Sutra de la revolución

 Bajo esta máscara hay algo más que carne y hueso, bajo esta máscara hay unos ideales señor Creedy, y los ideales son a prueba de bala.
-    V for vendetta.

Yo me pregunto, ¿qué tanto puede un cubano retrasar el final de su revolución, y cuánto puede un mexicano postergar el inicio de la suya? Las revoluciones suelen ser, por definición, momentos de transición en los que algo pasa de un estado a otro; los pueblos cambian, las relaciones de pareja cambian, las personas mismas también cambian. Todo son revoluciones, y no puede uno quedarse décadas instalado en la revolución, porque sería como postergar la transición sin llegar indefinidamente a concretar el cambio.

Pero tampoco puede postergarse el inicio de las revoluciones.

En México especialmente fuimos educados, y probablemente así lo seremos unas generaciones más, para temerle al cambio, a la crítica y al conflicto. Somos expertos evadiendo y, como decimos, “taparle el ojo al macho”; como sea, nadie como un Mexicano para saber adaptarse, porque a todo se adapta uno, excepto a no comer. Y eso, quien sabe.

La situación que hoy vive el país es incómoda para muchos, por no decir enfadosa o, de plano, francamente castrante. Contamos con un presidente que manda al ejército a las calles, y ante los civiles que se mueren porque en los retenes cargan contra ellos y sus familias, el caballero declara que sencillamente son “daños colaterales”. A los tres poderes que sostienen el país, mas el cuatro que de facto resultan ser los medios, hoy se agrega uno más: el narco, en un contexto donde las ejecuciones son tema de sobremesa y la violencia en las calles ya está normalizada. Los mexicanos vivimos con miedo, pero ya nos hemos adaptado.

Porque ese no es el miedo que preocupa más, el miedo más preocupante es el que te oprime el pecho cuando tratas de responderte si podrás alimentar a tu familia mañana, si tendrás chamba o si habrá dinero para pagar la renta. En México dejamos de pensar en el mañana porque no estamos seguros si habrá un futuro. Y la gente nos estamos cansando; probablemente es cansancio de tener a tanto a lo que tenemos que acostumbrarnos.

Allá afuera, no en las calles, sino en las poblaciones rurales, rancherías y los lugares más pobres del país, hay personas que ya no tienen que acostumbrarse a nada, porque el hambre, que se va volviendo su nuevo hábito, es lo único que hoy en día auténticamente les pertenece; ni sus tierras, ni sus patrimonios, ni su futuro. Esa gente no tiene nada que perder, y está molesta.

Los afamados intelectuales de izquierda repiten mucho en sus inteligentes discursos que la belleza de mi país es que en México existen muchos Méxicos, pero muy humildemente, yo opino que en esa pluralidad se sustenta la pesadilla.

¿Recuerdas el corolario de divide y vencerás? México en estas fechas, cuando celebra su “Bicentenario”, es un país tan increíblemente dividido que en efecto puede partirse en decenas de Méxicos, quizá centenas. Cada uno de ellos con sus crisis, sus pequeñas luchas, desánimos y desesperanzas. En el discurso popular se enarbola esta pluralidad como un valor del cual nos podemos jactar, sin saber que de esa manera preservamos nuestra debilidad.

El hombre en la sierra muere de hambre, y se le constriñe el alma al ver que también mueren sus hijos; entonces toma sus armas, sale de casa y eleva un grito, al que le hacen eco cinco más; pero solo cinco. Los poblados son pequeños y son Méxicos distintos, y de nada sirve que haya miles de poblados similares donde haya hombres y mujeres desesperados que levantan sus voces, y sus armas; tantas voces no se funden en una sola voz. Estamos divididos.

En mi país mantenemos muchos valores a través de una larguísima cadena de generaciones, y además nos sentimos orgullosos de ellos; son valores viejos, que aprendimos desde tiempos de la conquista y la colonia, y puede que más atrás: somos gente humilde, de la que nunca presume de sus éxitos; somos autosuficientes, no necesitamos que nadie haga las cosas por nosotros; buenos anfitriones, daríamos nuestra casa al extranjero para que esté a su gusto; corteses, pedimos disculpas, agradecemos enfáticamente aún cuando nada hemos recibido y nos guardamos nuestras opiniones. Nadie negará que como pueblo, somos un encanto; como el primo sin autoestima de Latinoamérica.

