Cando somos pequeños las figuras de papá y mamá son simbólica y materialmente enormes, y se dice desde las trincheras del psicoanálisis que particularmente para los niños la madre lo es todo, en tanto que para las niñas ese todo lo engloba absolutamente su padre; tiene que ver con una cuestión edípica o electrónica (bueno, concerniente a Elektra) que no me detendré ahora a discutir. El hecho es que, finalmente, “para todo es niño su madre es Dios”, como dicen insistentemente durante la película de Silent Hill; igualito aplica para el padre.
Nos habituamos a no saber nada del universo y sus reglas, al cabo somos recién llegados, y a que mamá o papá sabrán darnos una explicación oportuna de lo que a todas luces nos parece inexplicable. Entonces se establece la fórmula infalible: vamos tropezando por el mundo jugando a descubrirlo, nos topamos con obstáculos y aparecen nuestros padres para contarnos que no es para tanto, que hay manera de seguir adelante. Uno se habitúa, efectivamente, a que nos recaten en todas y cada una de las veces en que estemos a un tris de embarrarnos contra el suelo; y del hábito llega la exigencia: la responsabilidad de nuestros padres es rescatarnos, no importa de qué o cuando. Al menos eso pareciera.

Pero de repente sucede que las semanas con los meses pasan volviéndose años, y nuestros padres a su vez volviéndose viejos. Ya no somos niños, ni somos tan pequeños, ahora vamos a la secundaria o vaya usted a saber que hagamos con nuestras vidas y sucede que papá y mamá, que no son ya tan enormes, han perdido el poder de tener todas las respuestas, particularmente mamá, porque papá está en el trabajo y hemos dejado de hacerle tantas preguntas. Entonces llega el conflicto a nuestras púberes cabecitas: ¿por qué no quieren seguir dándonos las respuestas?, y tardamos en descubrir que no se trata de que no quieran, sino que ya no pueden hacerlo más.
El mundo nuevamente se vuelve un espacio inmenso, plagado de incertidumbres y duda, y uno debe recordar la manera en que sus padres obtenían respuestas, para que uno, a su propia vez, las obtenga con eficiencia similar. Así uno crece, uno se vuelve independiente y aprende a levantarse por sí mismo cuando uno se embarra contra el suelo.
Nadie nos previno contra este sino, muy al contrario, parecían prometernos que ellos siempre estarían a cargo.
Pero el tiempo sigue transcurriendo y descubrimos que estamos a cargo y que además trabajar en equipo se vale, que las respuestas son mucho más accesibles cuando sincronizamos nuestros esfuerzos con quienes mantienen las mismas preguntas que uno, y aprendemos a compartir nuestras respuestas. Hacemos amigos, formamos pareja, nos identificamos con grupos y etcétera. La vida va simplificándose nuevamente mientras a papá y mamá dejamos de exigirles que nos rescaten y dejamos de solicitarles todas las respuestas. Pero se mantienen ahí, ellos un poquito más enormes que nosotros para hacer del lugar en donde estén un santuario que ofrecernos.
Pero el tiempo sigue transcurriendo trayendo consigo nuevos giros de la historia, la vejez les llega a ellos y la madurez a nosotros. Ellos a veces llegan cansados de luchar y quieren que ahora sean otros quienes luchen por ellos; llegan cansados de ser los enormes y piden ahora que otros los sustituyan; llegan enfermos, llegan extrañando los viejos tiempos se les escaparon, dejándoles una nostalgia crónica. Nosotros, por tanto, que empezamos la historia siendo los pequeños, ahora quedamos a cargo y con los roles invertidos: regañando a papá y a mamá porque no comieron bien, porque no han salido de su habitación y quizá de la cama en todo el día, o tal vez en la semana, porque ya dejaron de ser enormes.
Con el tiempo suficiente uno a todo se acostumbra, particularmente si ese tiempo dura lo que dura una vida, y cuando los hechos nos contradicen la costumbre a veces queda el enojo, el reproche frente a una aparente traición que se le atora en la garganta. Nuevamente, a nadie se le ocurrió mencionar que esto sucedería, que difícilmente ellos serían enormes para siempre.
Entonces, si ahora es uno quien vela por ellos, quien los regaña, vigila y les procura, ¿quién va a velar por uno?, ¿quién hará santuario de los lugares a los que uno llegue?, ¿quién tendrá las respuestas para uno?, ¿quién le cuidará? Es el momento en que uno deberá descubrir la forma de estar para ellos, pero encontrando a quienes a su vez estarán para uno; el modo de ayudarles a continuar con sus vidas, pero sin que uno abandone la propia ni su proyecto.
Entonces a uno le duele la cabeza.
Pero usualmente no llegamos solos ni aislados a este instante en que da la vida un giro tan radical; aprendimos que la vida es más sencilla cuando se vive en equipo, y tenemos amigos y pareja y gente a nuestro alrededor que aporta respuestas suficientes a nuestras preguntas, y el apoyo necesario cuando las nuestras fuerzas se han agotado. Usualmente no llegamos solos, pero también usualmente se nos olvida que no lo estamos.
Uno encontrará la manera, finalmente a uno le sucederá en su momento lo que ahora le sucede a papá y mamá, y uno querrá a su vez, como ellos, ser cuidado y protegido, y necesitará de alguien que se detenga a decirles que sigan adelante; finalmente nadie puede hacer la vida de los demás, ni uno la de sus padres, ni nadie la de uno; cada quién debe a cada momento de vida encontrar sus propias razones para seguir adelante, pero también tenemos derecho a ser acompañados mientras nos detenemos a encontrar nuestras propias respuestas, antes de seguir andando.
