Heme aquí de nuevo, con el cinismo de no haber escrito una sola línea después de semanas. Quizá no hubo quien echara de menos la aparición de un nuevo sutra por estos lares, quizá sí. Y como quienes me interesan, básicamente, son los que me echaron de menos, por ellos reinicio un año más de reflexiones, anécdotas e historias, en este blog multitemático que, a decir verdad, tan tremendamente terapéutico me resulta.
Lo asombroso es que hay gente que me lee, y eso es halagador y comprometedor por partes iguales. ¿Qué tal que digo una estupidez bien argumentada y que a todos convenza?, ¿Qué tal que por negligencia mía, alguien sale de esta página compartiendo más de mis equivocaciones que de mis aciertos? Cuando decimos algo, en toda ocasión en que lo hacemos, somos responsables de lo dicho durante ese momento y por siempre, cuando es menester ratificar lo que expresamos o de rectificarlo y dar una disculpa. A veces es mejor pedir perdón y guardar silencio; son los gajes del oficio.
Por eso, porque en general no es muy grato andarse por la vida disculpando, la mejor receta es pensar bien lo que vas a hacer llegar a los oídos del otro, o a sus ojos. Sería necio creer que las palabras no causan ningún efecto trascendental, lo sería también creer que una frase no puede cambiarnos el curso de nuestra vida. A todos nos ha sucedido, todos alguna vez hemos enfrentado una idea, un concepto que por llegar a nosotros en el momento justo, en el lugar idóneo, se vuelve inesperadamente en una epifanía que nos resuelve el universo; hasta cierto punto.
Un jingle, un slogan, el fragmento de una canción o unas líneas en un blog, el consejo jamás pedido de un desconocido, una conversación oída al pasar. Jamás podremos prevenir la llegada de esa frase, imagen o idea que se inocentemente se nos aparece para resolvernos algo. Simplemente llega, lo descubrimos y lo transforma todo. A mí me llegó a suceder con las letras de Joaquín Sabina, con Herman Hesse cuando era niño, o con Erich Fromm en estos días, pero no niego que también podría incluir a los ratones Pinky y Cerebro o un spot de Buchannans.
El otro día, un sujeto que pasó por mi blog una tarde anterior, me preguntaba por el tema de éste: ¿de que se trata, de qué habla? Traté de hacerle comprender que este blog no tiene un tema central sobre el cual abundar, que más bien muestra una cierta tendencia o una pauta temática, finalmente, es un fanático del humanismo quien lo escribe. Pero no era suficiente, él urgía por una definición estricta para este espacio. Debí dejarlo por demás insatisfecho con mi ambigua respuesta.
Y no fue el único que me confrontó de esta manera. En los meses que llevo construyendo el blog, muchos me han hecho le misma pregunta, básicamente porque los seres humanos necesitamos de definiciones. ¿Quién eres?, ¿Cómo podré definirte?, y a partir de la respuesta recibida, tácita o manifiestamente expresada, uno sabe que esperar del otro. Si se qué eres, sabré lo que eres capaz de hacer y el grado en que podré coincidir contigo, o confiarme a ti. No nos gusta la incertidumbre.
Sucede así en las relaciones interpersonales. Frecuentemente nos sentimos a gusto con personas concretas, a las que podamos asociarlos con una etiqueta específica. Reducimos a los demás a un solo concepto y nos hacemos a la idea de que la persona no es más que eso. Entonces, cuando encontramos a alguien que constantemente se escapa de la casilla en la que le hemos categorizado, esa persona se nos vuelve inperceptible, intangible, nos es difícil conceptualizarla o categorizarla y por ende, identificar lo qué podemos esperar de ella.
Y la verdad, es que los seres humanos, por definición, somos claramente indefinibles.
Si declarara que el presente blog habla de chimpancés australianos, quien leyera uno de los primeros post, podría esperar que los demás hablaran de los mismo, por lo que no necesitaría leer todo el blog, pero podría afirmar que le conoce por entero, como si efectivamente le hubiera leído de cabo a rabo. Se habría formado expectativas correctas, y frente al blog sobre chimpancés australianos habría sabido que esperar, sin la mas mínima incertidumbre.
Pero no hablamos de chimpancés australianos, y hablando con total franqueza, en el trasfondo, de lo que aquí hablo es de mí.
