Un sutra posmoderno

¡NO ESTOY DE ACUERDO CONTIGO! No me late el estilo que tratas de manejar en tu terapia y tu propuesta, sabes tengo los recursos para desprestigiarte vía internet y en otros medios, no porque seas psicólogo tienes la verdad absoluta, para mi será fácil conocerte y darte un correctivo! Ya estaremos... frente a frente para charlar y ajustarte las tuercas mentales que te hacen creer que lo sabes todo doctocitititito.
Este es un mensaje que encontré por la mañana en la bandeja de mi correo electrónico; es interesante, tanto por su contenido que puede parecer más agresivo que crítico, como porque a lo largo de su redacción llega sin hacer escalas del desencuentro a la agresión. Agregando que no me fue posible hacer llegar a mi interlocutor una respuesta dado que su dirección de correo rechazaba mis mensajes, opino que lo relevante es, en realidad, aprovechar la oportunidad de hacer una reflexión acerca de uno de los puntos básicos del texto: el mito de la verdad absoluta.

Esto va más allá de un correo electrónico anónimo; en realidad, todo empezó por ahí del s. XVIII (la edad media), cuando algo llamado “modernidad”, un periodo del pensamiento occidental, empezó con las reflexiones de Descartes y otros muchos intelectuales que en sus escritos le apostaron a la razón como una manera de acceder a La Verdad. Aquí viene al caso “La Verdad” con mayúsculas porque suponían que mediante su inteligencia el ser humano podía alcanzar esa realidad única que subyace detrás de todas las cosas, una especie de explicación única y universal.

Por eso surgió la ciencia, como una contraposición al pensamiento religioso desde el que todas las afirmaciones eran válidas por mero acto de fe, no porque estuviesen bien fundamentadas o argumentadas, sino, llanamente, porque eran “palabras de nuestro señor”.  La Ilustración, que es el nombre que recibe este momento de la historia que dio inicio a la era moderna, o modernidad, le apostó todo a la ciencia como instrumento idóneo para hacer contacto con este conocimiento verdadero, universal e independiente al devenir del tiempo. Con la ciencia, los científicos iban a poder recorrer el mundo recolectando verdades fundamentales por aquí y por allá, como quien carga consigo una canasta para recoger manzanas del huerto. El mundo era ese huerto.

En teoría, si la ciencia tenía éxito en esta encomienda, llegaría el progreso y una evolución social para la humanidad. Con la ciencia, y la razón como su brazo derecho, tarde o temprano se terminarían las guerras, el hambre, la pobreza. Así que surgieron científicos por todos lados y para todos los temas, aparecieron ciencias naturales, ciencias sociales y hasta una ciencia que pretendía conocer el modo en que tenían lugar los pensamientos y conductas de las personas.  Hubo pleito por cuales “ciencias” si eran ciencias y cuales no, y etcétera.

Y la ciencia y la razón se volvieron la nueva religión, las personas se unieron a la apuesta y el mundo entero se convenció de que si alguien era un estudioso de un tema, un investigador o un especialista, era así mismo poseedor de La Verdad: un psicólogo, por ejemplo, sería capaz de explicar sin fallo todos los porqués referentes a cualquier persona, y de sí mismo.

Pero la ciencia llegó, se instaló, creció y la guerra, el hambre y la pobreza jamás cedieron terreno. La razón se convirtió en la bandera de nuestros días, pero el progreso jamás llegó. Hombres como Freud o Einstein se preguntaron cómo era posible que siendo el ser humano un ente racional y la ciencia la clave del futuro, sucediera una primera y una segunda guerras mundiales, los genocidios y el odio generalizado frente a quienes son distintos o piensan diferente a uno. En la modernidad éramos capaces de morir defendiendo nuestra verdad, o de matar; fue el pretexto perfecto para la intolerancia contra judíos, negros, homosexuales, gitanos, mujeres, inmigrantes, anglicanos, y un triste, pero prolongado etcétera.

Este tipo de cuestionamientos dieron de lleno contra la modernidad y su fe en el progreso que, finalmente, nunca llegaría. Al menos no por esta vía. Entonces el mundo occidental dio paso a una nueva etapa en su historia de pensamiento, un nuevo paradigma el que, luego de devanarse los sesos buscándole un nombre ad hoc se eligió llamar simplemente: post – modernidad, porque llegó después de la modernidad. La posmodernidad ya no es una apuesta al progreso, ya no aspira a que la razón devele verdades universales e, incluso, duda de que en efecto existan verdades universales o absolutas.