No lo se, al fin y al cabo, ¿que puede saber uno?
Nos habituamos a no saber nada del universo y sus reglas, al cabo somos recién llegados, y a que mamá o papá sabrán darnos una explicación oportuna de lo que a todas luces nos parece inexplicable. Entonces se establece la fórmula infalible: vamos tropezando por el mundo jugando a descubrirlo, nos topamos con obstáculos y aparecen nuestros padres para contarnos que no es para tanto, que hay manera de seguir adelante. Uno se habitúa, efectivamente, a que nos recaten en todas y cada una de las veces en que estemos a un tris de embarrarnos contra el suelo; y del hábito llega la exigencia: la responsabilidad de nuestros padres es rescatarnos, no importa de qué o cuando. Al menos eso pareciera.

Pero de repente sucede que las semanas con los meses pasan volviéndose años, y nuestros padres a su vez volviéndose viejos. Ya no somos niños, ni somos tan pequeños, ahora vamos a la secundaria o vaya usted a saber que hagamos con nuestras vidas y sucede que papá y mamá, que no son ya tan enormes, han perdido el poder de tener todas las respuestas, particularmente mamá, porque papá está en el trabajo y hemos dejado de hacerle tantas preguntas. Entonces llega el conflicto a nuestras púberes cabecitas: ¿por qué no quieren seguir dándonos las respuestas?, y tardamos en descubrir que no se trata de que no quieran, sino que ya no pueden hacerlo más.
El mundo nuevamente se vuelve un espacio inmenso, plagado de incertidumbres y duda, y uno debe recordar la manera en que sus padres obtenían respuestas, para que uno, a su propia vez, las obtenga con eficiencia similar. Así uno crece, uno se vuelve independiente y aprende a levantarse por sí mismo cuando uno se embarra contra el suelo.
Nadie nos previno contra este sino, muy al contrario, parecían prometernos que ellos siempre estarían a cargo.
Pero el tiempo sigue transcurriendo y descubrimos que estamos a cargo y que además trabajar en equipo se vale, que las respuestas son mucho más accesibles cuando sincronizamos nuestros esfuerzos con quienes mantienen las mismas preguntas que uno, y aprendemos a compartir nuestras respuestas. Hacemos amigos, formamos pareja, nos identificamos con grupos y etcétera. La vida va simplificándose nuevamente mientras a papá y mamá dejamos de exigirles que nos rescaten y dejamos de solicitarles todas las respuestas. Pero se mantienen ahí, ellos un poquito más enormes que nosotros para hacer del lugar en donde estén un santuario que ofrecernos.
Pero el tiempo sigue transcurriendo trayendo consigo nuevos giros de la historia, la vejez les llega a ellos y la madurez a nosotros. Ellos a veces llegan cansados de luchar y quieren que ahora sean otros quienes luchen por ellos; llegan cansados de ser los enormes y piden ahora que otros los sustituyan; llegan enfermos, llegan extrañando los viejos tiempos se les escaparon, dejándoles una nostalgia crónica. Nosotros, por tanto, que empezamos la historia siendo los pequeños, ahora quedamos a cargo y con los roles invertidos: regañando a papá y a mamá porque no comieron bien, porque no han salido de su habitación y quizá de la cama en todo el día, o tal vez en la semana, porque ya dejaron de ser enormes.
Con el tiempo suficiente uno a todo se acostumbra, particularmente si ese tiempo dura lo que dura una vida, y cuando los hechos nos contradicen la costumbre a veces queda el enojo, el reproche frente a una aparente traición que se le atora en la garganta. Nuevamente, a nadie se le ocurrió mencionar que esto sucedería, que difícilmente ellos serían enormes para siempre.
Entonces, si ahora es uno quien vela por ellos, quien los regaña, vigila y les procura, ¿quién va a velar por uno?, ¿quién hará santuario de los lugares a los que uno llegue?, ¿quién tendrá las respuestas para uno?, ¿quién le cuidará? Es el momento en que uno deberá descubrir la forma de estar para ellos, pero encontrando a quienes a su vez estarán para uno; el modo de ayudarles a continuar con sus vidas, pero sin que uno abandone la propia ni su proyecto.
Entonces a uno le duele la cabeza.
Pero usualmente no llegamos solos ni aislados a este instante en que da la vida un giro tan radical; aprendimos que la vida es más sencilla cuando se vive en equipo, y tenemos amigos y pareja y gente a nuestro alrededor que aporta respuestas suficientes a nuestras preguntas, y el apoyo necesario cuando las nuestras fuerzas se han agotado. Usualmente no llegamos solos, pero también usualmente se nos olvida que no lo estamos.
Uno encontrará la manera, finalmente a uno le sucederá en su momento lo que ahora le sucede a papá y mamá, y uno querrá a su vez, como ellos, ser cuidado y protegido, y necesitará de alguien que se detenga a decirles que sigan adelante; finalmente nadie puede hacer la vida de los demás, ni uno la de sus padres, ni nadie la de uno; cada quién debe a cada momento de vida encontrar sus propias razones para seguir adelante, pero también tenemos derecho a ser acompañados mientras nos detenemos a encontrar nuestras propias respuestas, antes de seguir andando.
No lo se, al fin y al cabo, ¿que puede saber uno?
2 comentarios:
Al final al parecer, lo único que es seguro entonces es que:
"Lo único que sé, es que no sé nada"
Pues bien Hernan, heme aquí publicando un comentario acerca de tu relación sui generis con tu blog...¿es obvio no? te estas involucrando sentimentalmente con una pagina en linea, mas aun, en un arranque increíble de vanidad, con una pagina que TU has generado...peculiar, muy peculiar
Publicar un comentario