La idea es que este personaje que ahora escribe las líneas que tu lees, es un ser humano aburridamente ordinario, con una vida ordinaria repleta de experiencias ordinarias; y cuando escribo sobre ellas, de ordinario, existe una tremenda posibilidad de que quien me lea se reconozca a sí, reflejado como si en lugar de mí, hablara de ella, o de él. Y entonces leerá cómo salí avante de un percance, o que fue lo que elegí hacer, que me dejó peor de lo que estaba en un principio.
Leerá que lo que ha vivido, también a otros les ha pasado, no sólo a él o a ella, y quizá entienda en la distancia lo que en su propio espacio le era tan incomprensible. Yo, por mi parte, cuento en este espacio lo incontable; lo pecaminoso, bochornoso y que probablemente no diría de manera impávida en una conversación de café. Cosas que para mí son necesarias decir, pero que la cotidianidad no permite que sean dichas.
Entonces la gente me lee y me conoce, y a veces hasta me entiende un poco más. Un beneficio insospechado de escribir aquí, ha sido el que me ha acercado más a la gente: la que ya estaba conmigo, lo está aún más, y la que jamás hubiera estado, llega a mi vida luego de conocer mis letras y preguntarse ¿Quién está detrás de esto?
Lo asombroso es que hay gente que me lee, y eso es halagador y comprometedor por partes iguales. ¿Qué tal que digo una estupidez bien argumentada y que a todos convenza?, ¿Qué tal que por negligencia mía, alguien sale de esta página compartiendo más de mis equivocaciones que de mis aciertos? Cuando decimos algo, en toda ocasión en que lo hacemos, somos responsables de lo dicho durante ese momento y por siempre, cuando es menester ratificar lo que expresamos o de rectificarlo y dar una disculpa. A veces es mejor pedir perdón y guardar silencio; son los gajes del oficio.
Por eso, porque en general no es muy grato andarse por la vida disculpando, la mejor receta es pensar bien lo que vas a hacer llegar a los oídos del otro, o a sus ojos. Sería necio creer que las palabras no causan ningún efecto trascendental, lo sería también creer que una frase no puede cambiarnos el curso de nuestra vida. A todos nos ha sucedido, todos alguna vez hemos enfrentado una idea, un concepto que por llegar a nosotros en el momento justo, en el lugar idóneo, se vuelve inesperadamente en una epifanía que nos resuelve el universo; hasta cierto punto.
Un jingle, un slogan, el fragmento de una canción o unas líneas en un blog, el consejo jamás pedido de un desconocido, una conversación oída al pasar. Jamás podremos prevenir la llegada de esa frase, imagen o idea que se inocentemente se nos aparece para resolvernos algo. Simplemente llega, lo descubrimos y lo transforma todo. A mí me llegó a suceder con las letras de Joaquín Sabina, con Herman Hesse cuando era niño, o con Erich Fromm en estos días, pero no niego que también podría incluir a los ratones Pinky y Cerebro o un spot de Buchannans.
El otro día, un sujeto que pasó por mi blog una tarde anterior, me preguntaba por el tema de éste: ¿de que se trata, de qué habla? Traté de hacerle comprender que este blog no tiene un tema central sobre el cual abundar, que más bien muestra una cierta tendencia o una pauta temática, finalmente, es un fanático del humanismo quien lo escribe. Pero no era suficiente, él urgía por una definición estricta para este espacio. Debí dejarlo por demás insatisfecho con mi ambigua respuesta.
Y no fue el único que me confrontó de esta manera. En los meses que llevo construyendo el blog, muchos me han hecho le misma pregunta, básicamente porque los seres humanos necesitamos de definiciones. ¿Quién eres?, ¿Cómo podré definirte?, y a partir de la respuesta recibida, tácita o manifiestamente expresada, uno sabe que esperar del otro. Si se qué eres, sabré lo que eres capaz de hacer y el grado en que podré coincidir contigo, o confiarme a ti. No nos gusta la incertidumbre.
Sucede así en las relaciones interpersonales. Frecuentemente nos sentimos a gusto con personas concretas, a las que podamos asociarlos con una etiqueta específica. Reducimos a los demás a un solo concepto y nos hacemos a la idea de que la persona no es más que eso. Entonces, cuando encontramos a alguien que constantemente se escapa de la casilla en la que le hemos categorizado, esa persona se nos vuelve inperceptible, intangible, nos es difícil conceptualizarla o categorizarla y por ende, identificar lo qué podemos esperar de ella.
Y la verdad, es que los seres humanos, por definición, somos claramente indefinibles.
