[Publicado en Anodis.com: http://anodis.com/nota.asp?id=11291]
La mayor parte de los hombres homosexuales que viven su sexualidad de manera clandestina, fantasea en algún momento de su vida con poder expresar su erotismo de forma abierta y con la aceptación de las personas con las que convive, particularmente las que le son emocionalmente significativas. Básicamente, salir del clóset es estructurar alrededor de uno un estilo de vida que sea congruente con nuestras necesidades afectivas y sociales, es decir, si quiero ser novia de otra mujer, serlo; si quiero ir a bares gays sin temor a ser pillado, hacerlo. En general a todos nos gustaría poder hacer lo que nos viene en gana sin restricciones, pero a veces no es del todo posible debido a normas o prejuicios sociales.
En ocasiones los límites sociales son reales y válidos, como portar armas en la calle, matar a tus congéneres, violar los derechos de otra persona o etcétera; y otras veces están sustentados en una percepción del modo en que el mundo “debiera” ser a partir de presupuestos morales e ideas claramente descontextualizadas, o más bien, fuera de tiempo (por no decir retrógradas). A esta segunda categoría, la de las limitaciones retrógradas, pertenecen las restricciones para las mujeres acerca de abordar o no a un chavo con motivos de ligue, los límites acerca del grado en que un hombre puede mostrar sus sentimientos y permitirse actuar en consecuencia de éstos, o un sin fin de impedimentos más. Todos tenemos presente al menos una decena de normas que nos vemos forzados a seguir sin que haya una lógica funcional o prosocial detrás de ellas.
Se dice: “Los hombres no pueden hacer pareja con otros hombres; lo natural es que se hagan novios de mujeres que los quieran y formen una familia” Este es un rollo que hasta nuestros días suena sin el menor empacho y es arrojado a la cara de la gente gay como un argumento incuestionable para negar a todo homosexual el derecho de satisfacer su necesidad afectiva homoerótica. Si hubiera que contrargumentar, podríamos decir que en la naturaleza la homosexualidad existe muy recurrentemente, entre los monos, los perros, los delfines, las hienas, etcétera, e incluso sucede que en la misma naturaleza hay hasta transexualidad, porque ni a Nemo ni a los otros peces payaso, por dar un ejemplo, les molesta lo más mínimo pasar de macho a hembra cada que sus necesidades así se los requieren.
Algo así puede argumentarse cuando traten de negarte el derecho a expresar tus emociones y actuar en consecuencia de tus sentimientos, pero, la verdad es que finalmente nada te obliga a argumentar. Los españoles dicen: “a palabras necias, oídos sordos”; ¿que más necio hay que el tratar de obligar a alguien a amar de una forma y no de otra?, u obligarlo a moverse de determinada manera o a vestir de un modo que no es el que él prefiere.
¿Con que palabra definirías el acto de forzar a otra persona a volverse una copia al calce de mis valores personales y mis creencias? La palabra es: violencia.
La violencia consiste en negar a alguien sus posibilidades de satisfacer una necesidad en particular, o varias. Es violento quien impide que alguien coma, quien no deja ser feliz a otra persona, quien no le permite satisfacer su necesidad afectiva, o quien le coarta sus posibilidades para evolucionar como ser humano. La violencia ejercida sobre los demás, repercute categóricamente en la salud de quien es violentado, ya en el ámbito físico (manifestándose como moretones, fracturas, desnutrición o lo que se te pueda ocurrir), en el social (que se ve cuando la persona es aislada del contacto con sus amigos, familia y demás), o en el emocional (identificado por sentimientos de tristeza y frustración marcando a la persona y generando una baja autoestima y sólidos impedimentos para su realización personal).
Cuando la violencia aparece, lo hace empleando argumentos que invariablemente carecen de validez, lo que a su vez es la principal manera de detectar la llegada de una situación violenta. Todos podemos ser generadores o receptores de la violencia, porque, finalmente, vivimos en una cultura global que exalta el uso de la fuerza para ahorrarse la negociación y el diálogo. Entonces, efectivamente vivimos en una cultura violenta. Nos desarrollamos en una sociedad en la que es sencillo negarles a los otros la posibilidad de hacer cuanto necesitan hacer, el derecho inherente a todo ser humano de satisfacer sus necesidades en vías de constituirse como un ser pleno y satisfecho de sí mismo; y eso nos devuelve al origen de este artículo, porque para que exista una persona que violenta a otra, es necesario que haya otra que permita ser violentada.
Si alguien sostiene que careces del derecho para satisfacer tus necesidades afectivas, porque da la casualidad de que en tu caso estas necesidades son homoeróticas, lo único que ese alguien necesita para privarte enteramente de tu libertad es que le des la razón de alguna forma: ¿neto, no tengo derecho a amar de esta manera?, si no respondiste con un sí contundente, entonces efectivamente habrás entregado tu libertad. Las personas que viven una sexualidad clandestina, creyendo que no tienen y que requieren el permiso social para amar a su estilo, han hecho este sacrificio a favor de la aprobación social: renuncian a conocer una vida plena en pareja, a explorar de lleno sus propias emociones, a conocerse mejor y, por ende, a darse la oportunidad de crecer.
Si yo reprimo la satisfacción de mis propias necesidades afectivas me vuelvo cómplice de quienes me niegan el derecho a ser feliz, perdiendo de entrada la posibilidad y el derecho de formular cualquier reclamo; ergo, si me encuentro entre quienes me violentan, lo primero que he de hacer es cambiarme de bando, pasarme a mi favor y comenzar a ser congruente con lo que siento antes de que mis emociones se marchiten por falta de riego. ¿Te queda en entredicho tu necesidad de aprobación social? No necesariamente; por irónico que parezca, nuestra sociedad admira en mayor magnitud a quien es congruente consigo mismo que a la persona que no es fiel a sus necesidades.
1 comentario:
Hola es la primera vez que leo tu blog y me pareció interesante, de hecho lo que más interesante me parece de este artículo es justamente que tocas el punto de que la homosexualidad no es exclusivamente humana lo cual no la hace una especie de perversión. Me parece importante resaltar que la sexualidad naturalmente no está restringida simplemente al terreno reproductivo y de continuación de la especie, la sexualidad inclusive entre varias especies animales cumple tambien funciones sociales o incluso entre animales más evolucionados funciones lúdicas que poco o nada tendrían que ver con ideas medievales de que la única función de la sexualidad humana es la reproducción. Pero por otro lado tambien me hace pensar en hasta dónde esa libertad para expresar nuestra sexualidad (no hablo solamente de personas homosexuales sino heterosexuales tambien)transgrede los límites de lo que es socialmente aceptable, si bien creo que cada quien tiene derecho a expresar su amor sin ser coartado tambien creo que es importante que no se confunda esto con exhibicionismo o tomar la bandera de la libertad y pretender que la sociedad acepte sin inmutarse, espectáculos a veces incluso ofensivos. Saludos, buen blog.
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