En la última semana y en discusiones diferentes he condenado vehementemente a la religión y también la he defendido de manera igualmente apasionada. Quien me hubiera visto en ambos momentos, con mucha probabilidad podría concluir de mí que estoy loco, que no me pongo de acuerdo conmigo mismo o que, francamente, sufro de un peculiar trastorno bipolar.
Mucho dice y repite la vox populi acerca de que no hay cosa que sea más humana que la contradicción; yo difiero. Creo que el ser humano difícilmente se contradice a sí mismo, solo que a veces obviamos la idea que va en medio de las oras dos que parecen sostener significados contradictorios. Creo que entre dos ideas siempre cabe una tercera que las conecta, y entre condenar la religión y defenderla, lo que sigue es la tercera idea que le da sentido a esta contradicción.
Uno de los temas que desde hace décadas me ha parecido de entre los más apasionantes es ese: ¿por qué la gente cree?, ¿de dónde surgen estas estructuras ideológicas tan bien elaboradas y quien se encarga de darles esa coherencia?, ¿quién las patrocina?, ¿por qué es tan necesaria?
Puedo enunciar al menos dos perspectivas del surgimiento de las religiones, una de ellas, y quizá la menos relevante, tiene que ver con los eternos mecanismos de poder: cuando sucedió que los antiquísimos grupos humanos se estratificaron hace mucho tiempo, antes del surgimiento de las primeras ciudades, de las primeras guerras y de las culturas ancestrales de las que somos hoy sus herederos, los hombres y mujeres se organizaron en los de abajo y los de arriba, o sea, los que regían y los que seguían órdenes.
A la postre, esta organización resultó ser bastante funcional porque permitía que quienes tenían mayor experiencia tomasen las decisiones relevantes para la comunidad a partir de su sabiduría, asumiendo, además, la responsabilidad de los errores que devinieran de un juicio mal tomado. Resultó funcional porque le permitía al resto de la población desafanarse de las preocupaciones de encontrar la solución más acertada, de tener que responsabilizarse por las grandes consecuencias y de tener que entregar su paz intelectual y espiritual al bienestar de la comunidad. Los de arriba tomaban las decisiones y los de abajo las ejecutaban. Incluso en ese entonces ya existía el triste consuelo de quien podía decir: “sólo seguía órdenes”.
Evidentemente, estar arriba o abajo implicaba beneficios, además de las responsabilidades. A quienes tomaban las decisiones sobre la vida de la comunidad, les era permitido no realizar las agotadoras labores físicas de recolección de alimentos o cacería de animales, de construcción o defensa de la tribu, sin embargo tenían para sí los hogares más cercanos al fuego de la comunidad y la protección de sus guerreros. Quienes ejecutaban las decisiones eran libres de ir y venir a su antojo, podían permitirse un pensamiento más individualista y el futuro de la comunidad no tenía que quitarles el sueño; la estabilidad de sus vidas dependía del círculo de ancianos o quienes fueran que tomaran las riendas del grupo en sus manos.
Pero esta armonía prehistórica duró justo las generaciones para las que constituyó una novedad, cuando dejó de ser una “buena idea”, para volverse parte del “orden natural” de las cosas, cuando empezó a darse por hecho que alguien debía mandar y alguien ser mandado, los antiguos hombres y mujeres olvidaron que la distribución del poder tenía su sentido y razón de ser. Así que, viendo las ventajas que tenía el tomar las decisiones del grupo, algunos de los de abajo desearon para sí el lugar de quienes estaban arriba y lucharon con sus armas y fuerza física para derribarlos y usurpar sus puestos. La inestabilidad expulsó la armonía de esas antiguas comunidades y la necesidad de volver a ella disparó el ingenio propio de los seres humanos.
Quienes hasta ahora dedicaron su vida a la caza o al combate de las otras comunidades que a veces tenían intensiones invasoras, eran muy jóvenes todavía para contar con una experiencia de vida necesaria. El lugar de gobierno, por eso era mantenido por los más ancianos, los que además habían ya vivido lo suficiente como para ahora dedicarse día a día al bienestar del grupo. Dejar que los papeles se invirtieran ponía en riesgo la subsistencia de la comunidad al diluir los círculos de sabiduría; pero los ancianos no eran ya los hombres fuertes que fueron antaño, sus brazos se habían vuelto débiles y sus piernas ya no contaban con su antigua firmeza, no podrían defenderse encarando frontalmente a sus adversarios. Su fuerza era su sabiduría.
