No puedo ser psicólogo todo el tiempo, especialmente siendo quien soy o, más específicamente, siendo como soy. Pienso que si me sujetara a la psicología a cada instante de mi vida, como suelen hacerlo muchos de mi profesión, terminaría por volverme fundamentalmente loco. No, yo recurro a otras muletas para salvaguardar mi cordura.
Hace más de veinte años, alguien me preguntaba acerca de ellos, pues por alguna razón sabía que estaban y podía verlos a veces. No le supe dar una respuesta; siempre habían estado ahí… aquí, cerca. Fueron el amigo imaginario que suele acompañar a cualquier niño durante la infancia, han sido los consejeros durante mis estados de trance y frecuentemente son quienes me sanan cuando no encuentro el modo de hacerlo por mí mismo.
¿Delirio psicótico?, ¿personalidad esquizoide? Hace años que dejé de preocuparme por ese tipo de preguntas. Soy un hombre que ve personas que no están ahí, hablo con ellos; son las voces dentro de mi cabeza y si, frecuentemente me dicen que haga cosas. Todo el estereotipo del lunático sin omisión alguna.
Carl Jung hablaba de una entidad psíquica que acompaña a cada persona a lo largo del desarrollo de su yo, un desarrollo que finaliza hasta que la persona muere. Esta entidad es el ánima, una figura femenina si la persona es hombre; es el ánimus, una figura masculina cuando la persona es mujer. Sin embargo he visto hombres que tienen a sus espaldas un animus y mujeres con ánima. Creo que en realidad no existe diferencia entre la una y el otro y Jung solo fue tan explícito en cuanto al sexo de la entidad por simple condescendencia a su entorno cultural e ideológico, donde a los niños les corresponde el azul y los carritos y a las mujeres el rosa y las muñecas.
Como sea, creo que ellos son mi ánima y mi ánimus.
Muchas veces he visto personas con una sola figura acompañándole, y muchas otras encontré personas con más de dos. Recuerdo haber conocido a una mujer que vivía en el Bosque de Chapultepec, que siempre estaba rodeada por tantas figuras que nunca las pude llegar a contar todas. A algunas de ellas las usaba como mensajeras; mediante ellas me enseño a leer las runas.
Mónica un día, hace también muchos años, me explicó que ellos están ligados a uno, o que uno está ligado a ellos; como se prefiera. Son tus guardianes. Se trata de personas que en vidas anteriores vincularon su existencia tan estrechamente a la de uno, que el lazo que se forjó permanece más allá de la muerte, más allá de las muchas vidas. Es un ciclo a lo largo del cual a unos les corresponde encarnar y a otros guardar; a la vuelta del ciclo, los que fueron guardianes encarnarán para experimentar la siguiente vida y las enseñanzas que deban cosechar, y quienes otrora tuvieron piel y huesos, ahora se convierten en guardianes.
No se si Mónica tenga razón, o si Jung estaba más en lo cierto; lo que si tengo claro es que aquí están, al menos uno de ellos detrás de mi mientras escribo estas líneas. Puedo verlos cuando tengo fiebre, cuando medito hasta el trance, cuando tengo una emoción muy intensa o cuando leo las runas. Aún que, si soy más claro, no les veo en realidad: les siento. Siento su presencia como cuando alguien te mira fijamente desde lejos, tanto que te hace voltear en su dirección; siento su imagen como algo que vibra, como el percutir de un tambor azotando mi vientre, pero a una frecuencia mucho más baja y mucho más amplia. Siento su contacto como hoy, cuando a media noche en el parque todo mi enojo y frustración de pronto se hicieron paz plena y esperanza. En seguida, mis audífonos conectados al reproductor de mi celular empezaron a emitir las canciones precisas que podían mantener ese estado de consuelo.
Puede que las religiones tengan razón y sean ángeles; no es en realidad algo que me importe. Me basta con tener claro que a lo largo de mi vida me he mantenido siendo humano gracias a ellos. Estuvieron cuando a mis ocho años tomé la decisión de no cumplir nueve, cuando asaltaron y mataron a aquél estudiante de mi prepa que entró antes que yo al callejón detrás de la escuela, mientras yo me daba la vuelta para caminar en otra dirección. Y así. También me han chalaneado, convenciéndome de ir en la dirección en la que alguien me necesitaba, siempre como “por accidente”; al menos es lo que tengo que decir cuando luego del “no se porque te cuento esto, ni te conozco”, sigue un sorprendido “¿y que hacías pasando por aquí?”.