¿Quien nos enseño estos valores y cuál fue la razón?, ¿porqué le convenía que fuésemos de esta manera?

Hoy por cuestión de valores podemos meter a una mujer 20 años a la cárcel debido a que tuvo un aborto y también por valores separamos a hombres de mujeres en el transporte público. Por la misma razón no conviviríamos con un testigo de Jehová o con un homosexual; le enseñamos a las mujercitas a “darse su lugar” y a los varoncitos a competir entre ellos hasta la muerte. Quienes vivimos en las grandes ciudades definimos generalizadamente a nuestro México sin el menor interés de mirar hacia el exterior de nuestras idílicas megalópolis, y quienes habitan las zonas rurales hacen lo propio por cuestión de valores. Así, en México los valores sirven para distanciarnos, discriminarnos, aislarnos y envolvernos en una desesperanzadora soledad.

En mi país el habitante de las Lomas de Chapultepec tiene los mismos miedos que quien habita en el viejo Polotitlán (no te agobies, no necesitas saber donde esta eso), quien vive en San Pedro o nació y creció en Pénjamo; pero cada uno creerá que su miedo tiene más sentido y se regodeará en sus frustraciones seguro de que nadie vive con problemas como los que él tiene.

México es un país donde caben muchos Méxicos, todo depende del modo en que continúes cortando y desgarrando.

Por valores las personas afirman que “no se meten en política”, y yo me pregunto si acaso estas afirmaciones no resultan demasiado convenientes para quienes mantienen el gobierno del país.  En la revista Quién, hace algunos meses, encontré un artículo donde con extrañamiento describían el modo en que las viejas familias que en la revolución ostentaban el poder y la riqueza (y que la revuelta surgió para reacomodar esas concentraciones de dinero y control), hoy en día persisten y se mezclan y combinan sus apellidos entre ellas mediante matrimonios, asociaciones y etcétera. ¿Será a ellos a quienes podríamos ubicar como una casta del poder?, ¿si así fuera, sería a ellos a quienes les convendría que en México la gente estuviese acostumbrada a dar gracias por nada, disculparse por todo, discriminarse y odiarse entre sí, y afirmar con la mano en la cintura que “no se meten en política”?

¿A quién le hacemos el favor?, ¿quién nos enseñó a aislarnos en millones de voces en lugar de un solo alarido nacional?

Y hay entre la gente hombres y mujeres de buenas intenciones, de esos que siempre hay, que se sienten muy revolucionarios al rechazar con desdén los iconos mexicanos, menosprecian su país y enfatizar la ausencia de caminos por los cuales podemos echar a andar nuestro futuro; afirman que no vale en nada ser mexicano y que la patria ha dejado de ser moneda de cambio. ¿Desesperanza aprendida?;  “tierra” ya no les sabe a hogar, y “nación” dejó de ser para ellos (y en general, para nosotros) una categoría donde encajen los amigos y sus familias.

La ironía está en que también ellos obedecen a los “valores mexicanos”, esos de los que tanto nos orgullecemos; en especial a los valores que aprendimos como una raza conquistada que debió renunciar a sus iconos, su país y su futuro en afán de ganarse la sobrevivencia. Quien dijo: “mi nación no vale nada” sobrevivió y le enseñó a sus hijos a repetirlo para que no les mataran. El mexicano a todo se adapta, porque somos sobrevivientes. Por generaciones se repitió la fórmula que negaba toda valía a nuestras raíces y nuestra tierra e hicimos como que aceptábamos nuevas religiones, nuevos valores, templos,  costumbres.

Durante la conquista los mexicanos hicieron “como si” renunciaran a sus bases, pero generaciones después el “como si” se convirtió en la directriz real que determinó nuestra personalidad. Hoy efectivamente creemos que lo extranjero es superior, menospreciamos a nuestros indígenas y nos avergonzamos de México. Seguimos siendo los pobrecillos conquistados y conquistadas, porque aún nos aferramos a los valores que en otros tiempos nos permitieron sobrevivir a la brutalidad de la coquista. Pero eso ya paso, hace mucho que pasó; y en algún momento deberemos de arrancarnos esa etiqueta.

