El mito de la epidemia.

Me encuentro en la segunda semana de la epidemia por influenza que azota a México y sus alrededores. Por los primeros siete días de la crisis, la ciudad se envolvió en un aire dominguero que permanecía, independientemente de que fuese lunes o sábado. Una experiencia perturbadora cuando, siendo habitante de esta megalópolis, estas habituado o habituada a un caos vial, al constante ruido y a las personas que andan de un lado para otro siempre caminando de prisa, preocupados por llegar al sitio al que deben ir después de haber ido previamente a aquél al que en ese momento tan apresuradamente se dirigen.

La ciudad de repente, por obra de la influenza, se quedó dormida.

Pero el letargo no se debió a que los habitantes de la Ciudad de México se quedaran tosiendo y moqueando en sus casas, sometidos por tremendas fiebres que les causaban un dolor agudo en sus músculos y articulaciones, no. La ciudad se quedó dormida porque las autoridades determinaron que para detener el incremento de casos de infección, las personas habrían de guardarse en casa, reduciendo el contacto con otras personas.

El paro general, de cines, escuelas, empresas, restaurantes y antros, fue una medida preventiva para evitar que este asunto de la epidemia pasara a mayores. Fue, sin duda, una medida sin precedentes.

Vale, que ya en el siglo pasado habían sucedido epidemias en México y las acciones a tomar habían sido similares, supongo. Sin embargo nadie, de entre las generaciones vivas durante estos acontecimientos, nadie tenía entre su experiencia personal un precedente para algo como esto. A la falta de precedentes en nuestras historias personales, se aúna detalle de que somos un pueblo especialmente suspicaz, que no confía en sus autoridades y que no suele dar ni cinco pesos por el gobierno que tenemos, o que mantenemos; se lo hayan ganado o no.

Esto causó el que, ante la obvia incertidumbre que se vive en casos de emergencia como este, donde en menor o mayor grado la vida de uno o la de sus seres queridos se encuentra en entredicho, surgieran teorías de lo más variopintas respecto al origen de la epidemia, del propio virus y, porqué no, del verdadero motivo subyacente tras las medidas adoptadas por las autoridades durante la emergencia sanitaria.

Personalmente, yo vivía con cierta angustia todo el proceso. El jueves a la media noche me llegó al celular la noticia de que aquél mismo viernes las escuelas no abrirían debido a una emergencia sanitaria. Me enteré que se trataba de una epidemia de influenza. Amaneció el viernes y fui a la clínica a ver mis pacientes; y en el camino de ida y en el de regreso, la expresión de la gente a mi alrededor denotaba que era de conocimiento común que algo no marchaba bien.

En el metro, cuando alguien tosía, los demás le miraban con resentimiento y abrían más el espacio entre el interfecto y ellos, lo que en el vagón del metro más que un castigo, parecía ser alguna suerte de obsequio. Al toser ganabas 30 centímetros liberados de espacio vital, si estornudabas, 50. No importaba si la tos o el estornudo eran reales o, como comprobé yo mismo más tarde, fingidos.

Los cubrebocas se fueron materializando paulatinamente en el rostro de las personas; cada día más presentes para donde fuese que uno volteara: verdes, blancos, azules. Al final de la primera semana ya podía verse cobrebocas rosas, negros y de diseños más creativos. La epidemia había impuesto una nueva moda sobre las expresiones urbanas, en más de un sentido. Irónicamente, conforme había más cubrebocas en las calles, la gente en el trabajo o en sus casas más hablaba.

Se trata, decían algunos, de una cortina de humo levantada para evitar que nos demos cuenta (nosotros, el pueblo) de los prestamos que estuvo México recibiendo del Banco Mundial y que nos van a endeudar más, todavía. Ya no seremos dueños ni del salario que vamos a recibir el año que viene, agregaban. Otros también argumentaban que era un engaño de nuestro gobierno para sacar ventaja en estos tiempos previos a la temporada de elecciones; engaño con el que Estados Unidos, España y Francia se habían coludido. Para unos el virus se escapó de un laboratorio; para otros, los narcos lo soltaron para declararle la guerra al presidente Felipe Calderón y demostrarle su poder.