Un buen día, un hombre genera una insuperable teoría de la relatividad, y años después otro hombre crea otra teoría que la supera; se descubre que corolarios y teoremas se encuentran anclados en un momento y espacio que les da precisión, pero al cambiar las variables de inmediato pierden su universalidad. Las verdades ya no se descubren, ahora se inventan, y van dejando de ser únicas, para compartir los créditos con la multiplicidad de las muchas verdades donde tanta razón tienes tú, como yo, o él, y esas verdades conviven juntas en un mismo espacio, complementándose.

En la posmodernidad, al pensamiento científico se reconoce como una perspectiva más, de entre las muchas que pueden convivir frente a un mismo fenómeno. Aparecen frases como “cada cabeza es un mundo”, o “todo depende del cristal con que se mira”, aludiendo a la importancia que hay en la verdad respectiva a  cada forma distinta de mirar. En este momento es tan válida una forma de pensar como otra, y con la posmodernidad llega el respeto a las diferencias de opinión, y la oportunidad de nutrirnos y crecer a partir de la opinión del Otro acerca de eso mismo que nosotros también estamos mirando, si bien, desde una postura diferente.

Hoy vivimos este momento histórico en que experimentamos la transición de la modernidad a la posmodernidad, un cambio que lleva paso lento y parsimonioso. Si bien cuando volteo me encuentro por todos lados la propuesta de las múltiples perspectivas y el abandono de la ciencia que hace la posmodernidad, hay aspectos modernos que se resisten a morir; finalmente muchos crecimos creyendo en la modernidad y la ciencia y las verdades absolutas.

Desde una actitud moderna esperamos que los otros nos definan su postura y les reprochamos cuando cambian su parecer, quizá, como si asumiéramos que sus acciones, expectativas y pensamientos deban de fundamentarse en una única e inalterable opinión; buscamos verdades universales y preguntamos con furia hasta que obtenemos una respuesta que lo parezca; nos enorgullecemos del entendimiento que hemos logrado, pero nos enfadamos cuando los demás no “son capaces” de compartirlo. Hoy el catolicismo comparte banca con decenas de ideologías new age y filosofías corporativas de grandes empresas transnacionales; aceptamos que “matrimonio” pueda armarse con combinaciones distintas a las de hombre – mujer y viceversa, y nos damos chance de innovar en lo que antes nos parecía incuestionable: todo eso es la ventaja de la posmodernidad y sus realidades posibles.

Pero simultáneamente acompañamos nuestros desacuerdos con la violencia que rompe el diálogo, para agredir a quien no comparte nuestras verdades porque ve las cosas de un modo distinto, y podemos buscar “ajustarle las tuercas mentales” a quien descalificamos por no pensar como nosotros. La posmodernidad pregunta cosas, la modernidad afirma; en la modernidad no hay cabida a dudas, en la posmodernidad se desconfía de las certezas; cuando ambas conviven en un mismo espacio, como ahora lo hacen, leemos contradicciones en el discurso de las personas (yo mismo, incluido entre todas esas personas) que materializan este conflicto entre posturas, esta transición: mi reflexión a lo largo de estas líneas esto comenzó con un mail que rechazaba la posibilidad de una “verdad absoluta” mientras aspiraba a “corregir” el pensamiento distinto al suyo, que es enarbolado como la verdad correcta; quien lo escribió tiene un pie en la modernidad y otro en lo posmoderno.

¿Cuándo finaliza esta transición de pensamiento?, puede que jamás suceda. Dicen que en la posmodernidad “todo se vale”, lo que es una evaluación un poco extrema pero denota el reconocimiento que la posmodernidad hace de la validez y enriquecimiento entre las múltiples posturas, y en el marco de esta multiplicidad, la postura moderna que exalta la razón y la ciencia como un medio para acceder a “la verdad” es, dentro de una postura posmoderna, una propuesta tan válida como cualquier otra, pero ya no la única.

2 comentarios:

Ikeracha dijo...

Totalmente de acuerdo... por ello acunamos a la multidisciplinariedad, la transversalidad y la intra disciplinariedad.

Lástima que aún existan personas que busquen fundar su poder (enano muchas veces) en los absolutismos...

Anónimo dijo...

Tienes razón Hernán..muy mal capitalizada la energía tan horrible del mail que recibiste!!!! Sin embargo,no olvides que eres muy vulnerable al ser intolerante a la crítica. Te he escrito en dos ocasiones cuestionándote algunas cosas y siempre te sales por la tangente y me has descalificado "por descalificarte". Evidentemente no aplica en este caso.
Pero ahora veo que hasta los comentarios limitas.