Así pues, al ser ellos los árbitros absolutos de la comunidad, debieron sacarse de la manga un árbitro superior a ellos, que les cobijara bajo el manto de una ley incuestionable, desde una autoridad incuestionable. Subieron entonces a la montaña más alta y al bajar trajeron consigo las nuevas leyes que entidades superiores les habían dictado en, por dar un ejemplo, un par de tablas con caracteres grabados en fuego.
Inventaron así la religión, como una manera de traer orden a la comunidad manteniendo abajo a los de abajo y arriba a los de arriba; así, quien estuviese en desacuerdo habría de aguantarse porque eran los dioses los que mandaban ahora, no los ancianos del grupo, y cualquier detractor de sus leyes divinas habría de someterse al juicio de sus poderes invisibles.
El problema es que la idea resultó tan buena que varias generaciones después, resultó que para estar arriba bastaba saberte todo el rollo de las leyes divinas y el discurso de los que ya no eran los sabios de la comunidad, sino sus sacerdotes. El alto círculo de los que gobernaban perdieron su capacidad de gobernar, al ser más estudiosos de lo divino que de la sabiduría cotidiana, y se hizo necesario generar otro gobierno que tomara las decisiones del grupo bajo la supervisión de los sacerdotes, quienes seguían siendo los embajadores del dios o los dioses.
Es decir, la creación de todo un sistema burocrático de creencias en torno a lo divino se confirmó como un efectivo yugo sobre la comunidad; en inicio tenía sentido y resultó de utilidad, pero al paso del tiempo se volvió en el recurso de unos cuantos para mantenerse en la cima de una estructura de poder. La fe, sin embargo, hacía tiempo que existía, la religión, entonces, se tejió en torno a ella, justificándose mediante ella para crear leyes que los miembros del grupo acataran sin chistar. De entonces hasta nuestros tiempos, la fórmula funciona y no parece haber razones para que el ser humano vaya a abandonarla.
Esa es una perspectiva.
El otro punto de vista es mil veces más cotidiano. Esto de vivir resulta tan complejo que a nadie le molestaría que le echaran un poco la mano con su día a día; ¿de quién estoy hablando?, de cualquier ser humano que se considere como un ser tan físico como espiritual, como social, como mental. Somos tanto y tan todo el tiempo que a veces sentimos como que no podemos encargarnos de todas las esferas que nuestra vida abarca, y la religión es la promesa latente de que, al menos en lo espiritual, no habremos de preocuparnos.
La religión ayuda a hombres y mujeres con buena parte de su necesidad trascendencia, de la que, según Maslow, no podrían hacerse cargo sino hasta ver satisfechas todas las otras necesidades que están en la base de la pirámide que él dibujó para hacerse famoso. Según él, no pensaremos en educarnos si no tenemos los alimentos suficientes para subsistir y un techo para cubrirnos de los elementos, no se nos va a ocurrir tener mayor repercusión en la sociedad si no somos primero objeto del afecto de alguien, y así, en general, no vamos a quemar energía preocupándonos en que va a ser de nosotros luego de que nos muramos si las otras necesidades, más relevantes para sobrevivir de aquí a que anochezca, no las tengo resueltas.
Pero que no alcance a preocuparme por mi trascendencia, porque aún debo de ver qué como mañana, no significa que no me preocupe por lo que dejaré una vez que muera.
Aquí entra la religión: me permite satisfacer una necesidad que de otra manera no alcanzaría a cumplir, y digo alcanzar intencionalmente dado que es la necesidad más elevada. La religión vuelve accesible la trascendencia.
