Sutra de mis tres demonios.

He aquí otro sutra en el que vuelvo a hablar de mí; cualquiera pensaría que no hago otra cosa que observarme yo mismo, habiendo tantas otras cosas tan interesantes de ver. Y es que en los últimos días he existido en un estado de transición que me ha obligado a mantener la lente en mi propia prospectiva: he ingresado a la maestría, mantengo gran parte de mis pacientes en consulta, redefino mi relación familiar y coordino e imparto un ciclo de talleres diseminados por toda la república.

Obviamente estoy encarando mis límites como pocas veces lo he hecho, a cada instante frente a la posibilidad de tener que reconocer que no soy Superman. Y si no es mi sentido común quien me lo advierte, mis emociones son las que no dejarán pasar la oportunidad de recordármelo. Las traigo a todas ellas a flor de piel.

Hacer contacto con lo que uno siente, hablando del aspecto anímico, es una de las cosas que la mayor parte de los terapeutas humanistas va a recomendar a las primeras de cambio, una de las ventajas de hacerlo es que las emociones no van a llegar a invadirte, sobrepasarte y transformarte en el energúmeno que se adhiere al claxon cuando ve, atrapado en el periférico, que no ha avanzado los tres centímetros por hora que le corresponden durante alguna típica mañana entre semana. Teóricamente cuando haces paradas de cuando en cuando y haces un registro interior de cómo estas, tus emociones se quedarán en su lugar y no armarán demasiado barullo.

Pero a veces no hay tiempo para detenerse a checar nada; o mejor dicho, a veces no nos damos el tiempo. En los dos últimos meses mi situación fue en crescendo: el tiempo debí repartirlo entre las clases diarias en la universidad, los pacientes, los trabajos de la maestría, mis sutras en el blog, los viajes al interior para dar los talleres, la coordinación de la clínica, los artículos de mi columna y el gym. Fui descartando algunas cosas, las que creí más descartables: artículos, coordinación, blog, gimnasio. Craso error; el estrés no se redujo y en lugar de ello, más bien aumentó hasta que perdí el control sobre el.

Soy un hombre muy emocional, al probable grado de actuar la mayor parte de las veces guiado más por mis emociones o intuición que por la razón o la lógica; y cuando mis emociones de tornan incontrolables…

En todo ser humano hay un lado oscuro, ese al que Jung llamó “la sombra”. Este aspecto oculto que se guarece de la mirada indiscreta de los otros, más por temor a la coerción social que por elegancia, es un aspecto de la personalidad tan en sí mismo suficiente, que me conduce a desconfiar de los que se muestran como simples hombres o mujeres de pura luz, sin mácula alguna y estandartes de pureza. No, no creo que nadie sea toda bondad, lo que es una creencia muy conveniente para alguien como yo que, en resumen, es todo salvo pura bondad.

A lo largo de mi desarrollo, desde niño, en otras palabras, he sido consciente de tres demonios que se guarecen en el lado oscuro de mi personalidad y a los que suelo mantener ahí, salvo cuando el control se me escurre como arena de entre las manos:

La soberbia es mi pecado favorito, y el primero de mis demonios. Probablemente es esta la razón por la que no creo en la humildad. Calculo que alguna vez me senté con mi demonio a medio camino de nuestros territorios, ahí donde la luz se acaba pero no termina de volverse oscuridad, y negociamos lago y tendido acerca de cómo haríamos para quedar satisfechos los dos. La solución fue sencilla: afectivamente viviré con la certeza de ser grande, orgulloso de mí y consciente de mis cualidades, pero para encontrar la mesura, por cada virtud que vea yo en mi persona, buscaré una virtud en cada uno de mis interlocutores. Así seré grande, pero no me cegaré a la grandeza de los otros.

