Familia mexicana e Identidades

La familia actual encara tantos cambios en torno a su estructura, que es inevitable que la transformación se introduzca al interior de su sistema, lo que ha causado cambios relevantes en la organización de roles, límites y por ende, las tareas que se espera que realicen sus integrantes. Con esto se modifica también la identidad, no sólo la de las mujeres y los hombres involucrados, o de los infantes y adultos que participan de la cotidianidad de la familia, sino también la identidad misma de la familia como colectividad, replanteándose cuáles son sus límites sociales y sus funciones dentro de la comunidad, además de qué puede o no proporcionarle al individuo que nace y se desarrolla en su seno.

Anteriormente se pensaba que hombres y mujeres maduran al formar una familia, lo que a la vez les permite realizarse como seres humanos, cada cual desde las exigencias para su propio sexo; hoy esta afirmación ha perdido validez, al menos en parte. Con la familia como una institución en continuo proceso de transformación, quizá hoy un proceso de trasformación más marcado que en otros tiempos debido a factores como la desigualdad social o la globalización, las personas tienen mayor libertad para construir su plenitud personal de otras maneras, si es que formar una familia fue alguna vez una manera, o de experimentar modelos diferentes de organización familiar que no por distintas resultan menos exitosas. Un ejemplo claro lo constituyen las mujeres que hoy trabajan para lograr la satisfacción profesional, cuando a la misma edad, mujeres de generaciones anteriores se dedicaban a consolidar una familia; madres o padres solteros son otro ejemplo, o los casos cada vez más frecuentes de padres y madres homosexuales.

Sin embargo todavía existen “candados” que restringen la apertura con la que generamos nuevas estructuras familiares; los estereotipos de género están tan enraizados en nuestro discurso cultural, que es difícil actuar en contra de ellos sin que al hacerlo no surja incertidumbre, vergüenza o culpa en diferentes grados. Se puede innovar, se vale inventar modelos nuevos para relacionarse en familia o pareja, pero hoy, como en el siglo pasado, el estereotipo de género todavía les exige a ellas buscar su realización como mujer en la maternidad, y quien elige no hacerlo puede verse constantemente confrontada por su comunidad, igual que la mujer divorciada o la que escala en un escalafón profesional. Del mismo modo, el estereotipo como directiva social, le demanda al hombre dedicar el pleno de sus energías a proveer de sustento a una familia y a mantenerse competitivo frente a otros hombres; contravenir esta instrucción atraerá también la confrontación, y como a las mujeres, la descalificación, destino probable para las
personas o familias diferentes.

Muchos de los modelos de familia actual no disfrutan del beneficio de programas sociales porque no corresponden al esquema tradicional, lo que las vuelve invisibles en más de un sentido. La diferencia viene siendo la Ciudad de México en relación con otros estados de la República; en la capital se han realizado modificaciones a las leyes, que ahora permiten una interrupción legal del embarazo antes de las 12 semanas de gestación, el matrimonio legal para parejas cuyas (o cuyos) integrantes tienen el mismo sexo, divorcios exprés cuando quienes conforman el matrimonio están de acuerdo, etcétera. Esto abre, al menos en el Distrito federal y las entidades que sigan este ejemplo, un panorama de aceptación y desarrollo para las familias diversas, en un contexto mundial en el que los modelos tradicionales son en la práctica insostenibles.

Sin embargo todavía se trata de una diferencia muy difusa; falta tiempo para que la transformación se consolide en torno a las actitudes de la gente, al nivel de la calle, las charlas de café o el autobús. En las comunidades rurales o urbanas, aun es usual encontrar hombres y mujeres que prefieren conservar, por ejemplo, los estereotipos de género como ordenadores de la realidad social y determinantes de su propio lugar y papel en el mundo. A la fecha, sentimos que quien realiza funciones o manifiesta actitudes “impropias” de su género, claudica de su calidad de “hombre” o de “mujer”, y son descalificados.

Esto resta flexibilidad a las familias, en cuyo seno se desarrolla in situ la confrontación entre géneros: la mujer no debe de trabajar, porque esa es labor del hombre proveedor, aunque tanto ellos como sus hijos deban sobrevivir con mil pesos mexicanos al día. El sistema familiar es un sistema de identidades en donde no solamente uno o una debe plantearse asumir nuevos roles y redefinir sus propias fortalezas y expectativas de sí, sino que quien vea que su pareja se ha movido de posición, sentirá la obligación de movilizarse también, surgiendo tal vez preguntas como ¿si ella trae dinero a la casa, deberé yo de cuidar de los niños?, ¿si ella hace lo que le corresponde a un hombre, deberé yo de portarme como una mujer?

La complejidad estriba en que la dicotomía de género (masculino vs. femenino) impone una jerarquía entre hombre y mujer, replicada en la estructura familiar donde es el hombre quien tiene el liderazgo y la mujer quien acata; pero es más fácil aceptar la reestructuración de la familia que las modificaciones en el esquema de género, porque aún al seno de la familia, él primero es hombre que esposo o padre, y ella es mujer antes que esposa o madre, y es más negociable la identidad que mantienen dentro de la familia, que su propia identidad de género.

Como una consecuencia, este conflicto entre identidades puede devenir en violencia, con la que el sistema social busque mantener el status quo; de ahí las agresiones que debe encarar una mujer independiente, o la descalificación que enfrenta un hombre homosexual, o la situación de las muertas de Juárez, y las mujeres que también han muerto en Morelos y otros estados, los crímenes por homofobia, o la privación de la libertad de mujeres en manos de sus esposos. Los ejemplos hoy en día son tan interminables como sórdidos.

Y en efecto, existe una “ley de acceso a las mujeres a una vida libre de violencia” que es en la práctica desconocida para la mayoría de mujeres, quienes si bien pueden identificar este kilométrico título como una iniciativa a favor de ellas, desconocen de facto cómo opera y en qué circunstancias y a cuáles mujeres puede beneficiar. ¿Basta con cambiar las leyes a nivel nacional cuando tenemos en México tantas de ellas sin reglamento, o sin un seguimiento oficial ni consecuencias en la práctica?

Sin demasiada prisa, nuestra sociedad camina hacia el reconocimiento de las repercusiones negativas de los estereotipos de "familia perfecta", de "hombre machin", de "mujer que se da su lugar" sobre las elecciones diarias de hombres y mujeres, y sobre sus expectativas personales, actitudes e identidades; se trata de la necesidad, que nos conduce a evaluar nuestras nociones de género y familia, y a encontrar alternativas. Nos conduce inevitablemente a hacernos preguntas.

Cuándo le compro a un niño una pistola de juguete, ¿qué tipo de adulto le estoy ayudando a ser?, ¿que tipo de padre?; cuando le enseño a una niña a darse su lugar, ¿a qué clase cuál lugar me estoy refiriendo?; ¿solamente las mujeres son víctimas de los estereotipos de género?, ¿solamente los hombres ejercen la violencia de género?; ¿qué consecuencias tiene pensar a hombre y mujeres como pertenecientes a sexos “opuestos”?

Si hoy yo cambio mi forma de verme y de actuar como hombre, ¿quién o quiénes más, que esté cerca de mí, va a verse motivada o motivado a cambiar también?; las preguntas son interminables... [Fragmento del borrador de mi tesis de maestría]

1 comentario:

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