Sutra del derecho de réplica.

Recuerdo que a principios de este siglo, uno de los debates más intensos que gobernó el discurso social fue el llamado “derecho de réplica”, como una forma de dar respuesta a los bemoles de la libertad de expresión. La premisa inicial era que cualquier comunicador en prensa, radio o televisión, tenia derecho a expresar sus ideas con libertad, pero en este ejercicio se iban de por medio contenidos mediáticos que corrían el riesgo de atentar contra la integridad moral de grupos sociales.

El debate en cuestión sugería, de origen, la existencia de un ombudsman que determinara qué contenidos eran apropiados para difundirse y cuáles no lo eran. La sugerencia fue como casi una ofensa para muchas editoriales, dado que parecía un eufemismo de la vieja censura que gobernó abiertamente los medios masivos de comunicación décadas atrás y que con mucho esfuerzo hemos abandonado.

Hoy en día la censura aun se ejerce, pero dejo de ser una práctica abierta; eso, para algunos, es una ganancia.

El contraargumento fue que los medios bien podrían regularse a si mismos, sin la necesidad de un tercer agente que ejerciera el papel de jurado. Sonaba efectivamente muy inocente la propuesta; fue entonces cuando salió la alternativa de promover la libertad de réplica: los medios, como difusores de contenidos, habrían de favorecer mecanismos para recibir retroalimentación de su público, ya no solamente al simple nivel de monitoreo de ratings, sino a la recepción de contrapropuestas, críticas u orientaciones se su público.

La propuesta pareció agradar a muchos, sin embargo no se consolidó debido a que mediante un lento proceso de ensayo y error se buscaba las herramientas correctas para que pudiera haber dialogo entre el público y el aparato de televisión, o con el periódico, la revista o el receptor de radio; siendo éste último el que logró implementarlo con mayor eficacia gracias a las características únicas con las que ya contaba.

Hablar de derecho de réplica implicaba mucho más que solamente recibir en la redacción de una revista las “cartas al editor”; era abrir la posibilidad de que el medio cambiara sus producciones a partir de los mensajes que le emitía el publico. Un diálogo, no un monólogo mediático, ni dos monólogos sincronizados entre el medio y su público.

El objetivo en mente era que las masas regularan de manera activa el desempeño y calidad de los medios, abandonando el papel pasivo que hasta entonces venían ocupando. Es así cómo encontramos el segundo obstáculo por el que la propuesta no prosperó: el público, demasiado habituado a este rol concretamente receptivo, vio pasar oportunidades para opinar desde su agrado o desagrado acerca de los contenidos mediáticos que recibía,  porque no era costumbre que uno pudiera hacer contacto con la producción de un programa de televisión; la producción de un programa de televisión, de hecho, era algo cuya existencia no se conocía desde el asiento de un espectador promedio, mucho menos la posibilidad de decirle “eso que tu hiciste la semana pasada, no fue de mi agrado”.

No ocurrió, sino hasta la consolidación de Internet y el surgimiento de la web 2.0, cuando las masas empezaron paulatinamente a ejercer un real ejercicio de réplica; y no solamente eso, sino a incidir directamente en el desempeño de los medios o hasta en la elaboración de las noticias. No es una novedad el que muchos comunicadores sondean Twitter o Facebook para conocer qué esta pasando en el mundo y depués escribir la nota.

La intensión de web 2.0 fue involucrar al lector de sitios en internet en la elaboración de interfase y contenidos de los  mismos, convirtiendo los hipertextos en foros de discusión. De esta manera se ofrecieron incontables oportunidades para que la persona promedio difundiera su opinión respecto a una tremenda multiplicidad temas, compartiera comentarios y elaborara sus propios contenidos. Fue así como surgieron las redes sociales, blogs y microblogs: Facebook, Blogger, Twitter, etcétera.

Y con ellos, sin pretenderlo, el derecho de réplica se volvió para las masas de clase media con acceso a Internet, un ejercicio cotidiano. ¿Cuál es el alcance de esto?

A finales del 2009, en la transmisión de un programa matutino de televisión abierta, el conductor titular dirigió una entrevista a una sexóloga, acerca de las diferencias entre “Orientación Sexual” y “Preferencia Sexual”. Frente a las referencias que la especialista proporcionaba acerca del modo en que no es viable elegir una orientación sexual, el conductor insistentemente preguntaba si la homosexualidad es un fenómeno normal. No obteniendo de su invitada la respuesta que esperaba, blandió apasionadamente argumentos tales como "la única manera de procrear y de reproducirse es a través de juntar a una hembra con un macho, eso es lo natural" o que  las prácticas homosexuales son signos de “demencia animal”. La entrevista terminó con una franca descalificación a la sexóloga.

Durante los días de navidad no hubo repercusión alguna. Ya empezado enero, cientos de usuarios de Internet en las redes sociales reaccionaron abruptamente en contra del conductor de televisión; el video de la entrevista se difundió a través del canal de videos por Internet YouTube y pór Facebook, y diversos usuarios de Twitter se unieron con sus comentarios al tema #estebanarcefueradelaire, para manifestar su petición de que el conductor salga del aire.

¿A dónde lleva esto?, ¿efectivamente las teledifusoras van a actuar en concordancia a lo que las voces de su público demandan? No hacerlo implicaría perder credibilidad ante las masas, la baja de los ratings y la consecuente pérdida de televidentes, radioescuchas o lectores, según sea el caso.

Si los medios masivos de comunicación no aceptan una figura regulatoria, corren el peligro de desvirtuar su objetivo, que es proporcionar un producto consumible para su público. Todo medio de comunicación es, por definición, algo que existe porque otro atiende y consume su discurso; ese otro es, finalmente, un cliente, y no hay noticia cuando se enfatiza que la última palabra acerca de los contenidos que se producen, o la existencia misma del medio que los produce, es la suya.

1 comentario:

CYBER CABINA dijo...

wow me encanta como escribes y tus puntos de vista, en algunos no concuerdo contigo pero eso es lo lindo... el vivir en un País que debería de ser realmente laico, un país en el cual debe imperar la igualdad y equidad de género asi como un RESPETO a nivel Nacional
Gabo Alarcón http://gaboalarcon.com/Pink.html