Es una especie de candado, una directriz instalada en nuestro subconsciente colectivo que nos impide sentirnos plenamente orgullosos de lo que somos, lo que sea que seamos o que cada quien se considere que es. ¿Qué mejores cadenas hay, que las que te atan el espíritu dejando libre la carne?; esas son las cadenas que se heredan.

¿Y la revolución?

Podemos agarrar nuestro miedo y nuestro “ya nada que perder”, quienes efectivamente ya nada tienen que perder, y salir a las calles con fusiles, palos y piedras a derribar un gobierno que se ha corrompido y que hace tiempo que dejó de servir al pueblo. La dinámica sería así: surgen caudillos que enarbolan sus verdades en retóricos paquetitos de celofán y la gente se los compra, se envuelven en sus discursos y salen a matar y morir a las calles de la ciudad. No, no se trata de gente de la ciudad, o al menos de la Ciudad de México, porque acá estamos bien acomodados. Es curioso como una situación de crisis clasemediera nuestra, de esas con las que nos desgarramos las vestiduras, equivale a un momento de opulencia para una familia en Chiapas o Oaxaca. No, en las grandes ciudades estamos bien y no va a salir la revolución de aquí.

La revolución viene de afuera, donde vive la gente que ya lo perdió todo. De allá llegaron los batallones de Morelos, los Zapatistas, y es allá donde se gestan las guerrillas de las que los noticieros de televisión no nos platican. Son el árbol que se cayó en medio del boque y nadie lo vio caer, pero que no por eso deja de existir.

Surgen los caudillos entonces, y violencia justificada e injusticias con un presunto contexto. Y luego todo termina, los caudillos se colocan en el poder y… vuelven a estar las cosas igual que antes, pero con muertos en la memoria, desaparecidos y mucho dolor. Pero eso si, con un nuevo caudillo como orgulloso presidente de los Estados Unidos Mexicanos. La historia ya se encargará de banalizar y hasta hacer chistes al respecto; a costa de huérfanos y huérfanas, viudos, viudas y mucho dolor al que la democracia no conoció. Porque seamos francos, ¿quién se ensucia las manos en una revolución; la señora que vive en Polanco y que en sus fines de semana escribe libros acerca de cómo sobreviven las “niñas bien”, el médico con una especialidad, o yo, o tú; o lo hace el campesino que se quedó sin tierras y sin alguno de sus hijos que murió de fiebre sin que un servicio médico se interesara en darle una aspirina?

Quienes hacen y caen en la revolución son los pobres, porque hasta para morirse hay clases sociales.

¿Y los valores?; haz diez mil revoluciones en México y siempre vas a regresar al origen, porque no es el gobierno quien se corrompe, y ni siquiera es quien dirige el destino del país. Diez mil revoluciones y seguiremos esperando un nuevo cacique que nos guíe, y nos someteremos a quien nos de un poco de pan y un montón de circo; nos repetiremos que somos mejores que el vecino, quien es dos tonos mas oscuro que nosotros en el color de la piel, y nos sentiremos solos en nuestra pena, porque mi pena tiene más sentido y me da más derecho que la de cualquiera.

Pienso que la revolución con sangre no servirá de nada; pienso que si se quiere transformar un país hay que cambiarle sus valores, y convencer a su gente de soltar y reconocer que lo que tan orgullosamente enarbolaba como valores, no son otra cosa que estúpidos prejuicios. Cambiando los valores cambias la identidad, y un pueblo entero podría dejar de sentirse “el conquistado” que debe mostrarse servicial y acomedido, lisonjero, condescendiente a la mirada del otro.

Diez mil revoluciones armadas no cambiarán nuestros valores, ni nos cambiarán a nosotros.

Quizá hace cien o doscientos años no tuviera sentido sugerir algo así, ¿cómo llegas a un poblado en Tamaulipas para hablarle de sus valores?, ¿como discutes la transformación siendo el país tan ancho y tan tremendamente largo? Pero hace cien o doscientos años no había los medios de comunicación que tenemos ahora, ni los recursos que nos proporciona internet, y lo que todos ellos hacen es construir un discurso que modela la opinión pública, y en la opinión pública están los valores.  Hace cien o doscientos años no teníamos voz ni existíamos, pero hoy podemos hacer que un comentario u opinión nuestra llegue a cientos de personas con un clic en una computadora portátil y ellos repliquen los buenos mensajes a otros tantos cientos de personas más. ¿Necesitamos pensar en muertes y sangre, cuando tenemos recursos así?, ¿o es que todavía no nos queda claro lo que la palabra puede hacer para modelar el futuro de las sociedades?; no seamos inocentes.