Sin embargo, como todo el mundo sabe, no se negocia con demonios porque tarde o temprano uno sale perdiendo. Debido a la relación estrecha que guardo con mi soberbia, no puedo aceptar creer en un dios porque soy incapaz de supeditarme a un poder superior a mi; poseo un ego que unas veces me salva del mundo y otras me hace tropezar; y una tentación de permitirme un tantito de megalomanía, tan solo un poquito, que podría dejar humillado a cualquier personaje de Charles Chaplin.

El segundo demonio es la gula. Me he diseñado un estilo de vida que me permite los excesos sin que parezcan serlo, mientras mantenga un equilibrio que me rescate de una inercia constante hacia las adicciones. Para protegerme contra este sino he prohibido a mi vida el consumo del alcohol, lo que me ha hecho un completo inadaptado social; el cigarro para mí es un anatema y el uso de drogas no es una opción para mí, incluso cuando emplearlas pudiera estar justificado. Excesos, finalmente.

También con este demonio me senté a negociar, y finalmente la soberbia, quien pasaba por ahí en ese momento que habrá sido como de ensueño, salió ganando. Vivo con templanza, cuidando de no iniciarme en el uso de ninguna droga, por atractivo que pueda parecer dar sólo una primera probada; jamás me termino una cerveza, y es todo lo que bebo en los bares; evito hacer del sexo un medio para la fuga de mis tensiones y mantengo la vigilancia del momento en que una conducta empieza a serme sospechosamente indispensable.

Pero mi segundo demonio no es mejor que el primero, y con él también resultaron los negocios por demás turbios. Cada vez que veo la integridad de una persona disminuir por la fuerza de sus adicciones, yo me reafirmo y me enorgullezco de mi fortaleza. Tengo una callada convicción de ser especial al no tener ningún vicio aparente. Al menos los míos no pertenecen al Top 10 de las estadísticas. Y de entre los míos, también mi tercer demonio saca partido.

La ira. Difícilmente quienes medianamente me conocen supondrían mi tendencia a la violencia: ese boom de energía que hace vibrar los costados de mi cabeza y que manda un imparable torrente de fuerza hasta mis brazos, ese tartamudeo, el gruñido, mi mirada fija y el ansia húmeda de morder, la sensación de invulnerabilidad, el poder y la ausencia fría de dolor, las imágenes vertiginosas como si mi imaginación hiperactiva se hiciese zapping y, pese a todo, esa calma parcial que igual puede dispararme a situaciones sin regreso, que darme la alternativa de contenerme.

Irónicamente, a este demonio lo llamé yo de pequeño, a los ocho años, cuando aprendí que un insecticida no mata humanos aunque te acabes la botella. Aquel domingo al despertarme al medio día, desparasitado y más fresco que una lechuga con pesticidas, llamé a la ira y le di un lote en mi lado oscuro, le presenté a mi incipiente soberbia y le amigué con mi gula. Desde entonces dejé de ver en mí a una víctima y miré al mundo como pensé que lo haría un depredador; la ira me dio, a cambio del alojamiento que le proporcioné, la seguridad para caminar las calles, para combatir mis miedos y para extraer segundas fuerzas de la nada.

Sin embargo aguarda en mi crepúsculo, acechando, esperando el momento en que pueda asomarse y tomar el control al menos por un solo instante que a la postre pudiera hacerse irreparable.

Los tres demonios son mi secreta explicación en medio centenar de situaciones: el gimnasio alimenta a mi soberbia y mi ira lo suficiente como para que ninguna tenga que sublevarse; camino largos trayectos nocturnos, me expongo sin empacho a bajas temperaturas, me descuelgo de largas cuerdas para que mi adicción de sensaciones me acalle la gula; mantengo mi autocontrol a niveles evidentes, me reviso a cada instante, me convertí en psicólogo. A estas alturas del partido se que si hago paradas en el camino para saber como voy, para preguntarme cómo estoy, mis tres demonios permanecerán en su lugar ronroneando con sorna su falsa mansedumbre.