Por eso, si volteas a tu alrededor verás que quienes cuestionan a la iglesia y buscan una ideología desapegada de las estructuras religiosas no son parias sin hogar persiguiendo un perro callejero para hacerse del almuerzo para este martes; nop, el pensamiento “libre” es un lujo propio de quienes tienen comida, techo, entretenimiento, una educación y esas necesidades que Maslow ubica en la parte baja y media de su pirámide.
La religión y la iglesia proveen entonces a quienes no pueden hacerlo por sí mismos de un encuadre moral, cosmogónico y afectivo para sobrevivir su cotidianidad; es un bálsamo y una cura, el clavo ardiendo que crea la fantasía de que su pirámide personal ya está completamente satisfecha, con todas las necesidades posibles ya cumplidas: ¿que importa ser infeliz si cuando muera me iré al cielo?, ¿qué importa no tener un techo si ya es mío el paraíso?
Parece incongruente que en la misma semana alguien como yo condene la religión y en seguida la defienda, pero creo que desde la perspectiva de una estructura de control social, la religión es una asombrosa obra de ingeniería social que despierta mi admiración por la inteligencia que subyace detrás de ese edificio ideológico, y mi rechazo por someter a un pueblo a una vida sin posibilidades para fortalecer una independencia individual: fomenta la subyugación, el autorechazo y la intolerancia.
Y también creo que para muchos es el único recurso para sentir que su vida tiene sentido y les da acceso a este arbitro supremo que un día vendrá a su rescate, aunque su razón les diga que ese día milagroso jamás llegará. La religión les permite mantener la esperanza en una sucesión de días donde cada cual parece ser peor que el anterior.
A decir verdad, creo que es muy cómodo para alguien como yo cuestionar el apego de otros a su religión; cuando veo que mis necesidades están satisfechas y puedo dame el lujo de sentarme ociosamente a masticar mis experiencias para producir una reflexión de cuatro cuartillas en una sola sentada, bien puedo darme a la tarea de cuestionar lo que sea y generar mis propias ideas; pero otra cosa bien distinta sería si tuviera que sentarme con la cabeza entre las manos, devanándome los sesos para ingeniar cómo conseguiré el alimento de esta semana.
Mucho dice y repite la vox populi acerca de que no hay cosa que sea más humana que la contradicción; yo difiero. Creo que el ser humano difícilmente se contradice a sí mismo, solo que a veces obviamos la idea que va en medio de las oras dos que parecen sostener significados contradictorios. Creo que entre dos ideas siempre cabe una tercera que las conecta, y entre condenar la religión y defenderla, lo que sigue es la tercera idea que le da sentido a esta contradicción.
Uno de los temas que desde hace décadas me ha parecido de entre los más apasionantes es ese: ¿por qué la gente cree?, ¿de dónde surgen estas estructuras ideológicas tan bien elaboradas y quien se encarga de darles esa coherencia?, ¿quién las patrocina?, ¿por qué es tan necesaria?
Puedo enunciar al menos dos perspectivas del surgimiento de las religiones, una de ellas, y quizá la menos relevante, tiene que ver con los eternos mecanismos de poder: cuando sucedió que los antiquísimos grupos humanos se estratificaron hace mucho tiempo, antes del surgimiento de las primeras ciudades, de las primeras guerras y de las culturas ancestrales de las que somos hoy sus herederos, los hombres y mujeres se organizaron en los de abajo y los de arriba, o sea, los que regían y los que seguían órdenes.
A la postre, esta organización resultó ser bastante funcional porque permitía que quienes tenían mayor experiencia tomasen las decisiones relevantes para la comunidad a partir de su sabiduría, asumiendo, además, la responsabilidad de los errores que devinieran de un juicio mal tomado. Resultó funcional porque le permitía al resto de la población desafanarse de las preocupaciones de encontrar la solución más acertada, de tener que responsabilizarse por las grandes consecuencias y de tener que entregar su paz intelectual y espiritual al bienestar de la comunidad. Los de arriba tomaban las decisiones y los de abajo las ejecutaban. Incluso en ese entonces ya existía el triste consuelo de quien podía decir: “sólo seguía órdenes”.