El hecho es que a mi me había dado influenza una semana antes a que el jaleo empezara y lo había pasado mal una semana completa, pero no me morí. Eso último, particularmente, puedo probarlo. Estaba un poco más tranquilo, sabiéndome resistente a alguna de las influenzas que merodeaban en las calles, ya fuera la A, la B o la C; vayan ustedes a saber. Y con tranquilidad fui dándome cuenta de lo que estaba sucediendo:

Aquella mañana todo se veía con asombrosa claridad, se trataba de una antigua estrategia que ha seguido al desarrollo de las civilizaciones desde el inicio de nuestros tiempos. Sucedió en Roma, sucedió en Nueva York e incluso es descrito a detalle en la novela 1984 (donde sale el Big Brother original) de Orwell. La táctica es mantener en shock a la población para que ésta sea obediente a sus gobernantes. Hay casos de esto en Sudamérica y Centroamérica, esto de la epidemia fantasma era uno más de una larga serie de estrategias de control masivo.

Yo estaba hecho. ¡Todo encajaba perfectamente! De hecho, semanas antes habían cortado el suministro de agua en la ciudad, dizque para arreglar el sistema de aprovisionamiento. Era parte de mantener el shock.

Entonces llegó mi hermana. Ella es ingeniera biónica, pero trabaja como biomédica en varios hospitales; le conté mi hallazgo y le explique una a una las evidencias que había encontrado y que confirmaban que no existía tal epidemia. Capté su interés de inmediato, me escuchó con atención, casi boquiabierta, y al terminar mi exposición ella me dijo con su natural diplomacia, que estaba muy bien mi teoría, pero que lamentablemente de los hospitales de los que ella venía si había gente con influenza que se estaba muriendo, y que era mucha.

Por dignidad, yo me quede callado y ya no dije más.

Lo más interesante de todo, sin embargo, fue el cómo me sentí mientras hilvanaba mi teoría de la conspiración. Antes de intercambiar pareceres con un amigo al respecto, antes de empezar a conjeturar acerca de las malas intenciones de rostros que jamás he visto en persona, yo me sentía ansioso, francamente tenía miedo. Es duro pensar que tu destino está en las “manos” de una entidad que ni siquiera pertenece al mismo reino natural que uno; es más, que por ser virus tienen para ellos solitos su propio reino.

Nosotros tenemos que compartir el nuestro con los perros chihuahua, los zopilotes y hasta con los diputados.

Estaba ansioso debido a la incertidumbre de estar viviendo una crisis; el miedo de no saber ni entender lo que esta pasando, la impotencia de no tener mi futuro cabalmente bajo mi control. Entonces me fabriqué una teoría que me explicaba lo que pasaba, le ponía un rostro a los villanos de esta historia e incluso los humanizaba, y me daba un porqué. De inmediato mi ansiedad bajó para ceder su lugar a una pacífica tranquilidad: “esto también pasará”, pensé. Acto seguido busqué compartirla, quizá no tanto por generosidad, sino para confirmarla mediante la aprobación de otras personas. Ahí fue donde la cosa chafeó.

Si mi teoría le hubiese parecido buena a mi hermana, y no me la hubiera echado abajo, ni ella ni los tres siguientes a quienes se las hubiera explicado, yo habría terminado seguro de que este trocito del universo efectivamente funcionaba de esa manera. Así es como hoy en día construimos mitos; exactamente como lo hicieron los primeros seres humanos sobre la faz de la tierra y por las mismas razones: para sacudirnos la incertidumbre.

Déjenme tomar un respiro. No afirmo ni insinúo siquiera que las teorías de la conspiración sean falsas o carezcan de fundamento. Especialmente, sigo creyendo que existen prácticas políticas que se basan en la teoría del shock, como lo sucedido en Nueva York. Pero por lo que respecta a la epidemia que aún permanece flotando en la atmosfera de mi ciudad, no tengo en realidad evidencias para afirmar que se trate de un complot contra el pueblo mexicano, o contra la aldea global; finalmente estamos todos conectados.