Si declarara que el presente blog habla de chimpancés australianos, quien leyera uno de los primeros post, podría esperar que los demás hablaran de los mismo, por lo que no necesitaría leer todo el blog, pero podría afirmar que le conoce por entero, como si efectivamente le hubiera leído de cabo a rabo. Se habría formado expectativas correctas, y frente al blog sobre chimpancés australianos habría sabido que esperar, sin la mas mínima incertidumbre.
Pero no hablamos de chimpancés australianos, y hablando con total franqueza, en el trasfondo, de lo que aquí hablo es de mí.
La idea es que este personaje que ahora escribe las líneas que tu lees, es un ser humano aburridamente ordinario, con una vida ordinaria repleta de experiencias ordinarias; y cuando escribo sobre ellas, de ordinario, existe una tremenda posibilidad de que quien me lea se reconozca a sí, reflejado como si en lugar de mí, hablara de ella, o de él. Y entonces leerá cómo salí avante de un percance, o que fue lo que elegí hacer, que me dejó peor de lo que estaba en un principio.
Leerá que lo que ha vivido, también a otros les ha pasado, no sólo a él o a ella, y quizá entienda en la distancia lo que en su propio espacio le era tan incomprensible. Yo, por mi parte, cuento en este espacio lo incontable; lo pecaminoso, bochornoso y que probablemente no diría de manera impávida en una conversación de café. Cosas que para mí son necesarias decir, pero que la cotidianidad no permite que sean dichas.
Entonces la gente me lee y me conoce, y a veces hasta me entiende un poco más. Un beneficio insospechado de escribir aquí, ha sido el que me ha acercado más a la gente: la que ya estaba conmigo, lo está aún más, y la que jamás hubiera estado, llega a mi vida luego de conocer mis letras y preguntarse ¿Quién está detrás de esto?
Por eso considero muy productivo serle fiel a mi hábito. Nunca pude pintar con grandes figuras a colores en lienzos vírgenes, jamás logre darle un concepto a un puñado de arcilla o, mínimamente, uno de plastilina; pero puedo escribir, y aprovecharme de las palabras y los párrafos para retratar escenarios y experiencias es la mejor elección para conectar con los demás, y a una primera instancia, con migo mismo.
1 comentario:
"Las siguientes líneas son una invitación para que autores de blogs en todo el mundo hispano se adhieran libremente en caso de encontrar afinidad con su contenido. Usted puede copiarlo, modificarlo, agregarle premisas o quitarle aquellas que no considere pertinentes; cambie los verbos o cualquiera de las palabras que le disgusten para que llegue a un texto con el que se sienta plenamente identificado. "
"Víctor Solano"
Como autor de mi blog soy respetuoso de la palabra. Abrazo la libertad, como cobijo la democracia.
Soy mi palabra. Soy coherente entre lo que pienso y lo que siento, como con lo que digo y lo que hago.
Reitero con mi blog mi deseo de expresarme libremente, de decir lo que quiera con responsabilidad.
Soy independiente de mis intereses y dependiente de mis principios. Y si tengo intereses, mis lectores los conocerán de manera transparente.
Al mantener mi blog soy consciente de que pertenezco a un entorno ante el que tengo derechos y con el que tengo responsabilidades.
Mis palabras tienen tanto peso que no necesitan que las defienda con acciones más allá de las palabras.
Repudio públicamente los ataques a mi blog o a cualquiera de las presencias en la red. Si ataco por las vías de hecho las obras de los otros, estoy admitiendo mi imposibilidad de argumentar.
Respeto tanto al otro como respeto a los demás. A pesar de las distancias respiro el mismo aire y eso nos pone en el mismo nivel.
Hago parte de una generación que, sin importar la edad, aprendió a expresarse tranquilamente en medio de un mundo hostil. Es algo que he ganado y que no estoy dispuesto a perder.
Puedo ser militante en cualquiera de los extremos del pensamiento o de las creencias y debo poder tener la certeza de que no seré agredido por ello.
Puedo equivocarme una, pocas o muchas veces, pero siempre tendré la humildad de reconocer mis errores.
Haré este texto mío con o sin estas palabras. Cada cual podrá adherir a él con las palabras que sienta más cercanas a su forma de expresión.
Mi compromiso con la libertad de expresión es irrenunciable e inembargable; no transo en ello.
Pertenezco a este planeta, el mismo en el que muchos han muerto por la libertad; tal vez no dé mi vida por mi blog, pero entregaré todas mis fuerzas a la consigna de la tolerancia a la palabra ajena.
Soy libre, soy blogger.
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