Evidentemente, estar arriba o abajo implicaba beneficios, además de las responsabilidades. A quienes tomaban las decisiones sobre la vida de la comunidad, les era permitido no realizar las agotadoras labores físicas de recolección de alimentos o cacería de animales, de construcción o defensa de la tribu, sin embargo tenían para sí los hogares más cercanos al fuego de la comunidad y la protección de sus guerreros. Quienes ejecutaban las decisiones eran libres de ir y venir a su antojo, podían permitirse un pensamiento más individualista y el futuro de la comunidad no tenía que quitarles el sueño; la estabilidad de sus vidas dependía del círculo de ancianos o quienes fueran que tomaran las riendas del grupo en sus manos.
Pero esta armonía prehistórica duró justo las generaciones para las que constituyó una novedad, cuando dejó de ser una “buena idea”, para volverse parte del “orden natural” de las cosas, cuando empezó a darse por hecho que alguien debía mandar y alguien ser mandado, los antiguos hombres y mujeres olvidaron que la distribución del poder tenía su sentido y razón de ser. Así que, viendo las ventajas que tenía el tomar las decisiones del grupo, algunos de los de abajo desearon para sí el lugar de quienes estaban arriba y lucharon con sus armas y fuerza física para derribarlos y usurpar sus puestos. La inestabilidad expulsó la armonía de esas antiguas comunidades y la necesidad de volver a ella disparó el ingenio propio de los seres humanos.
Quienes hasta ahora dedicaron su vida a la caza o al combate de las otras comunidades que a veces tenían intensiones invasoras, eran muy jóvenes todavía para contar con una experiencia de vida necesaria. El lugar de gobierno, por eso era mantenido por los más ancianos, los que además habían ya vivido lo suficiente como para ahora dedicarse día a día al bienestar del grupo. Dejar que los papeles se invirtieran ponía en riesgo la subsistencia de la comunidad al diluir los círculos de sabiduría; pero los ancianos no eran ya los hombres fuertes que fueron antaño, sus brazos se habían vuelto débiles y sus piernas ya no contaban con su antigua firmeza, no podrían defenderse encarando frontalmente a sus adversarios. Su fuerza era su sabiduría.
Así pues, al ser ellos los árbitros absolutos de la comunidad, debieron sacarse de la manga un árbitro superior a ellos, que les cobijara bajo el manto de una ley incuestionable, desde una autoridad incuestionable. Subieron entonces a la montaña más alta y al bajar trajeron consigo las nuevas leyes que entidades superiores les habían dictado en, por dar un ejemplo, un par de tablas con caracteres grabados en fuego.
Inventaron así la religión, como una manera de traer orden a la comunidad manteniendo abajo a los de abajo y arriba a los de arriba; así, quien estuviese en desacuerdo habría de aguantarse porque eran los dioses los que mandaban ahora, no los ancianos del grupo, y cualquier detractor de sus leyes divinas habría de someterse al juicio de sus poderes invisibles.
El problema es que la idea resultó tan buena que varias generaciones después, resultó que para estar arriba bastaba saberte todo el rollo de las leyes divinas y el discurso de los que ya no eran los sabios de la comunidad, sino sus sacerdotes. El alto círculo de los que gobernaban perdieron su capacidad de gobernar, al ser más estudiosos de lo divino que de la sabiduría cotidiana, y se hizo necesario generar otro gobierno que tomara las decisiones del grupo bajo la supervisión de los sacerdotes, quienes seguían siendo los embajadores del dios o los dioses.
Es decir, la creación de todo un sistema burocrático de creencias en torno a lo divino se confirmó como un efectivo yugo sobre la comunidad; en inicio tenía sentido y resultó de utilidad, pero al paso del tiempo se volvió en el recurso de unos cuantos para mantenerse en la cima de una estructura de poder. La fe, sin embargo, hacía tiempo que existía, la religión, entonces, se tejió en torno a ella, justificándose mediante ella para crear leyes que los miembros del grupo acataran sin chistar. De entonces hasta nuestros tiempos, la fórmula funciona y no parece haber razones para que el ser humano vaya a abandonarla.
Esa es una perspectiva.