Pero pasa que no siempre me doy el tiempo, y en las últimas semanas en las que me mantuve más comprometido con actividades externas que con mis responsabilidades para conmigo, en más de una ocasión mis demonios se asomaron sin alcanzar, sin embargo, a generar ningún estropicio. Pero por poco.

Ahora que durante un sutra me detengo a tomar aliento, voy a golpes de tecla reorganizando mis prioridades y recordando los porqués y cómos que me inventé para mantener balanceado mi propio equilibrio: el gym, el blog, la universidad, el consultorio vuelven a ser mis compromisos más fuertes. Cuesta trabajo soltar lo que se debe dejar ir, pero hay que cuidar de no dar demasiado alimento a nuestros demonios; luego no hay lado oscuro suficiente para guardarlos.

2 comentarios:

ninocrono dijo...

Demons!!!!

Son interesantes los tuyos a decir verdad: la vanidá, la gula y la ira, es curioso que los llames así pues justamente correponden a tres de los 7 pecado capitales, no? ¿Coincidencia? Nah, no lo creo.

Pero sabes que, si, si creo que seas un inadaptado social, ya que man!!!! ¿Décime cuántos sitios encuentras donde la gente se exponga y hable de si misma ? ¿Cuantos? RESPUESTA: Al menos solo conozco dos hasta el dia de hoy: el suyo y el de una amiga.

En todo caso, es interesante: ¿Alguna vez no te has cansado de ser como eres? Es decir, ¿Alguna vez no te ha pasado por la cabeza, dejar libres tus demonios y que hagan y deshagan a su antojo? ¿La idea de dejarte llevar, de ser más reactivo y menos autoobservador, por momentos no ha tratado de seducirte? En lo personal, yo si me lo he preguntado, pues siempre es más facil dejar que el enojo salga antes de encaminarlo por senderos que no dañen tanto; es más fácil comprarse ese pastelito que no comprarlo porque sabes que por un lado ya estas lleno y por otro lado ayer te comiste otra cosa semejante; es más fácil ir por las calles luciendo tu auto ultimo modelo que indagar en ti y descubrir que tu vanidad es sólo el reflejo de tu inseguridad.

Pero entonces, al menos en mi caso, cuando por momentos desespero y digo: "Ya, a volar, seré como todos los demas"; algo me detiene, me hace callar y entonces descubró que este camino es un camino que no tiene V de vuelta y que sólo sigue una dirección: hacia adelante.

Y lo más curioso es que llega el momento en que descubres que: si eres vanidoso, pero porque descubres la maravilla de ser que eres por el simple hecho de tener un cuerpo como el que tienes y te gusta cuidarlo dandole lo mejor; que si eres glotón, pero en tu glotoneria sabes lo que es mejor para tí y aunque por momentos pareciera que tienes excesos esto lo compenzas con algo de ejercicio; que si te llenas de ira y a veces explotas, pero por que sabes lo que haces tienes la sencillez de retractarte cuando se puede y cuando no, haces lo necesario para resarcir el error.

Es como si hablaramos de un meta-demonio, demonios que como todos tenemos, pero que ya no son lo mismo, jejejejeje :D

Por lo que HP, de inadaptado social a inadaptado social felicidades!!!! (Y no es por nada, pero creo que con esto te la mato, pues quien me creo como para felicitarte por una serie de ideas, pensamientos y acciones que bueno, yo ké. Digo ni siquiera soy psicologo como para tener un respaldo :D.... vaya creo que si tengo el ego algo....alTOOOOO!!! :D)(Pero siempre envuelto de sencillez ^_^)

Saio !!!

PD: Claro al final seguimos siendo humanos y pues a veces si metemos bien la pata, pero bueno, como podraimso mejorar sino tuvieramos errores. Jo

Luisa Axpe dijo...

Me parece muy valiente de tu parte desnudar así tu interior, y al mismo tiempo me pregunto si alguna vez te dejarás en paz.