairly Oddparents para niños incluyan más gags y chistes para adultos que para menores; no, tampoco. La realidad cruda y llana es que los treintañeros, similares y conexos, nos hemos apoderado del mundo.

Inserte aquí una extensa risa maniática y perversa ( e. r. m. y p. ), gracias; ahora empecemos un Sutra generacional.

Puedes saber que estas entre personas que van abandonando sus veintes, o que ya les han dejado atrás recientemente, cuando los sorprendes arinconados haciendo grupo y enfrascados en una vizantina charla sobre temas tan tremendamente polémicos como la potencia en los proyectiles del pecho Afrodita, la robot sensual que andaba con Mazinger Z y que tan con su mano en la cintura podría darle un nuevo sentido al rollo aquél del “pecho bueno, pecho malo” de Melanie Klein; o acerca del monigote aquél que le gritaba a la Estrella Lunar de Limbo para que le diera el poder, la fuerza, la facultad y no se que tantas cosas con tal de ser invencible. Los treintañeros, similares y conexos, no solo recuerdan al Esclavo que decía “…chi, chi, chi, amo”, o al tipo vendado hasta el cogote que quería en cada episodio deshacerse de “este cuerpo decadente”, no solo recuerdan quien era Tigro, Pitufina, Bell y Sebastián y hasta la sripper esa que enseñaba las pelotas cada vez que su diamante mágico que le daba poder la volvía una no se que cada vez que ella quería. No… Los treintañeros y los que oscilan cerca de la edad son, incluso, capaces de desarrollar toda una exégesis al respecto de estos entes con argumentación, teorización y metodología toda vez que alguien mencione, siquiera mencione aunque sea tangencialmente algo que les traiga algo sobre esto a la cabeza.

Inténtalo un día, nunca falla.

Cuando yo era niño había respetables señores de treinta años, incluso de veintiocho, hombres y mujeres de bien y con el prestigio de toda persona que ha sentado cabeza; además de los niños tirándoles de la manga, la barriga chelera del hombre casado, el conato de calvicie, el carro, la oficina y la mirada tan característica de tedio por la vida. Así eran los treintañeros prehistóricos. Después llegó mi generación. Dicen que una generación se constituye por la gente que ha nacido dentro de un rango de edades sin más de tres o cuatro años de diferencia… eso, evidentemente era antes. Hoy en día las generaciones se han ido estrechando: la sociedad actual va avanzando a un paso tan frenético que puedes toparte con una brecha generacional entre dos personas con un par de años de diferencia, cuando antaño las brechas tenían la consideración de manifestarse de manera más espaciada.

Te decía, antes había respetables señores de treinta; hoy ya no. En estos días encuentras chavos de treinta, treinta y dos… que van incipientemente armándose la vida, considerando sin presiones la opción de casarse, sentar cabeza y etcétera. ¿Qué fue lo que pasó que extinguió a los señores de treinta? Quizá sea algo similar al meteorito que tuvo a bien caer en Yucatán y extinguir a los dinosaurios del vecindario.

O quizá los niños que fuimos no quisimos dejar de serlo, de ser niños.

A nadie le sorprenderá si digo que desde los setentas no maduramos tan rápido como lo hicieron nuestros padres, y ni se mencione a nuestros abuelos. En la actualidad nos vamos con calma, saboreando las circunstancias, tranquilos y sin presiones. Hombres y mujeres postergamos el fin de la adolescencia, sin el menor empacho, hasta los veinticuatro, veinticinco o por ahí. La madurez la dejamos como para los treinta y cinco aproximadamente. Que… bueno, he escuchado cuarentones que aun dicen ser chavos, ese término que en México se traduce como joven y que en Sudamérica les recordará sin duda a una deplorable serie de televisión que tuvimos el mal gusto de exportarles.

Los chavos de treinta.

Estos fulanos fueron creciendo y se acomodaron en los puestos de decisión, se apoderaron del mundo y lo moldearon a su gusto. ¿Habrase visto tamaño atrevimiento? Pues ahí tienes que se jalaron el mundo que tuvieron en su infancia y lo instalaron para su imperecedero consumo. Las caricaturas hechas por treintañeros acabaron con chistes para treintañeros y un poquitín de crítica social, también los comics; los juguetes que antes eran para jugar, ahora son juguetes de colección que son reunidos solamente por tenerlos. Aja..!, como si no jugaran con ellos cuando nadie les mira. Y así. Evidentemente yo, que cumplí los treinta en marzo no podría quejarme, en lo absoluto lo haría.

Y es que antes existía el problema de que a los treinta se terminaba tu vida. Cuando iban agotándose los veintes y tu seguías sin pasar por el altar, con vestidito blanco, anillos, ramo y toda la parafernalia, las personas a tu alrededor empezaban dedicarte miradas de compasión por “haberte quedado”, mientras tu, en esos años anteriores a que nuestras generaciones llegaran a empezar a solucionar las cosas, te perdías reflexionando en qué fatídico momento fue que perdiste el último tren. Vamos, hoy estamos conscientes de que a veces es mejor mantener felices a much@s que no’más a un@ sol@.

Cuestión de gustos… y de organización.

Los tiempos van cambiando, la gente cambia; y tiempo y nosotros, cada cual sigue su paso según criterio. A veces el tiempo nos aventaja y en ocasiones nosotros le vamos dejando atrás, al fin y al cabo, nosotros somos quienes mesuramos al tiempo, le damos identidad e intensión. Podemos pasar un siglo en el oscurantismo y de pronto comenzar a cuestionar nuestros tradicionales roles de género, nuestra sexualidad ancestral, nuestra herencia heredada. Mi abuelo solía decir que estos tiempos no son como los de antes, y al fin de estas cuentas, parece ser que le doy toda la razón.

Cómo sea, es fácil escribir a la ligera y desenfadadamente, mediante generalizaciones apresuradas que pueden incluso resultar divertidas, a mi me divierten, aplicando un reduccionismo tras otro para hablar de cómo supongo que es mi generación mientras me regodeo en la identidad colectiva de estar entre los felices treintañeros. Es verdad que sonrío mientras lo hago, y se me ocurre que es bien válido hacerlo. No lo escribiría si no lo creyera. Pero también creo en una parte un tanto más seria: si es cierto que ahora somos quienes dirigimos el mundo, y muy probablemente lo es, entonces este es buen momento para preguntarnos hacia dónde lo estamos llevando.

Así, pasamos de hablar de los Thundercats a la responsabilidad social. Si me lo preguntas a mí, te diré que no ubico del todo cual de entre ambos pudiera ser menos importante.

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