El otro punto de vista es mil veces más cotidiano. Esto de vivir resulta tan complejo que a nadie le molestaría que le echaran un poco la mano con su día a día; ¿de quién estoy hablando?, de cualquier ser humano que se considere como un ser tan físico como espiritual, como social, como mental. Somos tanto y tan todo el tiempo que a veces sentimos como que no podemos encargarnos de todas las esferas que nuestra vida abarca, y la religión es la promesa latente de que, al menos en lo espiritual, no habremos de preocuparnos.
La religión ayuda a hombres y mujeres con buena parte de su necesidad trascendencia, de la que, según Maslow, no podrían hacerse cargo sino hasta ver satisfechas todas las otras necesidades que están en la base de la pirámide que él dibujó para hacerse famoso. Según él, no pensaremos en educarnos si no tenemos los alimentos suficientes para subsistir y un techo para cubrirnos de los elementos, no se nos va a ocurrir tener mayor repercusión en la sociedad si no somos primero objeto del afecto de alguien, y así, en general, no vamos a quemar energía preocupándonos en que va a ser de nosotros luego de que nos muramos si las otras necesidades, más relevantes para sobrevivir de aquí a que anochezca, no las tengo resueltas.
Pero que no alcance a preocuparme por mi trascendencia, porque aún debo de ver qué como mañana, no significa que no me preocupe por lo que dejaré una vez que muera.
Aquí entra la religión: me permite satisfacer una necesidad que de otra manera no alcanzaría a cumplir, y digo alcanzar intencionalmente dado que es la necesidad más elevada. La religión vuelve accesible la trascendencia.
Por eso, si volteas a tu alrededor verás que quienes cuestionan a la iglesia y buscan una ideología desapegada de las estructuras religiosas no son parias sin hogar persiguiendo un perro callejero para hacerse del almuerzo para este martes; nop, el pensamiento “libre” es un lujo propio de quienes tienen comida, techo, entretenimiento, una educación y esas necesidades que Maslow ubica en la parte baja y media de su pirámide.
La religión y la iglesia proveen entonces a quienes no pueden hacerlo por sí mismos de un encuadre moral, cosmogónico y afectivo para sobrevivir su cotidianidad; es un bálsamo y una cura, el clavo ardiendo que crea la fantasía de que su pirámide personal ya está completamente satisfecha, con todas las necesidades posibles ya cumplidas: ¿que importa ser infeliz si cuando muera me iré al cielo?, ¿qué importa no tener un techo si ya es mío el paraíso?
Parece incongruente que en la misma semana alguien como yo condene la religión y en seguida la defienda, pero creo que desde la perspectiva de una estructura de control social, la religión es una asombrosa obra de ingeniería social que despierta mi admiración por la inteligencia que subyace detrás de ese edificio ideológico, y mi rechazo por someter a un pueblo a una vida sin posibilidades para fortalecer una independencia individual: fomenta la subyugación, el autorechazo y la intolerancia.
Y también creo que para muchos es el único recurso para sentir que su vida tiene sentido y les da acceso a este arbitro supremo que un día vendrá a su rescate, aunque su razón les diga que ese día milagroso jamás llegará. La religión les permite mantener la esperanza en una sucesión de días donde cada cual parece ser peor que el anterior.
A decir verdad, creo que es muy cómodo para alguien como yo cuestionar el apego de otros a su religión; cuando veo que mis necesidades están satisfechas y puedo dame el lujo de sentarme ociosamente a masticar mis experiencias para producir una reflexión de cuatro cuartillas en una sola sentada, bien puedo darme a la tarea de cuestionar lo que sea y generar mis propias ideas; pero otra cosa bien distinta sería si tuviera que sentarme con la cabeza entre las manos, devanándome los sesos para ingeniar cómo conseguiré el alimento de esta semana.
5 comentarios:
Para más información sobre Maslow y su pirámide de las necesidades, checa la wikipedia en: http://es.wikipedia.org/wiki/Pir%C3%A1mide_de_Maslow
Tenía un poco que no visitaba estos reconditos lugares que la geografía aun no consigue cartografiar de manera adecuada, la posmodernidad... Como siempre que gusto leerte...
Me encanta tu fe en la inteligencia humana.
Gracias... ¿porque lo dices?
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