Las leyendas urbanas y teorías de la conspiración surgen del discurso popular, de lo que la gente construye a partir de sus conversaciones: a alguien se le ocurre una idea disparatada, la comenta, se discute y la idea evoluciona, otro más se la lleva y la comparte por ahí y se va transmitiendo de boca a boca hasta que una comunidad creciente acepta la idea y se convierte en “una verdad”. Son palabras, ¿nada más?. El enfado que la gente tiene hacia México va creciendo conforme las personas comparten sus opiniones y argumentan sus “porqués”, y se va conformando un discurso de cambio que efectivamente ha generado una transformación: la gente dejamos de apostarle a las instituciones. Ese fue un cambio; ¿por qué no hacer otros?

Hay debates que pesan más que otros, y perduran mejor. Cuando la gente habla contra el gobierno, todo el mundo se involucra, porque los mexicanos estamos resentidos contra las autoridades, igual que el conquistado se resentía contra quien se instauró como autoridad para imponerle su nuevo orden, y nos enganchamos hablando mal de quienes nos dirigen y nos victimizamos. ¿Cómo hacer para llevar al debate popular una discusión acerca de los valores?

Hay quienes consideramos que ya tenemos los recursos para hacer revolución: un estatus en mi muro de Facebook que cuestione algo que es considerado obvio, una discusión entre los contactos de la red social, un comentario en Twitter, una publicación en un blog son maneras de mover la reflexión hacia algo parecido a ¿y si las cosas pudieran hacerse diferentes?; son semillas de revolución que a veces germinan, a veces no. Lo mismo fuera de internet: el escritor de obras de teatro, el productor de televisión, el psicoterapeuta, el profesor de una escuela, el  médico, el taxista que no deja de platicar durante todo el trayecto. Palabras, palabras, palabras; su peso estriba en que comunican ideas, y esas son peligrosas porque inevitablemente ocasionan cambios. ¿Viste la película V for Vendetta?, hay una parte en que dice que las palabras siempre conservarán un gran poder, porque las palabras hacen posible que algo cobre significado.

¿Y que hay con quienes gobiernan a México?, vamos, ellos maman de la misma cultura que tu o que yo; es más, son exactamente como tu o yo seríamos, probablemente, si tuviéramos el poder que ellos tienen. Se rigen por los mismos valores que los de todos, y cuando estos cambian, esos que gobiernan también se transformarán; o puede que no, pero eso ya no importa, porque habrán dejado de gobernar a un pueblo de “conquistados”, y eso marcará para ellos una terrible diferencia.

Nos dicen que recordemos las ideas, no al hombre; porque un hombre se puede acabar. Pueden detenerle, pueden matarle, pueden olvidarle, pero 400 años más tarde las ideas van a seguir cambiando el mundo.
-    V for vendetta.

1 comentario:

Unknown dijo...

Hernan, te felicito. Que gran articulo. Puedo ir comentando casi en cada parrafo. Curiosamente cuando vi la pelicula V de Vendetta en el extranjero, me impresiono, pues me parecio muy conocida la historia. Si, en efecto yo pienso lo mismo, el cambio no puede ser con violencia. Seria lo mismo, otro caudillo etc. Pero la revolucion de las ideas, el sentimiento de bajar la cabeza porque nos han conquistado, y siguen conquistandonos porque seguimos con esa memoria que ya es parte nuestra. Pero el cambio se puede hacer. Curioso te iba a preguntar de como se podria hacer el cambio de estructura social y acabo de leer tu articulo y me contestas. Es una pena que no nos queramos enterar como sociedad en las ciudades de como viven muchos mexicanos en el campo. Hambre, enfermedades que como dices tu se podrian curar con procedimientos simples pero cuando llegan a pedir ayuda a los hospitales o instituciones gubernamentales la enfermedad es incurable o debastadora. Que pena que no haya consciencia que eso pasa en nuestro pais porque es mas facil voltear para el otro lado..En fin hay mucho que hacer..Gracias por tu articulo...Sigue escribiendo. Georgina