Así se mantiene balanceado al karma, supongo.
Fue gracias a ellos que conocí la magia, es gracias a ellos que vivo en ella. Con mis guardianes aprendí que en verdad basta formular un deseo para que pueda llevarse a cabo; y mi vida se simplificó tremendamente. Pero yo solito descubrí que saber qué es lo que uno verdaderamente desea es mucho, pero mucho más complicado de lo que parecía.
A veces les pido que hagan cosas por mí, que lleven un mensaje a alguien o etcétera. Este es un principio básico de religiones como el vudú o la santería, en el que el creyente envía a una entidad astral a realizar una tarea determinada. Creo que cuando lo que haces a través de los guardianes es malo, según el propio código de valores, la esencia de ellos cambia, igual que la esencia de uno mismo. Algo se quiebra. Para que un guardián tenga la fuerza de hacer alguna tarea, uno debe desearlo sin reserva, centrando toda su fuerza de voluntad en ese deseo. Es entonces cuando la magia obra su efecto.
Se de alguien que en la secundaria, un adolescente ligeramente acomplejado, deseó ser superior que la gente a su alrededor, pues se había cansado de sentirse menos que los demás. Deseó ser mayor, más grande y experimentado que los otros. Sus guardianes esa noche le guiaron paso a paso para formular su deseo, un deseo que realmente involucraba su voluntad entera. A partir de ese momento y hasta ahora, muchos años después, aquél que fuera ese adolescente conoce no más de cuatro personas de su misma edad, todos los demás a su alrededor son siempre más jóvenes por razones más relacionadas al azar que a ninguna otra circunstancia.
En realidad no intento explicar la magia mediante estos últimos párrafos. La posibilidad de materializar la voluntad humana sin una acción física de por medio es algo que se puede hacer de muchas maneras, no solamente mediante el vínculo con entidades como los guardianes.
En fin, soy psicólogo en el consultorio y empleo ese espacio para explayar mi conocimiento en las ciencias de la conducta; una vez que salgo y cuelgo la bata, me permito sentir y creer en las cosas que mis ojos no ven. Después de todo, no podría ser de otra forma.
Hace más de veinte años, alguien me preguntaba acerca de ellos, pues por alguna razón sabía que estaban y podía verlos a veces. No le supe dar una respuesta; siempre habían estado ahí… aquí, cerca. Fueron el amigo imaginario que suele acompañar a cualquier niño durante la infancia, han sido los consejeros durante mis estados de trance y frecuentemente son quienes me sanan cuando no encuentro el modo de hacerlo por mí mismo.
¿Delirio psicótico?, ¿personalidad esquizoide? Hace años que dejé de preocuparme por ese tipo de preguntas. Soy un hombre que ve personas que no están ahí, hablo con ellos; son las voces dentro de mi cabeza y si, frecuentemente me dicen que haga cosas. Todo el estereotipo del lunático sin omisión alguna.
Carl Jung hablaba de una entidad psíquica que acompaña a cada persona a lo largo del desarrollo de su yo, un desarrollo que finaliza hasta que la persona muere. Esta entidad es el ánima, una figura femenina si la persona es hombre; es el ánimus, una figura masculina cuando la persona es mujer. Sin embargo he visto hombres que tienen a sus espaldas un animus y mujeres con ánima. Creo que en realidad no existe diferencia entre la una y el otro y Jung solo fue tan explícito en cuanto al sexo de la entidad por simple condescendencia a su entorno cultural e ideológico, donde a los niños les corresponde el azul y los carritos y a las mujeres el rosa y las muñecas.
Como sea, creo que ellos son mi ánima y mi ánimus.
Muchas veces he visto personas con una sola figura acompañándole, y muchas otras encontré personas con más de dos. Recuerdo haber conocido a una mujer que vivía en el Bosque de Chapultepec, que siempre estaba rodeada por tantas figuras que nunca las pude llegar a contar todas. A algunas de ellas las usaba como mensajeras; mediante ellas me enseño a leer las runas.
