Rafting en la Condesa.

Encontrábame yo en casa del amigo Eriberto, hablando y cavilando sobre Body Systems mientras, más allá de la ventana, empezaba a llover torrencialmente. Y llovió un poco más aún. Las rocas de granizo impactaban como bólidos contra el cristal amenazando romperlo; y por las tuberías del drenaje, de aquél departamento en un segundo piso, al "vital liquido" le dió por escaparse a borbotones de las coladeras. Todo ello en sí tan inusual, que ni siquiera es necesario mencionar las alegres goteras que se colaban por la instalación eléctrica poco antes de irse la luz en el edificio... y en toda la Condesa.

Pudo la cosa quedar ahí, así, nada más; si no fuera porque a este, su humilde bloggero, le dió imprudentemente por despedirse en ese justo momento e irse a su casa del otro lado de la ciudad, como si nada, mientras allá afuera le aguardaba el pandemonio.

Más allá del zaguán del edificio, la calle había tenido a bien transformarse en una corriente salvaje que llegaba desde Insurgentes. El portero no dejaba de lamentarse acerca del esfuerzo que habría de hacer para que no se inundara el estacionamiento de sus patrones. Le sugerí usar una cubeta para ir echando el agua fuera, mientras se iba metiendo. Por alguna razón le agradó la idea.

Al ver que mi única alternativa era avanzar - en general, no soy de los que se regresan - hice lo que algunos hidrotranceúntes ya hacían sin entuciasmo: me arrojé resignadamente al agua, habiendo previamente arremangado mis pants por encima de las rodillas. En definitiva, a veces uno debe dejar atrás el estilo.

El agua calaba a madres y hasta el tuétano de los huesos, como si tuviera toneladas de hielo. Y los tenía. Había de avanzar adivinando los finales de cada banqueta, bordes, agujeros y demás accidentes urbano - topográficos con el fin de no acabar con una zambullida de miedo, tragandose con la boca vaya uste' a saber qué. Al rededor dominaba la obscuridad del apagón y de cuando en cuando algún par de personas preguntaban si de allá de donde yo venía, el agua estaba igual. Mi respuesta les hizo poner una cara aun más larga, que en breve se les quedó así congelada por el frio.

El buscar caminos "no tan inundados" o medios para seguir avanzando, se volvió una actividad interesante. El agua sobre el asfalto otrora caliente, se evaporaba formando una espesa neblina que no dejaba ver otra cosa que las siluetas de la gente a la lejanía como única evidencia de que alguien más estaba por ahí. Lamentablemente, las figuras más de zombie que de humanos, desaparecían de pronto entre las aguas para emerger pesadamente, como el monstruo de la laguna verde, llenos de ramas, basura y hojas cortadas por la tormenta, pues no era poco frecuente que algún que otro crsitiano callera dentro de las coraderas, que las autoridades de la ciudad habían decidido diligentemente abrir para que el agua, fluído terco por demás, se fuera por ese conducto hacia el apasible subsuelo.

La luz de los faros en la calle aún no volvía, y masas de automóviles se condensaban en el cruce de las avenidas sin poder moverse ni un centímetro. Ahí si estaba iluminado. Uno podía pasar entre cofres y cajuelas, o por encima de ellos y hasta treparse a las rejas de las casas. Todo al tenor de esa extensiva licencia civil que sólo es posible cuando una crisis, por mediana que sea, se deja venir sin aviso previo.

Desde los ausífonos de mi discman, las noticias anunciaban que toda la zona estaba así, desde la Condesa o la Zona Rosa hasta el Centro Histórico de esta encharcada ciudad. Para ese día, el apocalipsis había llegado. Autos en los tpuneles de las principales vialidades ocultos bajo masivos cuerpos de agua, gente aguantando la respiración y con rostros henchidos en pánico mientras el líquido celestiual, finalmente lluvia, se filtraba por sus ventanas cerradas, por la puerta... Techos de establecimientos desplomándose por el peso del granizo, gatos estúpidamente refugiados entre el follaje de los árboles y algunos de esos árboles callendo con un monumental "splash" sobre la ascera, arrastrando a los desventurados felinos medio muertos entre sus ramas.

Mal día para ser gato.

Al inicio de la madrugada, acabé levantando en brazos a una pobre mujer que había caido en una coladera abierta y se había lastimado la pierna de alguna desastroza forma. Ya la lluvia lavaría su sangre sobre mis pants. Llegamos hasta algunas patrullas y ahí deposité mi carga que, hasta ese momento, no había dejado de hablar maratónicamente acerca de la catástrofe que vivíamos. Tanta locuacidad me dejaba claro que no llevaba yo un peso muerto; finalmente, fue agradable la compañía, pero ¿porque hay tanto sobrepeso entre la gente de mi ciudad? Hay personas que bien podrían considerar ponerse un poco a dieta, por mi bien.

En algunos lugares la ascera no inundada se veía como objeto de una nevada, cubierta por algunas pulgadas de granizo. Por ahí, una ventana quebrada como por un balazo que se le escapó a alguna nube reaccionaria, por allá un minisuper atiborrado de chavitos que conforman la fauna de la Condesa llamando a sus papas con aínco mientras se "rolaban" el tabaco - siendo franco, eso no olía a tabaco - para pasar el frío en medio de animadas charlas intelectuales. Varios de entre ellos vieron con reprobación mi look avant garde de pants a las rodillas. Solo yo estaba consciente que en breve, esa sería la moda del lugar.

Y cercano a la mañana la luz volvió. Los policías aparecieron ayudando con camiones - pequeñas arcas posmodernas rellenas de animales - a cruzar a la gente hacia las estaciones del metro. El metro a secas, es decir, sin agua. Así terminó la cosa, esa probadita de ragnarok que se borró como si nada a los primeros rayos del alba. A la ciudad se le volvió a olvidar que hubo una vez en la que no fué ciudad, sino lago; o quizá le volvió la resignación y se tragó resignadamente litro a litro el caos por su sistema de drenaje. Fué una lástima, la gente se veía tan unida, animada, cooperativa y conversadora...

1 comentario:

ninocrono dijo...

Suerte de esa mujer que fuiste tu quien la socorrio, pues de haber sido un humilde servidor, a lo mucho le hubiera servido de apoyo, más no le hubiera podido cargar en peso muerto. En todo caso estoy seguro de que estuvo muy agradecida, con tan aventurero caballero.

Hey, ¿Y al final entonces, llegaste bien a tu casa?