Sin corazón

MÉXICO, 2021.- Érase una vez, en un país muy, muy lejano, un rey que ya no se pertenecía a sí mismo, porque él decía pertenecerle a su reino. Él, a su vez, tenía el peculiar sentimiento de que las y los súbditos de su reino, eran como sus mascotas, a las cuales llamaba tiernamente “Solovinos”. 

El rey en su palacio era feliz porque se sabía amado, y cada día por las mañanas, salía a saludar a sus Solovinos para repetirles cuánto les amaba y lo que esperaba de ellas y de ellos. Les enumeraba incansablemente, cuanto podían hacer para que él les amara todavía más, en una generosidad casi infinita: no anheles estudiar fuera del reino, les decía, no quieras más de un par de zapatitos, no seas aspiracional, no me contradigas… te amaré infinitamente si a cambio me das tu lealtad ciega. 

Y se la daban. Sus mascotas le amaban tanto que incluso sacrificaban una parte de sus corazones, con cada amanecer, para alimentar el ego de su monarca; y el monarca siempre se despertaba con hambre. 

Quienes tenían en su corazón una respetable preocupación por la naturaleza, y que un día salieron a defender un hermoso lago donde habitaban garzas y patitos, porque la gente malvada quería convertirlo en un horrendo aeropuerto; esa gente alimentó con sus corazones al gentil monarca, y ahora afirman que sacar petróleo de la tierra y quemarlo, es mejor idea que tomar energía del sol, el viento y el agua. 

Además aprendieron cuán divertido es tirar árboles para jugar a los trenes, tamaño natural. 

Luego, quienes guardaban en su corazón la preocupación porque a las mujeres del reino, la gente mala las está torturando y matando, ellas y ellos, aprendieron que finalmente ni se están muriendo tanto, al menos ninguna mujer puede morirse más de una vez. Las que salen a las plazas del reino a quejarse, son quemadas en leña verde por alborotadoras, neoliberales y conservadoras, por las mismas mascotas que antes se manifestaban junto con ellas. 

Y es que cuando eres una mascota amorosa, no te duele entregar tu corazón. 

Por ejemplo, allá tienes a quienes se preocupaban por las niñas y los niños, y hasta andaban viendo quién estaba mejor para adoptar a las y los pequeñitos que no tenían familia; hoy, esas mascotas que dieron su corazón, han entendido que niñas y niños, realmente no necesitan guarderías, ni vacunas o medicinas. Finalmente, la adversidad vuelve fuerte a quienes saben sobrevivir a ella. 

Cuándo no tienes corazón, entiendes que es más práctico comprar refinerías fuera del país, que darle dinero a los médicos que atienden a los enfermos, o tener un guardadito en el fondo, por si sucede algún desastre natural como un terremoto, una pandemia o una inundación. El sabio monarca de este reino, incluso, puede ordenar que se inunde una población pobre, para demostrarles que al final no pasa nada. 

Por acá están quienes otrora admiraban a las universidades y sentían orgullo por las que había en el reino; pero ya sin su corazón, aprendieron a mirar con suspicacia a quienes tienen estudios, porque son del tipo de personas que no se dejan convencer; incluso está bien que se les meta a la cárcel, finalmente, algo habrán hecho. La gente con estudios es muy aspiracional y conservadora. 

Finalmente, ya sin sus corazones estorbando, las mascotas del reino han aprendido a felicitar a los criminales que saben portarse bien, porque realizan crímenes que no estorban demasiado al monarca: ¡muchos abrazos y no balazos para ellos!, especialmente ahora, que son amigos del rey, y él les libera cuando los gendarmes del reino cometen el error de atraparlos, saluda de beso a las agüelitas de los mafiosos, y nombra a los señores del crimen por su nombre, como debe de ser, no por ridículos apodos, propios de la gente irrespetuosa. 

Y es que el corazón, que es nada más una cochina víscera, estorba tremendamente para las percepciones. Cuando te liberas de esa molestia, entiendes que un explosivo en un restaurante o unos cuerpos sin vida colgando de un puente no es terrorismo, sino una inocente travesura; que el desabasto de medicamentos es en realidad una triste herencia del pasado; que la negligencia de quienes gobiernan, son meros incidentes, propios de un mal día; que los gazolinazos, son ajustes menores en el precio del combustible; o que los desvíos de fondos, son generosas aportaciones cuando quienes los reciben, son los hermanos del rey. 

Aprenden que andar sin corazón no es aceptar que te corrompan moralmente, sino simplemente, dejarse amar por un monarca sabio y generoso.

Érase otra vez un reino que poquito a poco se va quedando sin corazones, porque es uno donde generación tras generación, siempre esperaron a un caudillo que le dijera a las personas qué hacer con sus vidas y cómo liberarse de las cadenas que existen sólo en su imaginación. Érase un reino que volvería al caudillo, monarca, y le alimentaría cada mañana incluso, con sus propios corazones para verlo feliz.

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