Mónica un día, hace también muchos años, me explicó que ellos están ligados a uno, o que uno está ligado a ellos; como se prefiera. Son tus guardianes. Se trata de personas que en vidas anteriores vincularon su existencia tan estrechamente a la de uno, que el lazo que se forjó permanece más allá de la muerte, más allá de las muchas vidas. Es un ciclo a lo largo del cual a unos les corresponde encarnar y a otros guardar; a la vuelta del ciclo, los que fueron guardianes encarnarán para experimentar la siguiente vida y las enseñanzas que deban cosechar, y quienes otrora tuvieron piel y huesos, ahora se convierten en guardianes.
No se si Mónica tenga razón, o si Jung estaba más en lo cierto; lo que si tengo claro es que aquí están, al menos uno de ellos detrás de mi mientras escribo estas líneas. Puedo verlos cuando tengo fiebre, cuando medito hasta el trance, cuando tengo una emoción muy intensa o cuando leo las runas. Aún que, si soy más claro, no les veo en realidad: les siento. Siento su presencia como cuando alguien te mira fijamente desde lejos, tanto que te hace voltear en su dirección; siento su imagen como algo que vibra, como el percutir de un tambor azotando mi vientre, pero a una frecuencia mucho más baja y mucho más amplia. Siento su contacto como hoy, cuando a media noche en el parque todo mi enojo y frustración de pronto se hicieron paz plena y esperanza. En seguida, mis audífonos conectados al reproductor de mi celular empezaron a emitir las canciones precisas que podían mantener ese estado de consuelo.
Puede que las religiones tengan razón y sean ángeles; no es en realidad algo que me importe. Me basta con tener claro que a lo largo de mi vida me he mantenido siendo humano gracias a ellos. Estuvieron cuando a mis ocho años tomé la decisión de no cumplir nueve, cuando asaltaron y mataron a aquél estudiante de mi prepa que entró antes que yo al callejón detrás de la escuela, mientras yo me daba la vuelta para caminar en otra dirección. Y así. También me han chalaneado, convenciéndome de ir en la dirección en la que alguien me necesitaba, siempre como “por accidente”; al menos es lo que tengo que decir cuando luego del “no se porque te cuento esto, ni te conozco”, sigue un sorprendido “¿y que hacías pasando por aquí?”.
Así se mantiene balanceado al karma, supongo.
Fue gracias a ellos que conocí la magia, es gracias a ellos que vivo en ella. Con mis guardianes aprendí que en verdad basta formular un deseo para que pueda llevarse a cabo; y mi vida se simplificó tremendamente. Pero yo solito descubrí que saber qué es lo que uno verdaderamente desea es mucho, pero mucho más complicado de lo que parecía.
A veces les pido que hagan cosas por mí, que lleven un mensaje a alguien o etcétera. Este es un principio básico de religiones como el vudú o la santería, en el que el creyente envía a una entidad astral a realizar una tarea determinada. Creo que cuando lo que haces a través de los guardianes es malo, según el propio código de valores, la esencia de ellos cambia, igual que la esencia de uno mismo. Algo se quiebra. Para que un guardián tenga la fuerza de hacer alguna tarea, uno debe desearlo sin reserva, centrando toda su fuerza de voluntad en ese deseo. Es entonces cuando la magia obra su efecto.
Se de alguien que en la secundaria, un adolescente ligeramente acomplejado, deseó ser superior que la gente a su alrededor, pues se había cansado de sentirse menos que los demás. Deseó ser mayor, más grande y experimentado que los otros. Sus guardianes esa noche le guiaron paso a paso para formular su deseo, un deseo que realmente involucraba su voluntad entera. A partir de ese momento y hasta ahora, muchos años después, aquél que fuera ese adolescente conoce no más de cuatro personas de su misma edad, todos los demás a su alrededor son siempre más jóvenes por razones más relacionadas al azar que a ninguna otra circunstancia.
En realidad no intento explicar la magia mediante estos últimos párrafos. La posibilidad de materializar la voluntad humana sin una acción física de por medio es algo que se puede hacer de muchas maneras, no solamente mediante el vínculo con entidades como los guardianes.
En fin, soy psicólogo en el consultorio y empleo ese espacio para explayar mi conocimiento en las ciencias de la conducta; una vez que salgo y cuelgo la bata, me permito sentir y creer en las cosas que mis ojos no ven. Después de todo, no podría ser de otra forma.
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