Tampoco tengo pruebas de que la OMS exista, ni la ONU, ni me consta tampoco que lo que yo llamo Canadá no sea una extensión de alguna otra nación; o que mi país mismo sea parte de otro y yo viva en una región restringida donde se pone en marcha un experimento socio – demográfico. Ya le paro, el hecho es que si jugamos con la duda, podemos cruzar la línea que separa la cordura de la psicosis. Toda teoría de la conspiración tiene su límite desde los criterios de la pragmática, de lo que me es práctico.

¿Por eso hay que dejar de cuestionar a los gobiernos? No, por favor. Es solo que si vivimos en la era de la información, lo más sensato es aprovechar las herramientas que nuestra civilización pone a nuestro alcance para entender como funciona el mundo del que formamos parte, insisto, el mundo que tanto tenemos, como mantenemos. Si pensamos que la epidemia es una mascarada que sirve para distraernos de los préstamos que recibimos del extranjero, estamos asumiendo que recibir préstamos es económicamente nocivo para nosotros a corto plazo y que solamente México y paisitos como el nuestro reciben préstamos del Banco Mundial. Podríamos pensar que, básicamente el Banco Mundial fue hecho para endeudar a México y alguna que otra nación así de ingenua.

La opción sería zambullirse en sitios de internet que expliquen cómo opera la economía internacional, prestar atención a los analistas, leer alguna revista del tema, consultar algún libro; las alternativas son muchas. Si no nos detenemos para nutrir la información de la que contamos antes de emitir un juicio, lo que digamos sólo será una colección de conjeturas. De hecho, dicen que a nivel de economía o política internacional todo argumento es más o menos también una conjetura.

Claro que entre los distintos tipos conjeturas, hay niveles. Las hay bien informadas y hay las que de plano, así de la nada, nos las sacamos de la manga.

A mi no se me ocurrió eso. Necesitaba de una explicación que me redujera mi ansiedad frente la crisis y me inventé una que me dejaba satisfecho, busqué unas cuantas evidencias para mi argumento y con las primeras que encontré, que encajaban con lo que yo buscaba, me detuve. No investigué ni profundicé más. Finalmente la meta era sentir que entendía lo que estaba sucediendo.

Cuando el ser humano era peludo y recolector de frutos, nómada y todavía no se había sindicalizado, sentía una similar ansiedad frente al trueno, los terremotos y las inundaciones. Se inventó entonces explicaciones que tuvieran un sentido y buscó tantitas evidencias que le ratificaban que sus conjeturas eran correctas, las compartió con sus compañeros de la tribu y cuando éstos las aceptaron se volvieron Las Explicaciones de la cosa en cuestión. La ansiedad entonces desaparecía, porque el mito les hacía sentir que entendían, que podían predecir el desenlace y que podían recuperar cierto grado de control.

Hoy no le tememos al trueno, pero si a los asaltos; ya entendemos bien los terremotos, pero no las recesiones económicas; no nos agobian tanto las inundaciones, pero aún somos poca cosa frente a las epidemias. Somos tan seres humanos como nuestros ancestros y no hemos perdido nuestra capacidad y necesidad de generar mitos, ya sea que les llamemos leyendas urbanas, teorías de la conspiración o como sea. Cualquier mito es una versión válida de la realidad, pero hace referencia sólo a una parte de ella. ¿A que parte?, eso es lo interesante de los mitos.

Cualquier mito guarda en sí una parte de la verdad que retrata eficientemente al mundo; a veces es un pequeño fragmento del mito el que le atina a la realidad, a veces es la totalidad del mito la que lo hace. Hasta que no sepamos en qué grado el mito es en sí mismo una verdad, lo mejor es ser cautelosos y recordar que hasta no contar con la información completa, lo que tenemos en nuestras manos es simplemente una conjetura.

Ni modo, vivir con incertidumbre no es tan malo.

2 comentarios:

DAN dijo...

Hola...agradable ya no solo leerte, sino tener el chance de comentarlo personalmente...

ninocrono dijo...

Demo...

Pero... ya no compartiste tu conjeturas acerca del porque de los eventos del 24 de abril al 6 de mayo del 2009...